Y la bandera siempre flameando...
Para Hollywood lanzar dos o más películas con similar concepto en la misma temporada se ha convertido en casi una obligación. Volcanes que entran en erupción, invasiones extraterrestres, asteroides o cometas a punto de destruir la Tierra y algunas figuras clave de la historia o la cultura son sólo unos pocos ejemplos para refrescarles la memoria. Este año le ha tocado el turno a la Casa Blanca de ser pisoteada por cerdos terroristas extranjeros (desde luego) para luego reconquistar ese bastión nacional a sangre y fuego gracias a la gestión de un patriota que apela a su entrenamiento militar para ganarse su propio mote de duro de matar. La primera en estrenarse es Olympus has fallen (Olympo ha caído), que acaba de llegar a las salas de la Argentina con el más explícito título de Ataque a la Casa Blanca. Para los próximos meses nos reservan El Ataque (White House Down), enésima demostración de lo bajo que puede caer el alemán Roland Emmerich en su afán por complacer al público estadounidense. Ataque a la Casa Blanca anduvo muy bien en la taquilla de su país y para ser objetivos hay que admitir que la película supera las expectativas en todos los aspectos si hacemos la vista gorda a la ideología que trasunta (misión nada sencilla coincidiremos).
Los factores aglutinantes para el éxito del relato no son nada extraños: un director competente especializado en el género (Antoine Fuqua), un guión asquerosamente chauvinista pero inapelable por su ritmo e intensidad dramática, un presupuesto generoso de 70 millones de dólares para que la producción no escatime en escenas de acción explosiva de todo calibre, y sobre todo la contratación de un elenco espectacular. Hasta papeles de pocos minutos fueron confiados a grandes profesionales como Ashley Judd, Cole Hauser o la australiana Radha Mitchell. Perdido entre las decenas de actores incluso nos encontramos con una brevísima participación de un ex astro del cine de acción: Michael Dudikoff, el protagonista de la saga de El Guerrero Americano. Si a estos nombres le agregamos otros rutilantes, de mayor peso en la trama, como Morgan Freeman, Melissa Leo, Angela Bassett, Robert Forster o Dylan McDermott demás está decir que la calidad actoral está asegurada.
La historia escrita por Creighton Rothenberger y Katrin Benedikt es bien trillada y mezcla un poco de En la línea del fuego (1993) con el esquema de la primera (y mejor) Duro de matar (1988). Mike Banning (un creíble Gerard Butler) es el agente responsable de la seguridad personal del Presidente de los EE.UU. Benjamin Asher (Aaron Eckhart) y su familia. En un prólogo contundente Banning no puede evitar una pérdida dolorosa para el Jefe de Estado quedando su vida y carrera marcadas por el desgraciado suceso. Año y medio después Banning se encuentra trabajando en el Departamento del Tesoro haciendo tareas administrativas como “castigo” por su error. En esta posición el ex Fuerzas Especiales es testigo de como un grupo fuertemente armado de norcoreanos aprovecha una reunión diplomática para sacar ventajas y tomar por sorpresa la Casa Blanca dejando en el camino un tendal de muertos, heridos y cuantiosos daños materiales. El presidente Asher es capturado así como su nutrido grupo de colaboradores por el líder de los terroristas, Kang (Rick Yune, otro villano más para su colección personal). Banning se mete en la residencia presidencial como si nada bajo una lluvia de balas y explosiones con la intención de averiguar qué sucede, ayudar en el rescate del primer mandatario y restablecer el orden a cómo dé lugar. Lo que logra, obviamente, no por nada esto es Hollywood y cualquier fantasía violenta en la que se reivindica el nacionalismo está bien visto. Pensemos que por algo estas películas se siguen produciendo…
El amante del cine de acción al que lo discursivo le resbala, probablemente disfrute de Ataque a la Casa Blanca: excepto la sutileza, aquí nada falta....más bien sobra. El altísimo nivel de crueldad y violencia que ostentan los terroristas es casi inédito en una obra de estas características y sólo se justifica desde el espíritu revanchista: cuanto más doloroso es el perjuicio mayor resulta el goce cuando el héroe despacha a los villanos con la patriótica y exageradísima música del canadiense Tevor Morris de fondo. Los que creían que la banda sonora de David Arnold para Día de la Independencia (1996) era imposible de superar pueden llegar a cambiar de opinión. Tengan en cuenta que Ataque a la Casa Blanca abre y cierra su historia con un primer plano de la bandera de los Estados Unidos. Pobre del séptimo arte cuando es usado con estos fines espurios…