NOS UNE EL SUFRIMIENTO ACADÉMICO, Y LAS HORAS DE ESTUDIO Como podemos apreciar, la virulencia actual que vive nuestra sociedad de mostrar problemáticas, temáticas y otras hierbas antes dejadas de lado por los discursos públicos en los distintos ámbitos de la esfera social, también ha arribado al cine. Que un documental tematice sobre la extenuante instancia de finales orales obligatorios, que tan acostumbrados nos tienen las universidades públicas y de calidad de nuestro país es una empresa para festejar. Quien escribe transitó su camino universitario de una hermosa carrera, pero muy dolorosa al mismo tiempo: tenía más del 80% de finales orales obligatorios. El recuerdo traumático y los malos tragos quedaron, junto con satisfacciones también, pero esta nostalgia estudiantil se revivió en recuerdos y en carne propia con Las dacultades, ópera prima de Eloisa Solaas. Recopilando con una cámara intrusa el antes, durante y después de una seguidilla de finales orales dados en distintas facultades de la Universidad de Buenos Aires (Derecho, Filosofía y Letras, FADU, Sociología, Física, Agronomía y Medicina) y visibilizando también el seguimiento de una modalidad de estudio particular, como es la educación superior en contextos de encierro, Solaas permite a los espectadores un recorrido cercano, natural y sobre todo empático de todos los estadíos anímicos que pasan los estudiantes de los estudios superiores. Es interesante cómo se capta la especificidad de cada modalidad de examen: por ejemplo, en Derecho, el final emprende la tarea de emular la dinámica de un juicio, con sus partes (vestidas acorde al estereotipo de abogado que circula en nuestra sociedad), así como también con veredictos y estrategias jurídicas que se explicitarán y apelarán como sucedería en un juicio, junto, claramente, con la corrección de los mismos por parte de los profesores; en Medicina, la modalidad de examen pasa por distintas etapas que componen el quehacer médico como son análisis de radiografías y examen de las partes de un cadáver, un ping pong de preguntas rápidas, entre otros puntos. Todo lo mostrado hasta aquí nos permite contraponer cómo esta modalidad de examen riguroso, con un protocolo que se repite en las distintas facultades (exposición, pregunta, repregunta) llevado a cabo por la Universidad de Buenos Aires, no es similar en la lógica de examen dentro de una cárcel, donde si bien la exigencia académica se respeta, la instancia es más relajada y distendida. El alumno que la película muestra está tomando mate junto con la profesora que lo evalúa, camina mientras explica, siendo esta instancia evaluadora otra etapa de aprendizaje que culmina la trayectoria estudiantil de una materia, más que un momento definitorio donde se pone a prueba cuánto aprendió cada alumno de forma definitoria y muchas veces punitiva. El documental también muestra la cocina estudiantil de algunos alumnos en el momento preparatorio de un final: cómo se puede estudiar de forma solitaria o en grupos, las horas llenas de mates, apuntes, libros, computadoras, charlas y discusiones intelectuales que componen una fórmula de estudio más que conocida por todos aquellos que hemos transitado las instituciones universitarias. Lo atractivo de este planteo que propone Las facultades es que no se detiene tanto en los saberes teóricos que las distintas carreras y exámenes podrían ofrecer, sino que se pondera la instancia emocional que esta modalidad evaluadora representa para los alumnos, los nervios que despiertan, las voces temblorosas, las manos que tiemblan, la duda existencial que se despierta ante la repregunta de los docentes. Interesante ejercicio de mostración de una situación que podría parecer banal a los ojos del conjunto de la sociedad pero que es más que habitual en la vida académica de las universidades nacionales y que puede llegar a significar dolorosas instancias ánimas para con los estudiantes, y que pocas personas advierten o problematizan al momento de reflexionar la propia trayectoria académica, durante y luego de finalizarla. Esta ópera prima de Solaas deviene en un gran homenaje al cine documental de Wiseman, quien sin necesidad de agregar más explicación que aquello que la cámara toma cual testigo silencioso, cuenta una historia a la perfección. Por último, se destaca que esta directora debutante se toma una atribución que funciona como un guiño a los cinéfilos que vean la película: la estudiante de filosofía que el documental nos muestra es la actriz y directora María Alché. Como puaner, sufrida y egresada de esa casa de estudio, la gloriosa Facultad de Filosofía y Letras -entre amigos, simplemente Puán- digo y repito: los puaners estamos en todos lados, incluso, en un documental sobre facultades; incluso, escribiendo críticas sobre ese documental.
