Bajada de línea
Cuando se creía que el recalcitrante patriotismo norteamericano había sido superado, llega Ataque a la Casa Blanca (Olympus has fallen, 2013) como un retroceso conservador lamentable en todas las líneas. Una propaganda pro yankie a lo Chuck Norris de la era Reagan, o peor, similar a la utilizada en los films bélicos de reclutamiento de la década del cuarenta. Ver para creer…
Mike Bening (Gerard Butler) es un agente del servicio secreto encargado de la custodia del presidente de los Estados Unidos, con el cual tiene una excelente relación. Un accidente en el que no puede evitar la muerte de la primera dama, lo aleja de las armas y traslada a un trabajo de oficina. Cuando los norcoreanos (enemigos de turno de los ideales americanos) invaden La Casa Blanca, es la oportunidad ideal de Mike para resarcirse entrando nuevamente en acción, siempre con actitud de paramilitar y con cuadros de presidentes americanos detrás.
Es increíble que hoy en el año 2013, un film comience y cierre con la bandera norteamericana. Y peor, que todo lo que haya entre medio sea nada más que una bajada de línea de patriotismo barato tan tosca. Ataque a la Casa Blanca es una suma de clichés en cuanto a película de acción: el héroe que da su vida armado y con la bandera americana siempre cerca, la idea de familia puesta en peligro, los “malos” sin cara (no tienen gestos, no vaya a ser cosa que uno se identifique con ellos), y la lista podría seguir eternamente.
Pero rescatemos sólo algunos donde queda en claro la bajada de línea: el presidente es blanco, rubio y de ojos claros (al igual que el héroe). Cuando es secuestrado asume uno de color negro (Morgan Freeman) y el cartel dice “presidente interino”, como si se tratase de un problema pasajero a solucionar. El del presidente claro. Por otro lado, todo el conflicto con Corea del Norte se resume a “un grupo de terroristas que atentan contra las buenas costumbres americanas”. Ni hablar de las menciones a Dios, que el primer terrorista muera a golpes propiciados por un busto de Lincoln, o que se siga reiterando hoy en día que la presencia bélica de Estados Unidos en aguas coreanas es para promulgar la paz.
En definitiva, lo que podría ser una película ridícula pero divertida termina siendo una tomada de pelo pretensiosa en su discurso, que termina volviendo progresista hasta al más conservador de los espectadores. Sabemos que el cine de acción norteamericano siempre estuvo ligado al patriotismo, y esto asume una posición conservadora de antemano. Lo inaudito es que estando en el año 2013 no se le haya buscado una vuelta de tuerca para solapar de algún modo tremenda ideología.
Ataque a la Casa Blanca hubiese sido protagonizada por Chuck Norris -pensemos en Chuck quebrando cuellos a los asiáticos como pollos en Desaparecido en acción (Missing in Action, 1984)-, Bruce Willis -la película bien podría llamarse Duro de matar en la Casa Blanca- o Harrison Ford -que hizo una pavada similar con Avión presidencial (Air Force One, 1997) en los noventa- si no estuvieran viejos y ocupados en auto parodiarse, señal de que sus figuras cayeron en desuso. Lo cierto es que hoy, Ataque a la Casa Blanca es un film que no tiene razón de ser.