Barras y estrellas para combatir al terrorismo
Desde que los Estados Unidos sienten su poder amenazado (con la caída de las Torres como derrumbe emblemático), la usina ideológica llamada Hollywood trabaja más a destajo y con menos sutileza. En las pantallas las banderas flamean, los discursos patrióticos pululan, los llamados a servir a la nación se hacen risibles de tan burdos. Hubo que soportarlo en la mismísima “película del 2012” (Argo, la misma que la derecha ilustrada de la crítica consideró lo más) y hasta en la entrega de los Oscar, con una Michelle Obama tamaño Dios. Ahora uno va a ver un simple y corriente thriller de entretenimiento y se encuentra con el presidente de la nación largando un speech que parece escrito por algún Aldo Rico de allá. Eso, al final, una vez que la Tierra de los Valientes se salvó de irse al tacho para siempre, empujada por unos asquerosos terroristas norcoreanos. Antes de eso había, como se dijo, un thriller que no sería nada del otro mundo, pero tampoco daba vergüenza. Hasta que empieza a darla.
Olympus Has Fallen es el título original. Olimpo cayó. El Olimpo es la Casa Blanca, obviously. El lugar donde habitan los dioses. Esos que se empeñan en salvar el mundo y no los dejan. ¿Quiénes no los dejan? Los terroristas, claro. Norcoreanos, en este caso. En algún momento, seguramente para evitar más bolonquis de los que ya tienen, se aclara que el gobierno del loco de Kim Jong-un no está detrás de esto. Con aclaraciones y todo, sigue asombrando la celeridad con que Hollywood profetiza, desde el formato de entretenimiento aparentemente más inofensivo, las fantasías que mañana mismo se apresta a cumplir. Pero bueno, por mucho que convenga estar alertas para que a uno no le metan el mensaje por el ojo, cinematográficamente hablando ése no es el problema de fondo de Ataque a la Casa Blanca. El problema es que aun en los momentos en los que mejor funciona (la primera mitad), la película dirigida por Antoine Fuqua no supera la condición de thriller eficiente.
El afroamericano Fuqua lo había hecho mucho mejor en Día de entrenamiento y Tirador y mucho peor en Asesinos sustitutos y Lágrimas del sol. Su buen pulso y sentido narrativo permiten mantener la tensión, durante el planteamiento y nudo de Ataque a la Casa Blanca. La secuencia del ataque está magníficamente concebida y ejecutada, con varios núcleos de atención que revelan de a poco, prolija e implacablemente, el objetivo y la escala del operativo. Hay una toma a sangre y fuego, un secuestro del más alto nivel y la demanda de que el comité de emergencia –presidido por... ¡el jefe de prensa de la presidencia!– devele los códigos nucleares top secret. De no hacerlo, los rehenes irán cayendo de a uno, incluyendo al presidente y la vicepresidenta. Y ojo que los captores no son gente de no cumplir lo que promete, como empiezan a demostrar en vivo y en directo.
El héroe, un ex comando y ex guardaespaldas presidencial que parece un John McClane sin sentido del humor, es el típico hijo pródigo, que para redimirse de una culpa relativa terminará abatiendo él solo al completo ejército rival, a la vez que rescata al hijo del presi. Musculoso sin pinta de patovica, al escocés Gerard Butler lo respalda un súper elenco, encabezado por el inevitable Morgan Freeman e incluyendo al siempre perfecto Aaron Eckhart, como Mr. President. Es de celebrar el regreso de la fibrosa Angela Bassett, que hace de ministra de Defensa. Cuando todos empiezan a competir para ver quién es más leal, patriota y corajudo, la cosa empieza a ponerse molesta. Hasta que se pone lisa y llanamente ridícula, entre lágrimas épicas, bravatas e inflamados recordatorios de que we are the ones and onlys, for ever and ever. Igualito que en Argo.