TODA MÚSICA ES POLÍTICA Crear, filmar, sobrevivir, hacer, no olvidar las raíces, evolucionar, volver a casa. Hacerse escuchar, hacerse notar, hacer ruido… y no solo musicalmente. Nos estamos refiriendo a M.I.A, la artista, cantante, directora de cine, multifacética. De nombre original Mathangi “Maya” Arulpragasam, conoceremos más de su vida, su trayectoria y la impronta profundamente política y personal que traspasa todas y cada una de las disciplinas que ha trabajado esta artista que se ha criado en Sri Lanka, estado atravesado por una guerra civil interminable, en la que su familia tendría un papel importante gracias al documental dirigido por Stephen Loveridge titulado Matangi / Maya / M.I.A. Esta situación y su posterior exilio a Londres, marcarán las formas y los sentidos políticos de las expresiones artísticas de M.I.A. El documental es interesante desde el planteo que propone para conocer a Maya, ya que no es solamente a través de la palabra directa de la propia artista, sino que fundamentalmente se da a conocer a Matangi desde su propia producción, desde aquella que ha sido su rama artística inaugural: el documentalismo. A través de videos caseros grabados por ella misma, conoceremos la cotidianeidad, la producción estética, los intereses, deseos, sufrimientos y frustraciones que M.I.A fue atravesando en su camino a convertirse en la artista que es actualmente. En este recorrido, la Maya más actual acompaña los propios fragmentos fílmicos con una voz en off explicativa del detrás de escena de esas mismas secuencias y como estas aportaron en su formación y en su camino de descubrimiento político ideológico que acompañará sus producciones. De esta forma conoceremos el antes (Matangi), durante (Maya) y el después de la conformación de una artista internacionalmente conocida y polémica al mismo tiempo (M.I.A). De esta forma, no solo nos muestra el film cómo M.I.A fue encontrando una voz y una forma artística propias, sino también cómo la propia historia cultural de su familia, su país y su colectivo emigrado y reunido en Londres la han llevado a cargar, sobretodo en la lírica de sus canciones, con un fuerte sentimiento de denuncia de la situación de violencia intrínseca que ha sufrido su país de origen y las dificultades que han tenido que sufrir aquellos, que como su familia, han podido emigrar y encontrar refugio en otras ciudades. Todo esto no solo se lo ve a través del soundtrack que acompaña las imágenes sino también documentado en las diferentes secuencias filmadas de la cantante volviendo a su pueblo natal, reencontrándose con su familia, con su padre, un conocido dirigente del movimiento de liberación llamado Tigres de Liberación del Eelam Tamil, que estuvo activo desde su fundación en 1976 hasta el fin de la guerra civil en 2009 y nunca abandonó Sri Lanka, estando alejado de su familia durante el exilio de la misma. Lo mismo descubrimos a través de la voz de Maya, que explica por momentos las imágenes que se observa: cómo fue abandonar su casa, cómo recibió Londres a su familia y cómo sufrían la discriminación de ser refugiados en un país ajeno a sus problemáticas. Matangi / Maya / M.I.A es un interesante abordaje de una figura artística compleja y completa, como, tanto a través de la propia producción de la artista como de la necesidad de esta cantante de explicar su devenir en distintas disciplinas para expresar su posición político, su forma de entender el arte y su pensamiento sobre las cosas que la rodean.
