Madre hay una sola
Virginia y su pequeña hija recorren la ruta de algún lugar mientras juegan a buscar palabras por asociación. Cuando la niña pronuncia el vocablo “padre”, el personaje interpretado por Julieta Cardinali cambia su actitud y de inmediato queda claro que algo no anda bien. Está huyendo de algo, pero nada comparado con lo que le depara el futuro inmediato.
Ataúd Blanco: El Juego Diabólico, dirigida por Daniel de la Vega (Necrofobia) y con guion de Adrián y Ramiro García Bogliano (Sudor Frío), tiene un primer momento en el que brinda información básica sobre los personajes centrales, y no se explayará más. Es suficiente para llegar rápido al raid que plantea pasada la breve calma inicial.
La hija de Virginia desaparece en una estación de servicio de un pueblo y entonces comienza una especie de road movie desesperada y a contrarreloj que incluye persecuciones, una secta satánica, resurrección, sangre, fuego y más sangre. Todo a un ritmo que apenas deja respirar a la protagonista y al espectador.
La fotografía y la manera en que está filmada la película son para destacar, sobre todo cuando se muestra la carretera o los primeros planos de la protagonista. Las actuaciones son funcionales al relato y Julieta Cardinali sale airosa de un papel a puro grito, llanto y despliegue físico.
Ataúd Blanco: El Juego Diabólico plantea un juego macabro con momentos de gore (mutilaciones, violencia explícita) que incomodan un poco más que dar miedo o impresión. Algo parecido ocurre cuando aparece en escena el personaje de Eleonora Wexler, otra madre en busca de su hijo desaparecido, que por momentos parece frágil y llorosa y en otros la protagonista de un filme de Tarantino.
El personaje misterioso que guía a Virginia en la búsqueda, interpretado por Rafael Ferro, resulta extraño desde que aparece en pantalla y está relacionado con varias de las situaciones más inverosímiles que tiene la película. Porque ese es uno de los aspectos flojos de Ataúd Blanco: la dificultad para ingresar en la historia y que sea verosímil.
La acción, tensión y ritmo de la cinta van llevando al espectador, pero hay fragmentos del relato que parecen traídos de los pelos sin mayor explicación.
El filme echa mano a recursos y escenarios mil veces vistos en películas de terror y no hay grandes sorpresas, pero la desesperación de esas madres en la búsqueda y el uso de niños para llegar al espectador, aunque arriesgado, funciona. Al menos de a ratos.
Por último, es para celebrar que filmes argentinos de terror como Ataúd Blanco estén en los cines comerciales. Sólo queda esperar a que se repita más a menudo.