Regresa a mi es la nueva película de Peter Hedges, que desde La extraña vida de Timothy Green (2012) no había vuelto a sentarse en la silla de director. Para su nuevo filme eligió como protagonistas a Julia Roberts y a su hijo Lucas, toda una promesa cumplida de la actuación que viene construyendo una interesante filmografía. La dupla protagónica no sólo resultó un hallazgo sino que básicamente son todo en la película. Julia Roberts logra una interpretación memorable, como hacía tiempo no se veía, y Lucas Hedges se consolida en su prometedora carrera. En Regresa a mi, Ben (Hedges) vuelve a su casa en la víspera de Navidad. Su madre Holly (Roberts) lo recibe feliz pero con el temor de que recaiga en sus adicciones. La condición de su hijo afecta a toda la familia y la tranquilidad del hogar se verá inevitablemente alterada. Roberts y Hedges se ponen al hombro la película y construyen personajes sensibles y complejos. La crudeza de la historia y el drama combinan a la perfección con el clima frío y nevado, a la vez que contrastan con el espíritu navideño del momento. El director logra retratar el flagelo de las adicciones en el seno familiar sin golpes bajos y corriéndose de un lugar moralista. Incluso se permite algunos momentos de humor. Lo que comienza como un drama sobre la drogadicción de a poco se va convirtiendo en algo parecido a un thriller. Es cuando la película da ese giro que pierde un poco el rumbo y no se sabe muy bien hacia dónde quiere ir, aunque al final sale airosa. La tensión de la cinta es una de sus grandes virtudes, tanto ante la posibilidad de una recaída de Ben como por los sucesos que tiene lugar promediando la película. Regresa a mi es eficaz a la hora de cumplir lo que se propone, tiene un guion agudo y actuaciones que lo son todo.
El Universo Cinematográfico de Marvel (UCM) alcanzó su punto más alto con el estreno de Avengers: Endgame. La película no sólo cumple con las expectativas, que eran muchas y muy altas, sino que las supera con creces. Si bien recientemente se conoció que Endgame no es la cinta que cierra la tercera fase del UCM –será Spider-Man: Far From Home–, sí es la despedida por la puerta grande de Los Vengadores. Quizá la película del arácnido que llegará a los cines en junio funcione como un epílogo de los hechos de Endgame. Pasaron cinco años de los eventos de Infinity War, donde Thanos reúne las Gemas del Infinito y elimina con un chasquido a la mitad de los seres vivos. Los superhéroes que sobrevivieron arrastran la carga de no haber podido detener al villano y el luto por los que ya no están. La aparición de Ant-Man y la posibilidad de viajar en el tiempo para revertir lo ocurrido reúne a los personajes y les devuelve la esperanza. Así es como Thor, Viuda Negra, Hulk, Ojos de Halcón, Capitán América y Iron Man se encuentran luego de años separados y con algunas tensiones por resolver (sobre todo entre “Cap” y Tony Stark). Los personajes que en Infinity War no tuvieron tanta participación, como el Capitán América o Viuda Negra, en Endgame desempeñan papeles cruciales. La película funciona como una síntesis perfecta de los personajes que vimos pasar a lo largo de las 21 películas anteriores. Todos confluyen en una trama que es clara pese a la complejidad de la cinta en particular y del UCM en general. Los viajes en el tiempo permiten recorrer momentos de películas anteriores y son un golpe al corazón para los fanáticos, con algunas apariciones y encuentros muy emotivos. Endgame dura unas imperceptibles tres horas. Es entretenida desde el minuto uno, no cae en ningún momento y sobre el final se despacha con una batalla épica, vertiginosa, con momentos súper emotivos y efectos especiales increíbles a los que ya estamos acostumbrados. La cinta de los hermanos Russo es una montaña rusa de emociones. En los 181 minutos que dura se puede pasar de la risa al llanto en un instante, sin que eso resulte extraño o forzado. Si es para ponerse quisquilloso, hay una escena en la batalla final que pretende ser un guiño al empoderamiento femenino. La situación termina quedando fuera lugar por estar demasiado subrayada. Por último, para los que suelen quedarse hasta que pasa el último crédito en la pantalla, no lo hagan: Endgame no trae escenas poscrédito. La decisión no hace más que generar más preguntas en torno a las películas que vendrán en la próxima fase del UCM. Difícil hacer especulaciones acá sin revelar lo que dejó la última Avengers que veremos.