MEMORIA DE MI EXILIO TRISTE La década de 1970 fue una época sangrienta, injusta y dolorosa para toda la región de América del Sur. Gracias a la nunca pedida intervención de la mano invisible de EE.UU., la mayor parte de los países de esta parte del mundo comenzaron en esta década una carrera cruenta para ver quien poseía el régimen más fascista de la región: dictaduras signadas por censuras, torturas, asesinatos, violación de los derechos humanos, todo un aparato represivo y asesino impulsado por los estados desplazados de la lógica democrática. En el imaginario colectivo de Latinoamérica resuenan los nombres de Pinochet o Videla, como ejemplos de los más oscuros momentos, pero países como Uruguay también sufrieron regímenes totalitarios que escaparon de toda legalidad. Atravesada por la música, el arte, la militancia y la nostalgia del exilio que inunda toda la región del Río de la Plata, Ausencia de mí, de Melina Terribili, expone cómo vivió el músico y activista político Alfredo Zitarrosa su exilio forzado del Uruguay entre los años 1976 y 1984. Desde su voz en off, Zitarrosa narra en primera persona cómo fue la idea, la concreción y el padecimiento de sus años de exilio y desexilio posterior. Narrada desde un lenguaje poético, la película registra a modo de diario intimo histórico charlas telefónicas, pensamientos, reflexiones artísticas y políticas de la situación que atraviesa su país y el mundo en general, lo que hace necesario destacar que la década de 1970 y 1980 estuvieron signadas por el terrorismo de Estado y una violencia intrínseca entre fracciones políticas e ideológicas opuestas a todo lo ancho y largo del mundo. Con imágenes de archivo extraídas de filmaciones caseras del devenir familiar en la dinámica del exilio, el film nos enmarca en un viaje en el tiempo donde el malestar político, el activismo ideológico, la militancia por un mundo mejor y la creencia en un arte en pos de la justicia social eran moneda corriente. Zitarrosa nos ofrece desde una voz de antaño reflexiones más que interesantes y oportunas de la labor de los artistas, y de las causas y consecuencia de las políticas internacionales de intolerancia que hicieron factible su exilio forzado a diferentes países del mundo. A estas apreciaciones subjetivas que el cantautor nos ofrece desde su voz en off y sus filmaciones caseras, el documental le suma un registro del trabajo de investigación y conservación de estos cuadernos de notas, cintas fílmicas, volantes, pósters y demás que el archivo Zitarrosa cuida de forma dedicada. Esto nos da cuenta de la importancia de la perpetuación y cuidado de la memoria histórico-política de un país sobre los sucesos de su pasado, y cómo dentro de este archivo colectivo, el arte y las expresiones artísticas en general devienen en un material de suma importancia histórica. Sencillo, honesto y nostálgico, Ausencia de mí se suma a la lista de producciones necesarias para el mantenimiento y la reflexión de nuestro pasado reciente, porque un pueblo sin memoria está destinado a cometer los mismos errores. Yo quiero creer que algún día dejaremos de hacerlo, y que el arte ahí, habrá jugado un rol más que importante.
NI UNA MENOS, MIRÁ COMO NOS PONEMOS Hasta hace no muchos años atrás aquellos crímenes que hoy denominamos femicidios eran erróneamente llamados crímenes pasionales. Somos seres del lenguaje y denominar las cosas con un nombre o concepto u otro, nos marca de qué lado ideológico estamos. No es lo mismo crimen pasional, que romantiza y mesura un asesinato, que femicidio, que establece la problemática respecto a las mujeres como las grandes victimas del sistema patriarcal en el que vivimos. Este es uno de los focos de Femicidio. Un caso, múltiples luchas, documental de Mara Avila que además nos trae a la memoria el asesinato de su madre a manos de su pareja y el análisis que años después ella pudo realizar de tal hecho. Mara nos habla desde la primera persona, nos cuenta cómo fue el momento en el que se enteró de la muerte de su madre, cómo fue procesarlo, qué pensamientos le suscitaron, como fueron los momentos posteriores. Y aquí recae la riqueza del documental: es honesto, desde la inexperiencia de quien realiza un documental no por cineasta sino porque quiere darle voz a quienes ya no tienen voz, mostrando la contradicción de sentimientos hacia su madre, la depresión por la que tuvo que pasar hasta obtener la fuerza de transformar la tragedia en lucha y reivindicación. Mara nos cuenta también cómo pudo capitalizar el dolor y la tragedia de no tener más a su madre en su tesis de grado de la carrera de comunicación, analizando cómo los medios habían tratado el femicidio de María Elena. Entonces el film nos traslada al año 2005 y nos espanta al exponer cómo los medios manejaron la noticia: categorizando el crimen como “pasional”, poniendo en duda el accionar de la víctima, explicitando “que él se enojó porque ella, siendo más joven, seguro lo querría dejar por otro”. Si bien los medios siguen repitiendo formulas iguales de nefastas, es verdad también que 14 años después la sociedad ha cambiado y ya no se aceptan tales formulas mediáticas, sino que se las escracha y se las repudia. Algo la sociedad avanzó, aunque aún nos falta. Con imágenes de Mara en su vida cotidiana, bailando, realizando el documental, visitando a la familia, en su investigación de archivo y demás, el documental nos muestra cómo es la cotidianeidad de quien ha perdido injustamente a un ser querido; y cómo eso repercute a lo largo de su vida, cómo la injusticia y la impotencia de enterarse que el asesino de su madre quedó en libertad sin cumplir la pena, es también un momento de quiebre en la estabilidad emocional que se puede conseguir luego de pasar una tragedia como la que vivió. El feminismo, la sororidad de familiares, alumnas de su madre, amigas y compañeras de militancia por la igualdad de género, le han dado a Mara una red de contención que le ha permitido alzar la voz, por su madre y por todas aquellas mujeres victimas de la violencia machista y de la justicia patriarcal. Entender que la lucha y el dolor es colectivo, es un motor para seguir en el camino de transformación social que estamos llevando a cabo. Es contradictorio tener que escribirlo, porque desearía que no haya más femicidios, pero es necesario que más casos como el de María Elena no sean olvidados, porque un pueblo sin memoria está destinado a cometer los mismos errores. Lamentablemente en lo que va del 2019 (67 días) hubo 54 femicidios conocidos y relevados por los medios de comunicación, enterarse de estos asesinatos llena de bronca y frustración, pero enseguida sabemos que la lucha sigue y que el cambio y la revolución igualitaria es más lenta de lo que quisiéramos, pero que se está dando, se está dando.
