Algo les pasa a los estadounidenses con sus símbolos de poder, o bien lo que sucede es que el miedo del 11/S aún está presente y requiere de la catarsis del arte. El otrora pésimo y hoy correcto Roland Emmerich ha logrado aquí, combinando elementos de Avión presidencial, Duro de matar, su propia Día de la Independencia y más o menos todas las películas de acción que se han filmado en los últimos treinta años, un entretenimiento notable, con algo de filo e ideas políticas, cuyo mayor mérito es un logrado suspenso. Después, es cuestión de preguntarse qué trauma se está purgando y de ver que, debajo de la apariencia de buenos y malos, se esconde la desconfianza contra las propias instituciones, un síntoma mucho más amargo que merece un análisis -o una crítica- más largo. Algo sucede para que ya no haya terreno sagrado para Hollywood y para que el propio Estado sea poco confiable. Pero si no quiere pensar a la salida del cine, no importa: recibirá por su entrada exactamente lo que fue a buscar.