En un contexto en el que las ficciones en torno al universo de las clases populares son producidas con la estética, la lógica y la ideología de las dominantes, las películas de César González se erigen como necesaria alternativa. En este caso, este artista de apenas 29 años nacido en la villa Carlos Gardel del partido de Morón, que también ha asumido la identidad de Camilo Blajaquis cuando escribió poesía, arma una historia con varias capas que se desarrolla en ambientes que conoce de cerca.
El centro de gravedad es el derrotero zigzagueante de una joven que sale en libertad después de cumplir una condena en el penal de Ezeiza y tiene que buscarse la vida como puede, sin demasiada colaboración ni oportunidades al alcance de la mano. Pero González abre la narración como un delta cuyos brazos terminan confluyendo en un mismo lugar: los sinsabores de la realidad periférica. También altera adrede el raccord y el eje de acción, estableciendo de ese modo su propio modelo narrativo. Al margen de la alusión a la mitología griega en el nombre de la protagonista (Perséfone, hija de Zeus, y Deméter, reina del Inframundo), aparecen en los agradecimientos de este singular largometraje Roberto Rossellini, Robert Bresson, Kenji Mizoguchi, Serguei Einsenstein, Fernando Birri y Raymundo Gleyzer. Una tradición híbrida, inventada por un cineasta al que le sobra personalidad.