¡MIRÁ DE QUIÉN TE BURLASTE, VOS! Los documentales en el cine argentino, y aquí me planto con una subjetividad tan explicita porque me llena de orgullo argento, son una fuerte herramienta de contacto con la realidad social de nuestro país. Gracias a esta breve columna que escribo casi todas las semanas, he tenido el gusto de escribir sobre muchos documentales estrenados de hace tres o cuatro años para acá, y siempre me educan y me enriquecen tanto como ir a estudiar a alguna institución. Esta vez me toca tan de cerca porque el recientemente estrenado documental Reina de Corazones, de Guillermo Bergandi, nos trae la historia, no tan difundida mediáticamente, de la Cooperativa Art/Tv Trans, formada por un grupo de travestis que iremos conociendo a lo largo de la película. A través de los relatos de cada una de las protagonistas de esta historia de militancia, reivindicación de derechos, lucha por la equidad y el orgullo de la disidencia, el documental nos muestra una veta no tan difundida ni representada por los medios hegemónicos de comunicación, al travesti como un sujeto político, un sujeto preparado y conocedor de todos los derechos que le han sido vetados o por lo menos dificultados a lo largo de su vida. Acceder al sistema educativo, respetar la propia identidad, acceso a un trabajo digno y correctamente remunerado, son algunas de las problemáticas que más padecen los miembros de la comunidad trans, aún victimas de un sistema patriarcal regido por la censura, la heteronormatividad y la expulsión de todo aquel que escape a las normas y estereotipos sociales que rigen nuestras sociedades de consumo. Además de estos relatos personales de cada una de las travestis que aparecen en el film, el documental nos ofrece escenas de la bambalinas de las tomas y fragmentos de grabaciones caseras que ayudan a completar los relatos de la historia de cada personaje y de la cooperativa en sí. A pesar de todas estas problemáticas sociales y de la falta de políticas estatales que garanticen el acceso y la inversión de la comunidad trans a las ofertas laborales del mercado (la ley de cupo trans sólo se legisló en la provincia de Buenos Aires, y quedó como proyecto a nivel nacional), generalmente los estereotipos del trans que vemos en las producciones audiovisuales suelen ser más bien un personaje burlesco o sumergido en la marginalidad de la prostitución y el submundo de los excluidos. Esa imagen vende y ayuda a mantener el statu quo de un sistema social y económico desigual, porque escinde al trans de su configuración de sujeto político con derechos iguales a los de todos los ciudadanos que vivimos, como mínimo, en nuestro país. Pero Reina de corazones nos viene a traer la otra historia, tan verdadera y valedera como otras, que es la de las trans organizadas, informadas, militantes y llenas de energía que trabajan en pos de una equidad social y que utilizan el arte como forma de visibilización y de sustento para sus vidas. Esta es la historia de la Cooperativa Art/Tv Trans, una de las primeras cooperativas trans de Latinoamérica, que organiza el trabajo alrededor de la producción y puesta en escena de obras de teatro con temáticas travestis. Derribando estereotipos, visibilizando desigualdades, dando a conocer las problemáticas sociales de este colectivo, la cooperativa ha logrado notoria visibilidad, teniendo varias obras reconocidas en cartel y logrando ser reconocida como de interés para la promoción y defensa de los derechos humanos por la Legislatura Porteña. Es más que necesario que se sigan haciendo documentales de esta índole, que muestran los contra-discursos de aquello que socialmente se encuentra instalado y naturalizado. Que el arte ayude al Zeitgeist de nuestros tiempos: feminismo y disidencia en la denominada cuarta ola, quienes buscan dejar para las próximas generaciones un futuro mejor, sin desigualdades de género y con equidad de oportunidades. ¿Se está cayendo? Lo estamos tirando, sin dudas.