Jackson Maine (Bradley Cooper) es un cantante de música country cuya carrera va en decadencia debido a su adicción al alcohol. Luego de un concierto conoce a Ally (Lady Gaga), una aspirante a cantante con un talento fuera de serie y se enamora perdidamente. Ambos comienzan a compartir shows y componer, aunque con el tiempo ella se convierte en una artista pop famosa mientras que él se dirige irremediablemente al ocaso de su carrera. La historia de Nace una estrella no es novedosa ni original (esta es la tercera vez que se adapta la película de 1937), pero en su debut como director, Bradley Cooper logra actualizar el clásico demostrando que vale la pena volver a contar la misma historia. La película tiene muchas cualidades y de seguro la encontraremos nominada a varios premios Oscar, pero si hay algo que se destaca es el trabajo de Lady Gaga. Si acaso hay una estrella, adelante y atrás de pantalla, es ella. Su mérito no sólo está en los momentos en que canta, aunque ahí es cuando brilla en todo su esplendor, sino también en los matices que le da a su personaje y a la transformación que va experimentando a lo largo del filme. Ojo, que no por eso la artista opaca a su coprotagonista. Bradley Cooper sorprende con sus performances sobre el escenario y conmueve en las escenas más dramáticas del filme. Los intercambios con Sam Elliott, que interpreta a su hermano, son para destacar. Porque si bien la participación de Elliott es menor en cuanto a minutos en pantalla, es enorme en términos actorales. Nace una estrella tiene una primera media hora perfecta y de ahí en adelante va perdiendo un poco de encanto, a la vez que el tono melodramático va ganando lugar. Sin embargo, el director demuestra una capacidad notable para narrar una historia de amor a través de los años y se toma su tiempo para hacerlo. En el primer tramo se destacan algunos toques de humor y sobre todo la química perfecta entre los protagonistas. El chispazo se siente desde el minuto uno, la tensión sexual y amorosa flota en el aire y las escenas que ambos comparten sobre el escenario son electrizantes. Bradley Cooper concibe escenas claves del filme con una sutileza que se agradece, como la primera vez que los personajes tienen sexo o un momento crucial al final. El director plantea una película que de a ratos se vuelve íntima, con logrados primeros planos de los personajes. Los picos más altos de la cinta están en los conciertos. Los actores interpretaron los temas en vivo durante el rodaje y eso se nota en el resultado final, ya que le da naturalidad a las performances y más libertad a los actores. Tanto Cooper como Gaga participaron en la creación de la banda sonora y hay varios temas que dan ganas de salir corriendo a escuchar tras salir del cine. Shallow sin lugar a dudas es la gran canción de la película.
Soledad tiene atrás dos apellidos de peso para los argentinos: Agustina Macri es la directora y Vera Spinetta la protagonista. La película sobre la anarquista María Soledad Rosas es una adaptación del libro Amor y anarquía de Martín Caparrós y es la primera ficción de la hija mayor del Presidente. Ambientada en los noventa, el filme recorre la transformación de una joven de clase media en una militante del anarquismo. Soledad realiza un viaje a Europa y en Italia conoce a un grupo de ocupas anarquistas a los que se une. Allí conoce a Edoardo Massari, con el que comienza una relación amorosa que junto a su creciente militancia la llevan a buscar la residencia definitiva en el país. Acusados injustamente de un atentado terrorista a un tren, la pareja termina en prisión. A partir de ese momento comienza el suplicio que terminaría convirtiendo a Soledad en un ícono del anarquismo. La película de Agustina Macri es sobria y por momentos algo distante, quizá demasiado. La sucesión de hechos desafortunados que vive Soledad no terminan de emocionar, incluso los más dramáticos. La transformación del personaje, que pasa de ser una jovencita de clase media sin mayores inquietudes a una férrea anarquista, resulta un tanto sutil si se tiene en cuenta el desenlace de la historia. Soledad hace especial hincapié en la historia de amor de la protagonista y Edoardo Massari (Giulio Maria Corso), y un poco menos en su conversión ideológica. La manera en que se aborda el anarquismo en la película es apenas a modo de contexto, casi para principiantes. No hay grandes discusiones ni diálogos sobre el movimiento salvo por algunas excepciones. Tampoco se refleja con intensidad la apropiación de esa forma de vida en la protagonista, por lo que cuesta imaginar cómo es que llega a tomar ciertas decisiones a lo largo de la historia. La actuación de Vera Spinetta está a la altura de las circunstancias, poniéndole el cuerpo al personaje hasta el punto de raparse la cabeza en cámara. Es justamente esa escena y las de Soledad caminando por una zona rural de Italia, de lo más bello de la película. La música es uno de los principales guiños para señalar la época. Soledad no se separa de su walkman y Matador de Los Fabulosos Cadillacs se convierte en un himno en el contexto del filme. El debut en ficción de Agustina Macri demuestra que es una directora para prestar atención en el futuro, aunque con Soledad luzca algo contenida.
