Madres decididas.
Tras los éxitos de Necrofobia (2014) y Hermanos de Sangre (2012), Daniel de la Vega regresa con otra gran propuesta de terror, que en esta oportunidad vuelve a homenajear a otros films del género utilizando ahora los elementos de las road movies para generar un efecto de celeridad en la acción con el fin de mantener en vilo al espectador.
Una madre huye con su hija de la ciudad para escapar del marido tras una traumática separación. Con sutileza y manejando lo no dicho, el film construye a una mujer cada vez más desesperada que intenta huir para aclarar su mente y proteger a su hija, no obstante en el camino la pequeña y otros dos niños son secuestrados por una antigua secta satánica que pretende realizar un ritual diabólico en el que las madres y los niños son las víctimas y protagonistas.
Desde el comienzo los homenajes y los detalles son los que construyen la historia y hacen avanzar la precipitada acción hacia los más oscuros resquicios de los temores de la madre de la niña secuestrada, Virginia (Julieta Cardinali). Un extraño y misterioso personaje que ayuda en el comienzo a la protagonista, cuando se le pincha un neumático en un camino de tierra, volverá una y otra vez a conducir a Virginia para empujarla hacia sus miedos y finalmente hacia un destino abismal. Tras un accidente automovilístico persiguiendo a los secuestradores, Virginia descubre que no es la única que busca a su hija desaparecida y así la pesquisa se convierte en un perverso juego de violencia y locura.
Ataúd Blanco: El Juego Diabólico (2016) se nutre de la acción para generar suspenso con los efectos justos y necesarios, contraponiendo el concepto de maternidad con el de inocencia para vincularlos a la locura de los sectarios que mantienen el control a través de la angustia. El guión de Adrián y Ramiro García Bogliano construye una historia sólida y aterradora con un remate interesante e inesperado, pero también con una crítica social y una postura filosófica nietzscheana que hace alusión al eterno retorno.
De la Vega consigue imponer un ritmo arrasador y desolador en un contexto baldío que combina los rituales telúricos, las características lóbregas de la religión y los detalles que denotan una antigüedad vetusta. Tampoco podemos olvidar la excelente fotografía de Alejandro Giuliani, una gran labor de sonido y de edición y la buena actuación de todo el elenco.
Este juego diabólico, que mezcla acertadamente lo lúdico con lo maligno, se suma a otras buenas propuestas de género que afortunadamente siguen ganando terreno en las pantallas y festivales gracias a su calidad y la minuciosidad de una esencia artesanal movilizada por la pasión y la prolijidad. La búsqueda del ataúd que nos propone De la Vega es un juego que vale la pena jugar.