Más que interesante la propuesta de Aterrados, que lleva el terror ya clásico, con todos sus clichés, al conurbano bonaerense. Vecindario tranquilo, donde los vecinos se conocen, al punto de putear con nombre propio hacia la pared lindera cuando suenan golpes extraños y repetitivos en plena madrugada. Los ruidos de los caños, de los muros, son lo primero que distorsiona la rutina de estos personajes, hasta que un niño muerto que no está tan muerto determinará la llegada de expertos en fenómenos paranormales, a la Conjuro. Es una científica de lo oculto (Elvira Onetto), su socio extranjero y el exforense, convocado por el comisario (Maxi Ghione), que es el único policía capaz de quedarse como el deber manda en lugar de salir corriendo presa del pánico, como hacen sus subalternos. O sea, un poco de humor, y hasta de costumbrismo, entre sofisticados expertos y agentes de barrio. Y entre las capas de sustos que van alejándose de los ruidos para, digamos, corporizarse. Aterrados consigue lo insospechado: meter miedo, divertir y que se te haga corta.