LAS HISTORIAS QUE EL APARTHEID YANKEE NOS DEJÓ Hollywood ya nos tiene bastante acostumbrados a que todos los años nos ofrece películas sobre la Segunda Guerra Mundial, la Guerra de Vietnam o sobre el Apartheid que coexistió en aquella sociedad tan autoproclamada democrática que asusta. Este año nos trae una historia verídica que mezcla arte, cultura y resistencia en Green book, dirigida por Peter Farrelly y protagonizada por Viggo Mortensen y Mahershala Ali. El film sigue la historia del primer pianista negro (Don Shirley) en realizar una gira por Estados Unidos. Para ello, este virtuoso músico contratará a un chofer blanco, recomendado por sus conocidos ya que sabe encargarse muy eficazmente de los problemas que surgen a su alrededor. Este chofer es Tony Lip, un hombre de clase trabajadora de los suburbios que bien sabrá acomodarse a la situación y a los prejuicios que trae encima. A través de esta sutil road movie, la pareja protagonista se irá conociendo, compartiendo momentos y viviendo en carne propia lo injusta que supo ser la sociedad estadounidense en la década de 1960. A través de situaciones cotidianas, pero al mismo tiempo increíble de creer que hayan sido ciertas, la historia nos revela el trasfondo incoherente de un sistema cultural que explota a sus artistas pero que no puede salvaguardar la segregación que se encuentra en su base social. Y para sortear esta discriminación, será de clave importancia el “Green Book”, la guía de viajes que establece cuáles son las zonas, lugares y establecimientos que aceptaban afroamericanos. Claramente nuestra pareja protagonista irá resolviendo, aceptando o evitando diferentes situaciones problemáticas al mismo tiempo que se irán haciendo más y más amigos. Green book esta filmada con atinadas tomas de los pueblos que los músicos irán visitando, de las rutas que transitan, al mismo tiempo que la ambientación de época está correctamente establecida. Los diálogos son un rico ejemplo del choque cultural que esta dupla representa: el encuentro de dos clases sociales diferentes, la trabajadora y la “acomodada”, con estudios y de reconocimiento social, ya que a pesar de las diferencias raciales que bien establece una jerarquización según las reglas sociales de aquel entonces, el film también nos demuestra el choque clasista de los incipientes amigos. Aunque claramente Hollywood nos da cuenta de que ambos tienen cosas que aprender del otro. Clásico y siempre efectivo happy ending for everyone. Junto con Pantera Negra, Infiltrado del KKKlan y Si la calle Beale hablara, Green book viene a refrescarnos la deuda histórica y el mea culpa artístico que tanto le ha dado de comer a la industria cinematográfica estadounidense. Quedará esperar a ver qué repercusión tienen estos films en la pronta entrega de los premios Oscar, y ver qué tan “políticamente correctos” son en este 2019.
