Punto caramelo
El coreógrafo y doble de riesgo David Leitch es uno de los directores de Sin control (John Wick, 2014) y Atómica (Atomic Blonde, 2017), su debut solista, está cortada del mismo paño. La película ofrece la misma variedad de acción meticulosamente confeccionada y estilizada, fácil de seguir y entretenida de ver, que por más ridícula que se ponga siempre se mantiene dentro de una escala humana. Hay un punto caramelo entre absurdo y realista y estas películas suelen dar con él.
La heroína y blonda atómica del título es Lorraine Broughton (Charlize Theron), una agente y espía secreta del M16 que es enviada a la Berlín dividida en dos de 1989 con la misión de recuperar un McGuffin con forma de microfilm y descubrir a un traidor en su organización. El resto de la trama es puro deporte: Lorraine se cita con otros contactos, intercambian información, se espían mutuamente y tarde o temprano todos se traicionan. Inútil intentar seguir la historia, no porque sea difícil de comprender, pero porque es más divertido dejarse llevar por amor al género.
La consigna de la película es que transcurre en los 80s, lo cual da pie para una iluminación y fotografía cargadas de neón, la prevalencia de antros y clubes nocturnos “desquiciados” en oposición a un gobierno cavilante, y música de la movida glam/punk tipo David Bowie, The Clash y Depeche Mode. La película vive y respira toda esta estética, y algo se alimenta de la subversión representada, pero en definitiva no tiene nada para decir sobre la caída del muro o la víspera de la globalización occidental. El tiempo y el lugar son principalmente excusas para adornar la película.
Theron se había demostrado una heroína de acción excelente en Mad Max: Furia en el camino (Mad Max: Fury Road, 2015) y aquí repite el truco. Su personaje no es el más complejo o interesante pero es difícil imaginar a otra actriz en el papel, porque Theron domina cada momento de la película con una mezcla única de gracia y visceralidad, y porque la película se construye literalmente entorno a su esculpida figura. La cámara siempre está admirándola, desde la delicada forma en que arquea las piernas o flexiona los músculos de su espalda hasta la dorada cabellera que estila aparentemente una vez por escena.
Sobre cuestiones de estilo la heroína (y su film) son una contrapartida masculina de John Wick, que también viste impecablemente y vive en un mundo rigurosamente a la moda. Pero los films de Wick poseen una veta absurdista y por ende un humor que Atómica carece, tan arraigada (en comparación) es su relación con la realidad. Tiene personalidad pero le falta un poco de locura e inventiva, falta un mundo llamativo. El único personaje pintoresco aparte de Lorraine es Percival (James McAvoy), un agente encubierto que ha sido “tocado” por su fachada de decadencia.
También se extraña un ángulo más personal. Hay un intento de intimación que es demasiado poco y llega demasiado tarde. A la protagonista no le importa mucho así que, ¿por qué ha de importarle a la audiencia? Por lo demás Lorraine se pasa la película acatando órdenes sin injerencia o interés personal alguno: su motivación es la de otra semana de trabajo, y nunca sentimos el peligro de que su misión falle ni tememos las consecuencias.
La acción está brillantemente compuesta con economía y los recursos se aprovechan al máximo (la pelea más larga, de unos diez minutos, se muestra en símil plano secuencia e involucra una locación con apenas media docena de enemigos). El ritmo de la película entre estas secuencias sufre la falta de una dirección clara; problema que se intenta remediar con escenas de un aburrido interrogatorio que no aportan nada salvo conectar una trama episódica. La cuestión es que los episodios por sí solos lo valen.
Aclaración: Atómica se estrena en salas 4D, para los que quieren canjear la comodidad de una sala normal por la de una atracción de feria en la que tu butaca te zarandea violentamente en un burdo intento de imitar la acción en la pantalla y cada tanto el asiento de adelante te escupe agua. No lo recomiendo.