Atenas

Crítica de Rocío Belén Rivera - Fancinema

POR ESOS GRITOS QUE NO SE GRITAN, POR ESAS CHICAS QUE NO SE BUSCAN

Corría el año 2005 en Argentina. Como país recién salíamos de una crisis política económica y social garrafal, teníamos un presidente electo hace dos años que venía a proponernos un sueño y que sucedía a cinco presidentes que hicieron “ring raje” cuando las papas quemaban. Todo marchaba hacia una reorganización de las diferentes clases sociales argentinas, pero siempre faltan “cinco pal peso” porque siempre están los que dentro de este sistema capitalista explotador queda afuera: aquí en Buenos Aires, uno de esos marginados son los autodenominados “villeros”. La villa se convirtió en un lugar de pertenencia para quienes la habitan, con sus propios códigos, sus propias costumbres, su propio lenguaje, su propia impronta. De esta subcultura dentro de la cultura argentina, se desprende uno de los personajes, a mi entender, más ricos de los últimos años dentro del circuito cultural argentino: César González, alias Camilo Blajaquis, un “poeta villero” que, al caer “en cana”, pudo acceder a libros, autores, cineastas, conocimientos que quizá de otra forma no hubiese podido conocer. González se inicia realizando poemas y fundando la revista cultural ¿Todo piola? Al salir de la cárcel, comienza a cursar la carrera de Letras en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y su mundo se expande no solo a los libros (ya lleva editado tres), sino a otro lenguaje artístico: el cine. Hoy me ocupa hablar de su último film, Atenas, pero advierto que este artículo será más que subjetivo y con citas a las anteriores obras de González, ya que todo se relaciona y nos permite apreciar su poética que tanto atrapa y gusta a quien escribe estas líneas.

González nos presenta nuevamente una historia de villeros, en este caso centrada en una figura femenina que recién sale de la cárcel: Perséfones. Esta muchacha realiza un camino del héroe a lo algo del film, buscando rehacer su corta vida de 20 años luego de estar 4 años y 6 meses presa. Entonces el relato nos introduce no solo a la historia de Perse, sino también a una denuncia no explicita, pero sí muy clara: el abandono de las instituciones sobre los individuos más vulnerables de nuestra sociedad. Perse es dejada a la deriva, sin un lugar donde poder quedarse, reacomodarse y acostumbrarse a este nuevo mundo y barrio que encuentra (pensemos que hace cuatro años era el 2015 y el boleto de colectivo salía menos de 5 pesos, así de cambiante es nuestro país). Sin familia, sin amigos que puedan ayudarla de forma permanente, Perse encuentra quien la ayuda de forma desinteresada: Juana es otra ex presa que conoce en la psicóloga a la que ambas deben asistir como parte del supuesto acompañamiento que el estado hace a las ex presidiarias.

Ambas intentan reconstruir sus vidas, buscar un trabajo y establecerse. Es en este punto donde González nos introduce a otra problemática a modo de denuncia: la segregación no solo a quienes viven en la villa sino también a quienes presentan antecedentes penales, por lo que me pregunto ¿Cómo se garantiza la reinserción de los expresidiarios y se le exige que consigan trabajo, si el propio Estado no garantiza las condiciones necesarias para que tal hecho se lleve a cabo? A nuestras dos protagonistas no las contratan casi en ningún trabajo (si logran conseguir empleo es muy mal remunerado e informal), primero por ser de la villa y segundo por haber estado presas. Este estilo de situación ya ha sido expuesto por González en sus otras producciones audiovisuales, ya sean en sus cortometrajes e incluso en su primer largometraje, Diagnóstico Esperanza, donde la dicotomía del adentro y el afuera de la villa marca la falta de oportunidades y la desigualdad en cualquier arista del campo laboral.