POR ESOS GRITOS QUE NO SE GRITAN, POR ESAS CHICAS QUE NO SE BUSCAN Corría el año 2005 en Argentina. Como país recién salíamos de una crisis política económica y social garrafal, teníamos un presidente electo hace dos años que venía a proponernos un sueño y que sucedía a cinco presidentes que hicieron “ring raje” cuando las papas quemaban. Todo marchaba hacia una reorganización de las diferentes clases sociales argentinas, pero siempre faltan “cinco pal peso” porque siempre están los que dentro de este sistema capitalista explotador queda afuera: aquí en Buenos Aires, uno de esos marginados son los autodenominados “villeros”. La villa se convirtió en un lugar de pertenencia para quienes la habitan, con sus propios códigos, sus propias costumbres, su propio lenguaje, su propia impronta. De esta subcultura dentro de la cultura argentina, se desprende uno de los personajes, a mi entender, más ricos de los últimos años dentro del circuito cultural argentino: César González, alias Camilo Blajaquis, un “poeta villero” que, al caer “en cana”, pudo acceder a libros, autores, cineastas, conocimientos que quizá de otra forma no hubiese podido conocer. González se inicia realizando poemas y fundando la revista cultural ¿Todo piola? Al salir de la cárcel, comienza a cursar la carrera de Letras en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y su mundo se expande no solo a los libros (ya lleva editado tres), sino a otro lenguaje artístico: el cine. Hoy me ocupa hablar de su último film, Atenas, pero advierto que este artículo será más que subjetivo y con citas a las anteriores obras de González, ya que todo se relaciona y nos permite apreciar su poética que tanto atrapa y gusta a quien escribe estas líneas. González nos presenta nuevamente una historia de villeros, en este caso centrada en una figura femenina que recién sale de la cárcel: Perséfones. Esta muchacha realiza un camino del héroe a lo algo del film, buscando rehacer su corta vida de 20 años luego de estar 4 años y 6 meses presa. Entonces el relato nos introduce no solo a la historia de Perse, sino también a una denuncia no explicita, pero sí muy clara: el abandono de las instituciones sobre los individuos más vulnerables de nuestra sociedad. Perse es dejada a la deriva, sin un lugar donde poder quedarse, reacomodarse y acostumbrarse a este nuevo mundo y barrio que encuentra (pensemos que hace cuatro años era el 2015 y el boleto de colectivo salía menos de 5 pesos, así de cambiante es nuestro país). Sin familia, sin amigos que puedan ayudarla de forma permanente, Perse encuentra quien la ayuda de forma desinteresada: Juana es otra ex presa que conoce en la psicóloga a la que ambas deben asistir como parte del supuesto acompañamiento que el estado hace a las ex presidiarias. Ambas intentan reconstruir sus vidas, buscar un trabajo y establecerse. Es en este punto donde González nos introduce a otra problemática a modo de denuncia: la segregación no solo a quienes viven en la villa sino también a quienes presentan antecedentes penales, por lo que me pregunto ¿Cómo se garantiza la reinserción de los expresidiarios y se le exige que consigan trabajo, si el propio Estado no garantiza las condiciones necesarias para que tal hecho se lleve a cabo? A nuestras dos protagonistas no las contratan casi en ningún trabajo (si logran conseguir empleo es muy mal remunerado e informal), primero por ser de la villa y segundo por haber estado presas. Este estilo de situación ya ha sido expuesto por González en sus otras producciones audiovisuales, ya sean en sus cortometrajes e incluso en su primer largometraje, Diagnóstico Esperanza, donde la dicotomía del adentro y el afuera de la villa marca la falta de oportunidades y la desigualdad en cualquier arista del campo laboral. La cotidianeidad de la vida en la villa (en este caso Puerta de Hierro, no la villa Carlos Gardel, cuna de sus primeras locaciones de este director) también es mostrada de forma orgánica y natural por la película: la vemos mientras los niños juegan en la calle, mientras Perse y Juana caminan yendo a buscar trabajo o porque la cámara, cual testigo, nos muestra los acontecimientos más comunes de la dinámica villera. Preponderando la cámara fija, pero con largos y hermosos planos de nucas caminando (a lo Jean Seberg de Godard), González nos da una panorámica real de como es el paisaje de la villa: como son sus suelos, sus paredes, sus viviendas, sus puertas, sus calles, sus negocios. No hay puesta en escena, no hay decorados, no hay actores profesionales, no hay exageraciones, ni victimizaciones. Hay pura mostración de una realidad distinta del espectador de clase media o clase media alta que seguramente se siente en el cine a ver este film. Es una realidad más dura, más injusta, pero realidad al fin y merece ser contada y vista tal y como es, no con los estereotipos del villero que circulan en el imaginario colectivo, de ese que un decorado que Pol-ka nos vendió. También, como es característico de este director, predomina un sonido ambiente crudo, poca música diegética o extra diegética acompaña las acciones, pero cuando lo hace es pertinente y atinada. Entonces, para cerrar e invitar al lector a tomar conciencia de otra denuncia que González cree necesario que el film porte (y realmente es así), nos introduce en el desenlace de Perse, no lo muestra, no lo dramatiza, pero es evidente y cala en los huesos: Perse no está. Nos enteremos que pasan los días y ella no vuelve a aparecer en lo que resta del film. ¿Quién vela por estas chicas a las que nadie busca y a las que el Estado debía asegurar su reinserción? ¿Cómo denuncian aquellos que no tienen la voz lo suficientemente alta porque la sociedad los arrinconó entre paredes de monoblocks y hacinamientos humanos? ¿Cómo denuncian una injusticia más aquellos a los que se los estigmatiza de parte de los males que aquejan a nuestras sociedades? El film no nos da ninguna respuesta, solo nos instala el malestar y las preguntas que son necesarias hacerse. Emma Goldman, una de las primeras escritoras anarco-feministas publicadas y reconocidas, postula la idea de que a mayor cantidad de instituciones que controlen la sociedad, mayores son los males que la aquejan: crecen las injusticias, crecen las desigualdades, crece el hambre, la pobreza y la equivoca distribución de la riqueza. Es un análisis válido, que si lo traducimos a las dos situaciones más problemáticas que plantea el film, la teoría de Goldman aplica: hay mayor número de policías, cárceles, gendarmes en la calle pero el número de asaltos, crímenes y delitos aumenta cada día; hasta hace poco había distintas herramientas del Estado que ayudaban y buscaban combatir la violencia de género hacia las mujeres (la línea 144 que fue cerrada, las comisarias de la mujer, etcétera) y los casos de femicidios conocidos aumenta año tras años y ni hablar de los casos que no tienen voz, los casos que suceden en zonas marginadas como las villas de la Ciudad y la provincia de Buenos Aires o en pueblos aislados y remotos de nuestra enorme e inabarcable Argentina. Eso nos trae el film, y en general, el arte de González, ya sean sus escritos o sus películas: la incómoda situación de golpearnos contra una realidad que nos azota, que nos mata, que reproduce las desigualdades de las que tantas veces nos quejamos. Es un arte político al estilo de las vanguardias históricas, del cine soviético, del neorrealismo italiano o de la nouvelle vague: viene a denunciar lo que el hombre le hace al hombre, viene a refregarnos en la cara lo que muchas veces elegimos no ver con tal de mantener esa falaz comodidad de quien está afuera de la villa, pero que vive dentro de la dominación del mismo sistema. No ingenuamente en los agradecimientos del film, el director cita a Rosellini, Eisenstein, Bresson, Gleyzer, Vardá… Y González lo logra, otra vez.
PERO EL AMOR ES MÁS FUERTE En el imaginario colectivo de la sociedad en la que vivimos, se suele sostener que el amor entre familiares es el amor más fuerte que se puede experimentar. Ya lo afirmaba Guillermo Francella en cada emisión del tradicional programa de los almuerzos domingueros La Familia Benvenuto: “Lo primero es la familia”. ¿Es realmente así? ¿La unión sanguínea es una garantía de lazos afectivos verdaderos? No creo que haya respuesta alguna a estas preguntas, ya que el ser humano es tan complejo que nada que lo que se afirma se puede asegurar en realidad. Pero Beautiful Boy: siempre serás mi hijo, el reciente film de Felix Van Groeningen, nos trae la historia de amor más noble y emotiva: la de un padre con un hijo enfermo. Por enfermedad, en este caso, nos referimos a que Nicholas (Timothée Chalamet), el hijo de David (Steve Carell), es un adicto a múltiples drogas, sobre todo a la metanfetamina. El film no recae en golpes bajos ni dramatismos o exageraciones, todo lo contrario: la historia está centrada principalmente en el tránsito de este padre que descubre, acepta, confronta y ayuda a su hijo a salir de tan terrible situación, negociación que veremos que se repite a lo largo de la narración, ya que por momentos Nicholas quiere iniciar una vida libre de adicciones y por momentos, no. Estos encontronazos, estos desencuentros y discusiones con alguien que no está en sus cabales y con quien poco se puede razonar, es mostrado de forma sutil pero muy efectiva por la película. Carell pocas veces se desborda en su desesperación paterna, pero igualmente se entienden y sufren las diferentes situaciones conflictivas: la desaparición de su hijo, diversas sobredosis, las mentiras, la esperanza de la recuperación, la desesperación, la decepción, etcétera. Cada estado emocional es orgánicamente compuesto, logrando una efectividad en la historia, tanto por la interpretación del padre como la del hijo. El film es solo eso, es la historia de un padre en el proceso de aceptación de la enfermedad de su hijo. Hay personajes secundarios que completan el camino del héroe para cada uno de nuestros protagonistas: la madre, la madrastra, los hermanos, una novia fugaz. Todos pasan por la vida de estos personajes, pero sólo ellos dos son los que finalmente quedan cuando las papas realmente queman. Sin grandes efectos ni desbordes para encuadrar el dramatismo de la situación, el film emociona e interpela al espectador, ya que se nos permite tanto ponernos en la piel del padre como en la del hijo. Aquí nadie es el malo y nadie es el bueno, aquí todos hacen lo que pueden con lo que tienen y con las cartas que les tocaron para jugar. Por eso la película funciona, porque la vida está llena de dificultades y de héroes anónimos que ayudan a sobrellevar problemas que para algunos son nimios, pero para otros son la peor tragedia. Porque no todo es apoteótico, a veces los detalles son las más grandes batallas ganadas.
