La Perséfone que César González retrata en Atenas consigue abandonar el inframundo como su antecesora griega pero, a diferencia de la esposa a la fuerza de Hades, la joven oriunda de la villa Puerta de Hierro no reencuentra a su madre ni conoce paz alguna entre los mortales. Al contrario, el personaje a cargo de Débora González deambula entre infiernos de modo inexorable. Y si bien otra mujer intenta rescatarla de un destino trágico, esta intervención solidaria no parece apiadar a los dioses.
Antes que adaptación contemporánea del mito griego, Atenas ofrece una semblanza de la mujer villera en una sociedad patriarcal, racista, clasista. Desde esta perspectiva, la Buenos Aires del siglo XXI se revela menos alejada de lo que parece de la denominada Cuna de Occidente: aquí y ahora, como allá y entonces, existen ciudadanos privilegiados y marginados, y esta segregación impacta notablemente sobre la población femenina.
En la ciudad Estado ambientada en el partido de Morón, Perséfone es –además de mujer– extranjera por partida doble: se crió en La Matanza y llega desde (la cárcel de) Ezeiza. Débora González transmite con sobriedad el desamparo y la resignación de su personaje. Nazarena Moreno encarna a la contrafigura, Juana, que se convierte en aliada de la protagonista. Asoma entonces cierta representación de la tan mentada sororidad.
Dicho esto, César González evita el lugar común que presenta a las mujeres como destinatarias exclusivas de la violencia machista. El poeta y realizador señala a los pibes y a los trabajadores informales entre otras víctimas del abuso de poder que ejercen los argentinos blancos, “derechos y humanos” como se definían en tiempos de dictadura. Por otra parte, la caracterización de la psicóloga que monitorea la reinserción social de ex convictas recuerda que el patriarcado también cuenta con soldados de género femenino.
En esta Atenas villera, habita un albañil de nombre Hefesto, como el dios de los herreros, los escultores, los artesanos. Este hombre robusto también padece el maltrato del prototipo de varón que pertenece a la clase patronal de nuestro país.
En esta Atenas villera, los ciudadanos de segunda sobreviven gracias a la red solidaria que tejen a diario vecinos históricos y aquéllos nuevos como Mustafá. A juzgar por algunos planos, también ayuda la fe depositada en Evita, el Che Guevara, Rodolfo Walsh, el Padre Mugica, la Madre Teresa de Calcuta entre otros semidioses.
Roberto Rossellini, Sergei Eisenstein, Kenzi Mizoguchi, Robert Bresson, Jean-Luc Godard, Fernando Birri, Raymundo Gleyzer, Glauber Rocha, Jean Rouch, Charles Burnett, Agnès Varda figuran en los créditos del film, bajo la sección Agradecimiento especial. Seguro, hay un poco de estos realizadores, de su manera de concebir la fotografía y el cine en la cuarta película de González. Algunos espectadores también pensamos en otro compatriota: Raúl Perrone.
Años atrás, cuando le pidieron que identificara “el mayor problema del cine latinoamericano”, Lucrecia Martel contestó: “que todos los films son hechos por gente de clase media alta… Si otras clases sociales llegaran al cine, tendríamos más variedad. Esto está cambiando con sistemas alternativos de proyección y tecnología. Además es posible trabajar con presupuestos chicos. Sin embargo, todavía no aparecen resultados que reviertan la tendencia”.
Justo en aquel 2013, César González estrenó su opera prima Diagnóstico Esperanza. La cineasta salteña no podía adivinar entonces que ese largometraje inauguraría una filmografía que parece destinada a saldar cierta deuda histórica con la diversidad cultural.