La cotidianeidad de la vida en la villa (en este caso Puerta de Hierro, no la villa Carlos Gardel, cuna de sus primeras locaciones de este director) también es mostrada de forma orgánica y natural por la película: la vemos mientras los niños juegan en la calle, mientras Perse y Juana caminan yendo a buscar trabajo o porque la cámara, cual testigo, nos muestra los acontecimientos más comunes de la dinámica villera. Preponderando la cámara fija, pero con largos y hermosos planos de nucas caminando (a lo Jean Seberg de Godard), González nos da una panorámica real de como es el paisaje de la villa: como son sus suelos, sus paredes, sus viviendas, sus puertas, sus calles, sus negocios. No hay puesta en escena, no hay decorados, no hay actores profesionales, no hay exageraciones, ni victimizaciones. Hay pura mostración de una realidad distinta del espectador de clase media o clase media alta que seguramente se siente en el cine a ver este film. Es una realidad más dura, más injusta, pero realidad al fin y merece ser contada y vista tal y como es, no con los estereotipos del villero que circulan en el imaginario colectivo, de ese que un decorado que Pol-ka nos vendió. También, como es característico de este director, predomina un sonido ambiente crudo, poca música diegética o extra diegética acompaña las acciones, pero cuando lo hace es pertinente y atinada.

Entonces, para cerrar e invitar al lector a tomar conciencia de otra denuncia que González cree necesario que el film porte (y realmente es así), nos introduce en el desenlace de Perse, no lo muestra, no lo dramatiza, pero es evidente y cala en los huesos: Perse no está. Nos enteremos que pasan los días y ella no vuelve a aparecer en lo que resta del film. ¿Quién vela por estas chicas a las que nadie busca y a las que el Estado debía asegurar su reinserción? ¿Cómo denuncian aquellos que no tienen la voz lo suficientemente alta porque la sociedad los arrinconó entre paredes de monoblocks y hacinamientos humanos? ¿Cómo denuncian una injusticia más aquellos a los que se los estigmatiza de parte de los males que aquejan a nuestras sociedades?

El film no nos da ninguna respuesta, solo nos instala el malestar y las preguntas que son necesarias hacerse. Emma Goldman, una de las primeras escritoras anarco-feministas publicadas y reconocidas, postula la idea de que a mayor cantidad de instituciones que controlen la sociedad, mayores son los males que la aquejan: crecen las injusticias, crecen las desigualdades, crece el hambre, la pobreza y la equivoca distribución de la riqueza. Es un análisis válido, que si lo traducimos a las dos situaciones más problemáticas que plantea el film, la teoría de Goldman aplica: hay mayor número de policías, cárceles, gendarmes en la calle pero el número de asaltos, crímenes y delitos aumenta cada día; hasta hace poco había distintas herramientas del Estado que ayudaban y buscaban combatir la violencia de género hacia las mujeres (la línea 144 que fue cerrada, las comisarias de la mujer, etcétera) y los casos de femicidios conocidos aumenta año tras años y ni hablar de los casos que no tienen voz, los casos que suceden en zonas marginadas como las villas de la Ciudad y la provincia de Buenos Aires o en pueblos aislados y remotos de nuestra enorme e inabarcable Argentina. Eso nos trae el film, y en general, el arte de González, ya sean sus escritos o sus películas: la incómoda situación de golpearnos contra una realidad que nos azota, que nos mata, que reproduce las desigualdades de las que tantas veces nos quejamos. Es un arte político al estilo de las vanguardias históricas, del cine soviético, del neorrealismo italiano o de la nouvelle vague: viene a denunciar lo que el hombre le hace al hombre, viene a refregarnos en la cara lo que muchas veces elegimos no ver con tal de mantener esa falaz comodidad de quien está afuera de la villa, pero que vive dentro de la dominación del mismo sistema. No ingenuamente en los agradecimientos del film, el director cita a Rosellini, Eisenstein, Bresson, Gleyzer, Vardá… Y González lo logra, otra vez.