DE CUANDO LA RELIGIÓN SE CONVIERTE EN PUEBLO Como bien es sabido, nuestro país se constituyó tal y como lo conocemos ahora, con las grandes oleadas inmigratorias, sobre todo las sucedidas a principios y mediados del siglo XX. Diferentes nacionalidades, creencias políticas y religiosas conformaron el gran conglomerado que hoy nos identifica como país, y que supo integrar las nuevas y diversas culturas, a diferencia de nuestro intolerante vecino del norte Estados Unidos, quien para cada subcultura tiene un barrio propio que los aísla y diferencia. Sobre algo de todo esto nos cuenta La Jerusalém Argentina, el nuevo documental de Iván Cherjovsky y Melina Serber. El film nos trae la historia y la cotidianeidad de Moisés Ville, un pequeño pueblo rural de Santa Fe, que se caracteriza por estar conformado casi constitutivamente por la colectividad judía. De hecho, fue uno de los primeros asentamientos judíos de nuestro país a principio del siglo XX y ha logrado mantener intacta la impronta religiosa y las costumbres de este pueblo que supo encontrar en las fértiles tierras argentinas, un asilo donde asentarse. El foco de la película está en el retrato de la cotidianeidad: reuniones entre las mujeres en la comitiva de organizaciones de eventos; la dinámica del club deportivo del pueblo; y los momentos de recreación en familia; entre otras actividades, concretando una radiografía de cómo se vive en este pueblo, que hoy se ha convertido en testimonio de la historia inmigratoria de nuestro país. Al mismo tiempo, el film nos presenta los edificios más importantes que conforman esta localidad, dándole vital importancia al teatro local. También nos permite ser testigos de una ceremonia religiosa tradicional, con sus rituales y cánticos, además de documentar las festividades por el aniversario número 125 de Moises Ville, resaltando la importancia y la insignia que el judaísmo representa y caracteriza a dicho pueblo. La Jerusalém argentina presenta un relato conciso, pequeño y sencillo de una historia que merece ser contada y retratada. En eso es clave la perspectiva aportada por los realizadores: Cherjovsky es doctor en Ciencias Antropológicas de la UBA (por eso el documental cuenta con el apoyo de la Facultad de Filosofía y Letras) y Serber diseñadora de Imagen y Sonido por la misma casa de estudios, lo cual enriquece enormemente el abordaje de la película.
DE ESOS MOMENTOS CUANDO EL DESEO PRIMA El imaginario colectivo de nuestra sociedad nos ha inculcado, naturalizado, que a cierta edad el deseo de maternidad o paternidad es algo imposible de resistir. Generalmente se suele reflexionar este tema en relación a la mujer, y a su rol natural de madre y encargada de la casa familiar, pero Vergara, la nueva película de Sergio Mazza, nos trae el relato de Marcelo, un hombre al que le urge ser padre, tenga pareja o no. Vergara se encuentra en un momento de crisis en su vida: ha cambiado recientemente de trabajo, ve sus sueños bohemios de adolescente frustrados, su novia lo ha dejado y hasta a sus allegados más cercanos les suceden cosas prometedoras que a él no. Como principio de tocar fondo, cosa que nuestro protagonista no quiere aceptar, Marcelo acepta una oferta de trabajo que poco tiene que ver con su vocación y aunque se encuentra soltero, sigue con los estudios de fertilidad, que continúan sin darle demasiados ánimos. Su deseo es ser padre, no importa el precio o el trabajo que eso conlleve. En esta exposición de la vida algo patética de un protagonista parco y egoísta, pero a quien uno termina entendiendo, se suman secuencias de humor sencillo, situaciones absurdas que le brindan humor a la historia (como el personaje del nuevo encargado de Marcelo) y hechos cotidianos que nos dan a conocer más al personaje y su inmadura forma de tomarse la vida (la “rancheada con los pibes” que incluye alcohol y marihuana). Vergara es el relato sencillo de una historia simple, que ofrece una nueva mirada para un tema que ha sido relevante en estos momentos de deconstrucción, como es la decisión de construir una familia, qué se entiende por familia y la idea de paternidad-maternidad, y que por eso merece ser contada.