Noche alucinante
Aterrados es una película sin vueltas. El terror es uno de los géneros más honestos y directos que tiene el cine, y Demian Rugna lo celebra. La trama apuesta por la simplicidad y la intriga, pero sabiendo que la única manera de que el horror permanezca con nosotros es negándose a cerrar el paréntesis abierto por la irrupción del mal en el mundo cotidiano, rehuyendo el ordenamiento del mundo que tanta tranquilidad nos causa cuando una película termina habiéndonos explicado apropiadamente los enigmas.
La trama comienza con la historia de un joven (Demián Salomón) que es acosado en su casa por extrañas apariciones de un ser totalmente calvo, de gran altura. El joven pide ayuda infructuosamente a medida que su vida se va desmoronando por la falta de sueño ante el terror que le provoca esta presencia. Utilizando como trampolín un trágico incidente, la trama salta hacia los vecinos del joven, que comienzan a ser afectados por otra presencia sobrenatural que podría estar o no vinculada con la anterior. Ahí entra en escena un policía a punto de retirarse por problemas de salud (Maxi Ghione), que pasará una noche espeluznante en compañía de tres investigadores de lo paranormal (Norberto Gonzalo, Elvira Onetto y George Lewis) para resolver el enigma. Parte del encanto de Aterrados se debe no solo a su apego a las convenciones del género, sino a su habilidad para la maniobrar la imprevisibilidad. Hay idas y vueltas temporales entre una indagatoria y la trama principal que crea enigmas e incertidumbre en la resolución de las situaciones. También hay un uso fluido y por momentos desconcertante del humor (negrísimo), siguiendo esa noble tradición de Sam Raimi de contraponer las vísceras con un sentido de diversión, de no tomarse tan en serio los solemnes discursos sobre seres de otro mundo que irrumpen en el nuestro, pero de que los sustos sí sean de verdad. Aterrados renueva la confianza en que el cine de terror puede seguir siendo simple, urgente y emocionante.