Los rostros de la desigualdad
La tragedia de la pobreza o la pobreza de la tragedia, parece un juego de palabras antojadizo pero en el caso de Atenas, opus de César González, encaja. Y si se trata de tragedia demás está decir que la historia de Perséfone (Débora González) no tiene su happy ending.
La traspolación al conurbano profundo genera el escenario ideal para desarrollar esta trágica desventura que vive la protagonista una vez salida de la cárcel de Ezeiza, tras cumplir su condena de 4 años y 6 meses por robo a mano armada. El choque de mundos, el de adentro y fuera de los barrotes, trae como corolario el apunte de la actualidad más radical por ejemplo cuando se entera que para viajar en colectivo necesita la Sube y que no alcanza con tener monedas. También, rápidamente se cuela por ese resquicio del cine de denuncia social la irrecuperable socialización e inserción, el ahogo que genera la falta de segundas oportunidades cuando todo el panorama es oscuro; todo lo que rodea a la protagonista está teñido de amenaza, y mucha incertidumbre cuando decide sentar cabeza y no “bardearla” de nuevo.
En Atenas desfilan los rostros de la desigualdad, los villanos viven bien y hasta gastan dinero, participan de negocios de trata por ejemplo, aprovechando la vulnerabilidad de víctimas de la desesperación como Perséfone y millones que arrastran esa nefasta herencia de nacer pobres.
El discurso es enfático desde los diálogos que por momentos reconocen algunas influencias de cineastas como José Celestino Campusano, aunque César González va por otro andarivel con el cine como pretexto del discurso político y la cámara como martillo para romper una institucionalización de la mirada sobre este tipo de tópicos urgentes que se quedan cortos en el planteo profundo.
Tragedia de la vida moderna si las hay, eso es Atenas (muy lejos de la mítica ciudad griega), con alguna intensidad y ritmo sostenido en la trama que hace de la villa y su realidad un espacio cinematográfico poco explotado pero que a la hora de buscarle algún efecto en el cambio de percepción de la mirada, la reflexión sobre un estado acuciante de crisis, no hace más que afianzar estereotipos tanto de un lado como del otro.