Dolores Dreier tiene 21 años, está acusada de asesinar a su mejor amiga a sangre fría y vive encerrada mientras se desarrolla el juicio para determinar su inocencia o culpabilidad. Sus padres la acompañan como pueden y junto al abogado de la familia planifican hasta el mínimo detalle de su vida: cómo debe vestir, hablar y moverse para lucir inocente. Ella representa el papel sin chistar y pasa los días con la ayuda de pastillas y la compañía de su hermano menor. Afuera, los medios de comunicación hacen del caso una carnicería y, como suele pasar en la vida real cuando la acusada es una mujer, su nombre y cara está en todas las pantallas del país. Acusada, la nueva película de Gonzalo Tobal (Villegas, 2012), es un policial cuyo foco está puesto en los vínculos familiares y en cómo se ven trastocados cuando ocurre una situación límite. En un segundo término, la historia se enfoca en el proceso judicial y en los pormenores del caso. Lali Espósito, que se prueba por primera vez en un rol dramático para la pantalla grande, demuestra que es una actriz versátil y efectiva. La acompañan Leonardo Sbaraglia e Inés Estévez como los padres, Daniel Fanego en el papel del abogado y Gerardo Romano en el rol del fiscal, todos con actuaciones para destacar. Pero lo anterior no sólo es mérito de los actores, también lo es del director y de los escritores (el guion es responsabilidad del propio Tobal y Ulises Porra). Se nota que el director hizo la tarea, se metió en el universo de los abogados y caminó los tribunales. Los personajes están lejos de ser estereotipos y todo es verosímil en la historia. Acusada mantiene la tensión jugando con la posible inocencia o culpabilidad del personaje, a la vez que va reconstruyendo lo que ocurrió el día del crimen. El filme se vuelve de a ratos angustiante, casi opresivo, como si los espectadores compartiéramos con la protagonista el encierro. Y mientras en el juicio se busca determinar qué papel jugó Dolores en el asesinato, los medios de comunicación de la ficción se empachan hablando de la joven, que a las claras rinde más si se presume culpable. En Acusada, los programas de televisión y los televidentes tienen sus propias teorías sobre lo que pasó y poco importa la verdad y la Justicia en ese contexto. ¿Cómo era eso de que una persona es inocente hasta que se pruebe lo contrario?
Un grupo de investigadores envía un submarino a una profundidad nunca alcanzada por el hombre y la tripulación termina varada tras ser atacada por una criatura desconocida. Con el agua al cuello (metafóricamente hablando), un prestigioso oceanógrafo chino a cargo de la misión convoca al especialista Jonas Taylor (Jason Statham) para que traiga de vuelta a los científicos. La criatura en cuestión es un Megalodón, un tiburón prehistórico gigante que se pensaba extinto hasta que es liberado de las profundidades por estos investigadores. Es sabido que Jason Statham es mandado a hacer para la acción. Pero incluso cuando ese es su fuerte, en este filme su trabajo es decepcionante. El problema no sólo tiene que ver con su actuación: el guion no ayuda en absoluto con diálogos inverosímiles, trilladísimos y con una chispa que nunca termina de prender. Porque Megalodón tiene una clara intención de reírse de sí misma, de no tomarse del todo en serio, pero se queda a mitad de camino en su objetivo. La película tiene humor y una seguidilla de líneas pensadas para hacer reír, aunque pocas veces lo logra. De cualquier manera, se agradecen los destellos de humor y su liviandad manifiesta, de otra manera sería un calvario llegar hasta el final. Aunque se trata de una superproducción, los efectos especiales son desparejos y en ocasiones sorprendentemente malos (como en uno de los enfrentamientos “cuerpo a cuerpo” de Jason con la criatura). Por fuera del protagonista, que hace lo que puede con lo que tiene, los personajes son llanos y predecibles. La química entre Statham y Bingbing Li es nula y la actriz china no logra ser lo graciosa que sus parlamentos pretenden. Además de estar pintada y peinada durante las dos horas que dura la película. Labial a prueba de megalodones. Si te gustan las películas de tiburones, siempre se puede volver a la película de Steven Spielberg de 1975, o incluso a la saga Sharknado, que logra lo que Megalodón no: reírse de sí misma y que los espectadores también lo hagan.
