Después del suceso inesperado de John Wick (2014) sus responsables – David Leitch y Chad Stahelski – decidieron tomar rumbos separados. Stahelski se quedó con la saga de Keanu Reeves y produjo la muy respetable John Wick 2 (2017), mientras que Leitch se quedó con este proyecto personal de Charlize Theron y la muy esperada secuela Deadpool 2. Y, como dijera en su momento, el talento de la franquicia de John Wick se fue de la mano de Leitch. Porque Stahelski será muy bueno editando, pero Leitch tiene un talento ilimitado en lo visual y en Atomic Blonde lo demuestra de sobra. Atomic Blonde no deja de ser un regurgitado de las viejas novelas de espionaje de John LeCarré y Len Deighton con dobles y triples traiciones, una KGB implacable, y fugas clandestinas a la luz de la luna sobre el filo del muro de Berlín (la trama figura en 1989); pero la parafernalia visual del director la vuelve compulsivamente mirable, y la Theron se entrega en pleno al papel. Ver a una rubia escultural ser masacrada a golpes mientras mata a toneladas de sicarios a mano limpia – y se la pasa tirando monos por la escalera en una secuencia digna de The Raid – resulta algo digno de una ovación masiva de pie.
Sobre el final de la Guerra Fría la agente británica Lorraine Broughton (Theron) recibe la misión de ir a Berlín y recuperar un microfilm robado que contiene una lista masiva de agentes encubiertos diseminados por toda Europa… ya sean occidentales o soviéticos. El problema es que el mensajero fue asesinado y, para colmo, era un ex amante de la Theron, así que el operativo viene teñido de venganza. El problema es que la fachada de la Theron queda al descubierto desde el vamos, y soviéticos, franceses y americanos la empiezan a seguir para ver si ellos dan primero con el paradero de la lista. Para colmo su contacto en Berlín (un James MacAvoy sacadísimo, sobreactuando de manera gloriosa) no es el mejor apoyo del mundo; el tipo parece tener su propia agenda y la Theron es un estorbo en sus planes, así que no le importa un pepino si una bala de la KGB o de la CIA la liquida antes de cumplir con su objetivo. Por si fuera poco, hay un defector (un sufrido Eddie Marsan) que es el responsable de haber manufacturado la lista y la ha memorizado, así que hay dos cabos sueltos y la rubia deberá intentar obtener uno u otro antes que la oposición los aniquile o los venda al mejor postor.
La gracia del postre es la Theron, que a la hora de destilar maldad es mandada a hacer. Los mejores héroes de acción que ha dado el cine son aquellos que tienen mirada de loco y la sudafricana es brillante en tal aspecto, mas cuando empieza a patear (y partir) cráneos. Toda la orgía sangrienta que impactaba en la primera John Wick está presente de regreso aquí, con la diferencia de que la Theron es mucho mas salvaje que Keanu Reeves: le puede sacar un ojo a un tipo con su zapato de taco aguja, o puede perforar 20 veces a un sicario con un destornillador, o fulminar a 10 flacos con una pistola sin balas. A lo John McClane la Theron queda destruidísima… pero como el conejito Duracell anda, anda y anda… y mata, mata y mata.
Las coreografías de David Leitch son gloriosas. Encuadres novedosos, la formidable pelea en la escalera que parece una secuencia única (y en donde la Theron va limpiando de sicarios un edificio, piso por piso), las persecuciones de todo tipo y color. Si la trama es rutinaria al menos se permite un par de sorpresas y está sustentada por un excelente cast. Y si la Theron es excelente – es una mezcla de John Wick, James Bond, Jason Bourne y Furiosa, metido en un solo licuado -, el otro que roba pantalla es MacAvoy. Qué grande que es el escocés cuando se pasa de rosca.
Oh, sí, la Theron patea en todas las canchas y se enrosca con Sofia Boutella en una escena de cama super explícita. Como Bond, la Boutella es una “Theron girl”, la chica de turno que sucumbe a los encantos del héroe (o, este caso, la heroína). Pero, en sí, es una subtrama que olímpicamente podría haberse omitido. Me da la impresión de que los productores de turno (en todos lados; ocurre en Hollywood, ocurre acá en la Argentina con las tiras nacionales) meten lesbianas en sus tramas a gusto y piacere sabiendo que eso sirve de enganche para el público masculino; un par de chichis dándose unos piquitos con algún que otro manotazo y los varones de la platea aplaudiendo (o prestándose a ver cualquier bodrio esperando a la secuencia de las nenas de turno besándose). No deja de ser un truco exploitation vilmente comercial; no es una situación natural dada por el libreto, o algo surgido de un drama existencial, sino metido con calzador para que el trailer provoque una sobredosis de baba en la audiencia masculina.
Pero aún con esos condimentos innecesarios Atomic Blonde sigue siendo una gozada de punta a punta. Tiene acción, suspenso, sangre a rolete, y mucho humor negro provisto por Mr. MacAvoy en todo su esplendor. Si el talento de Leitch sigue así no sólo espero con ansia Deadpool 2 sino que me encantaría ver una secuela de Atómica, con la Theron destilando sensualidad y salvajismo en toda su furia y como sólo Leitch puede filmar.