Este es un año prolífico para el cine de terror nacional con apuestas que se animaron, con mayor o menor repercusión, a transitar por un género que crece en cantidad de espectadores a través de las distintas vertientes que aborda con el objetivo de perturbar al espectador.
Aterrados, del director Demian Rugna, ya acostumbrado a sembrar el miedo en The Last Gateway -2007- y Malditos Sean!-2011-, arremete con una película que se alimenta del clima sobrenatural que tiene eco en un barrio de casas bajas en el que comienzan a suceder hechos extraños y desapariciones.
En la película, que respira las atmósferas de Poltergeist,Cementerio de animales y El Conjuro, confluyen el forense Mario Jano -Norberto Gonzalo-, la Doctora Mora Álvarez -Elvira Onetto- y el Doctor Rosentock -George Lewis-. Ellos se presentan en las tres casas en las que han registrado las "grietas del más allá" junto al comisario Funes -Maxi Ghione- que está a cargo de la investigación. Una mujer escucha voces en las cañerias de la cocina; el vecino Walter -Demián Salomón- es visitado por una presencia fantasmagórica que le impide dormir y una madre -Julieta Vallina- pierde a su pequeño hijo en un accidente. Son tres casos en una misma película -que alternan pasado y presente- cuyo hilo conductor es el comisario.
Aterrados funciona porque tiene una buena historia para contar y personajes que sostienen el andamiaje dramático que el relato necesita al transitar por el terror sobrenatural desarrollado en un ámbito reconocible y cotidiano.
El realizador logra los climas adecuados para que el espectador se siente al borde de la butaca o llegue a taparse el rostro en esta pesadillesca excursión en la que conviven dos dimensiones, entre los vivos, los muertos y los resucitados. La experiencia resulta perturbadora, tiene tensión y hace alarde de buenos efectos visuales.