Si Mentes poderosas hubiese estrenado hace una década quizá sería otro el cantar, pero todo indica que este intento por iniciar una nueva saga juvenil no resultará como esperaban. La película basada en la novela de Alexandra Bracken tiene un poco de todas las franquicias distópicas para jóvenes que vieron la luz en los últimos años, la mayoría de ellas muy logradas (Los juegos del hambre, Divergente, Mazze Runner). Pero lejos de aportar algo a lo que ya se vio sobre este subgénero, el filme resulta tan poco original como predecible. Una enfermedad mata al 98 por ciento de los niños y los que consiguen vivir desarrollan superpoderes. El estado se ve amenazado por este nuevo orden y decide encerrarlos, pero algunos logran escapar y forman un grupo para vivir al margen del sistema. La película recae en el personaje de Amandla Stenberg, Ruby, y en su partener amoroso Liam, interpretado por Harris Dickinson (Beach Rats. se puede ver en Netflix; Trust, disponible en Flow). El actor, que viene en ascenso y del que seguro escucharemos hablar en los próximos años, es de lo mejor de la cinta. Con pocos momentos de acción para destacar, la película comienza con una persecución de autos que deja mucho que desear. Quizá la única secuencia que se puede destacar en este sentido es una que tiene lugar en un campo donde se refugian los chicos, con una especie de soldados que tiran fuego por la boca. De a ratos, el filme coquetea con cierta oscuridad y se anima a escenas de violencia que en general están bien resueltas, pero al final se inclina por desarrollar la historia de amor entre los protagonistas, un romance que a pesar del buen trabajo de los actores no logra emocionar en ningún momento. Mentes poderosas es una película convencional y no termina de ser del todo entretenida. La trama avanza con torpeza y pretende contar mucho en poco tiempo. Para cuando llega el final, la intención de dejar abierta la posibilidad a una segunda parte es tan evidente que queda la sensación de que prendieron las luces en el cine antes del final de la película. Pero no.
Hace falta mucho para contrarrestar la ausencia de Meryl Streep en la segunda parte de Mamma Mía!. Y por más que hay varios motivos que salvan a esta secuela del fracaso, no son suficientes para equipararla con la de 2008. Tampoco ayuda que varios de los temas de Abba que suenan en esta oportunidad son menos populares, por lo que pierden un poco del efecto que sí logran los hits. Sobre todo para aquellos que no son seguidores de la música de la banda sueca. Waterloo, I have a dream, The name of the game, Dancing Queen, Super Trouper, Fernando y Mamma Mia son algunas de las canciones más conocidas que suenan en el filme. En Mamma Mia! Vamos otra vez pasaron cinco años desde que los tres potenciales padres de Sophie (Amanda Seyfried) desembarcaron en la isla Kalolairi. Ahora, Donna (Meryl Streep) pasó a mejor vida y su hija organiza un evento para reinaugurar el hotel y cumplir el sueño de su madre. La historia, que no propone grandes conflictos, va y viene en el tiempo. Por un lado el presente, con los preparativos para la inauguración y, por otro, los años ‘70, donde una joven Donna (muy buen trabajo de Lily James) llega por primera vez a la isla, tiene sus conocidas aventuras de verano y descubre que está embarazada. Si bien las versiones juveniles de los protagonistas están en general bien, la película es más efectiva cuando vuelve al presente. Stellan Skarsgard, Colin Firth y Pierce Brosnan tienen la capacidad de reirse de sí mismos y actúan con la naturalidad de viejos amigos. Algo parecido ocurre cuando aparecen las versiones actuales de las amigas de Donna, interpretadas por las actrices Julie Walters y Christine Baranski. Mamma Mia! Vamos otra vez no tiene escenas memorables como la de Pierce Brosnan y Meryl Streep cantando The winners take it all en la colina, pero sí logra emocionar y poner la piel de gallina en varios momentos. Por más odioso que sea seguir comparando, hay que mencionar que a diferencia de la primera cinta, que ponía en pantalla los paradisíacos paisajes de Grecia, en esta ocasión el filme fue rodado en Croacia por cuestiones presupuestarias. El cambio se nota y el paisaje ya no impacta de la misma manera. La incorporación de Cher al reparto aporta desde lo vocal pero resta desde lo actoral. La artista apenas se mueve, sus parlamentos no ayudan y la imposibilidad de gesticular tras tantas cirugías estéticas es llamativa. El final de la película es de lo mejor y llega con dos sorpresas que emocionan y divierten en partes iguales. Pero mejor no develarlo acá.
