APUESTA FALLIDA
En buena parte de la producción del cine argentino de terror y suspenso se percibe una diferencia bastante grande entre las intenciones y objetivos, y lo que finalmente se termina concretando. Es decir, hay muchas y múltiples ambiciones, pero todavía escasea la capacidad para llevarlas a buen puerto y entregar films realmente interesantes y atractivos, que a su vez sean capaces de interpelar a un público masivo. Ataúd blanco: el juego diabólico es un ejemplo bastante representativo de esta problemática, donde las herramientas no están a la altura de las metas.
El film de Daniel de la Vega (Necrofobia) se centra en Virginia (Julieta Cardinali), una madre a la que se le nota que junto a su hija está huyendo de algo o alguien. Luego de un grave accidente, se verá tratando de hacer lo imposible para rescatar a su hija secuestrada, obligada a participar de un juego macabro cuyo tablero es uno de esos pequeños pueblos perdidos al borde de las rutas argentinas. Hay indudablemente rasgos interesantes en el relato que construye Ataúd blanco: las sectas religiosas como entidades tan monolíticas como despiadadas; la figura materna puesta en crisis a partir de los obstáculos que se ve obligada a superar; la masculinidad como presencia condicionante y acechante para con la mujer; los niños como seres sometidos a las arbitrariedades y miserias del mundo adulto; e incluso ese ámbito rural, casi despoblado, desestabilizador y definitivamente hostil. Están todos los elementos como para ir delineando un film realmente movilizador.
Pero hay un inconveniente: nada en Ataúd blanco sale bien. Las actuaciones están todas fuera de tono y se nota que es más un problema de la dirección que de los intérpretes, que hacen lo que pueden; el montaje es sumamente confuso, llevando incluso a notorios errores de continuidad (es llamativo cómo de repente el auto de la protagonista pasa de estar en la ruta a un camino de tierra sin una composición de planos que muestre el cambio de espacio); el guión presenta una enorme cantidad de baches pero también de sobre-explicaciones, brindando diálogos donde la impostación parece ser la única norma; la puesta en escena nunca encuentra la tensión y el suspenso requeridos, dependiendo siempre de los golpes de efecto; hay pasajes que de tan incoherentes terminan siendo risibles; y el final, a pesar de ciertos riesgos que plantea desde su posicionamiento discursivo, carece de la verosimilitud necesaria. El film es un compendio absoluto de errores y elecciones incorrectas, un rompecabezas donde ninguna pieza encaja.
En Ataúd blanco se nota demasiado que se sabía qué se quería contar, pero no cómo, por lo que su apuesta -que es en sí un conjunto de pequeñas apuestas temáticas y formales- falla en toda regla. Con las intenciones no alcanza y lo único que queda es una película aburrida y deshilachada, que expone unos cuantos dilemas que atraviesa la producción del género de horror y suspenso en la Argentina.