Paul Thomas Anderson viene siendo sistemáticamente ignorado por la Academia a la hora de entregar sus estatuillas, especialmente en las ternas mejor director, guión y película, en las que estuvo nominado en más de una ocasión. No fue sorpresa, entonces, que en la última ceremonia de los Oscar sólo ganara en una de las seis categorías en las que competía (mejor vestuario). Puede que El hilo fantasma no sea la mejor película del director a la fecha, pero sin dudas es de lo más destacado que se estrenó en el último año y una confirmación de que Anderson es uno de los cineastas estadounidenses más interesantes de esta época. Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis) es un modisto que viste a las personalidades más notables en la Londres de posguerra (1950). Trabaja en su casa y vive con su hermana y mano derecha Cyril (Lesley Manville). El protagonista es perfeccionista, extravagante, quisquilloso. Un genio sólo comprendido por su hermana y su fallecida madre, que tiene una influencia central en la vida y obra del artista. La planificada existencia de Woodcock se ve trastocada cuando aparece una mujer en su vida y se convierte en su amante y musa. En apariencia sencillo y sumiso, el personaje interpretado por la prácticamente desconocida Vicky Krieps va poniendo en jaque las estructuras del protagonista. El hilo fantasma es un melodrama con todas las letras, una historia de amor retorcida, atravesada por la obsesión. Si se tratara de un vestido, la película de Anderson sería uno de alta costura, elegante, soberbio, sensual. Con su papel de Reynolds Woodcock, Daniel Day-Lewis anunció su retiro de la actuación, y es justo decir que lo hizo por la puerta grande. Y aunque la Academia tomó la predecible decisión de premiar a Gary Oldman por su papel en Las horas más oscuras, lo cierto es que Day-Lewis hizo todo en este filme para sumar una estatuilla más a su repisa (ya ganó en tres oportunidades). El trabajo de Lesley Manville y Vicky Krieps también es excelente. Ambas componen personajes complejos y espinosos. Sobre todo Krieps, la musa del protagonista, que en principio se presenta como un personaje simple y poco a poco va creciendo en profundidad y perversidad hasta tomar el control de una manera inesperada. El hilo fantasma es la película más femenina que Paul Thomas Anderson ha hecho hasta el momento. La cinta tiene además una atmósfera íntima que le inyecta dramatismo y tensión a la trama, sumado a la bellísima banda sonora del músico de Radiohead, Jonny Greenwood, y a su ya mencionado genial elenco.
Jennifer y Francis Lawrence no tienen parentesco entre sí pero llevan recorridas muchas horas de rodaje juntos. La actriz y el director trabajaron codo a codo en las tres últimas películas de Los Juegos del Hambre y ahora se reencuentran en Operación Red Sparrow (gorrión rojo). En el filme, una bailarina clásica en Rusia se ve obligada a trabajar encubierta para el servicio de seguridad de su país. Dominika Egorova (Jennifer Lawrence) deja de lado sus zapatitos de ballet y se somete a un entrenamiento durísimo y humillante cuyo objetivo es convertirla en un arma de “seducción y manipulación”: una Red Sparrow. Ese es el punto de partida de este thriller de espías al que le sobran veinte minutos pero que igual mantiene la tensión (y atención), en gran medida gracias a los giros de la trama. Los diálogos de la cinta por momentos son naif y contrastan con el evidente deseo de hacer una película para adultos, con mucha desnudez y violencia. El entrenamiento y las “clases” a las que asiste la protagonista parecen sacados de una saga juvenil, casi como si se tratara de una parodia. Sumado al hecho de que resulta difícil imaginar la transformación de una bailarina clásica en la espía más picante en menos de lo que canta un gallo. Al comienzo la película sorprende con una cruda escena de abuso sexual y violencia. De ahí en adelante el recurso se profundiza y hay más desnudos, sangre y tortura sin sutilezas. Jennifer Lawrence le pone el cuerpo a la película en todos los sentidos, y una vez más demuestra ser una gran actriz. Sin embargo, de a ratos no parece sentirse cómoda como femme fatale, uno de los roles que deben tener las Red Sparrow. En este sentido y por más odiosa que sean las comparaciones, el papel de Charlize Theron en Atómica resulta mucho más impactante, sexy y empoderado de lo que “los Lawrence” (actriz y director) logran con Dominika Egorova. Operación Red Sparrow es una película de las que se olvidan poco después de abandonar la sala de cine, pero cumple como un filme de espionaje entretenido y sorprende por su nivel de perversidad. Están avisados.