Piñas van, piñas vienen
Si no se le busca la quinta pata al gato, el filme entretiene como una coreografía de trompadas y patadas.
Atómica es una de esas películas que se aprecian si no se las toma en serio: no hay que buscar que no queden cabos sueltos o que la trama de espionaje cierre perfectamente. Es cuestión de sentarse durante dos horas a disfrutar de las logradas coreografías de combate, de la música de los ’80, de la belleza gélida de Charlize Theron (y Sofia Boutella). Quien vaya a buscar algo más, saldrá del cine a las puteadas.
No es sorprendente que la mayor parte del curriculum del director David Leitch corresponda a sus trabajos como doble de riesgo y coordinador de dobles. Aunque ya había dirigido escenas de John Wick, esta es su opera prima (y la próxima es nada menos que Deadpool 2). Hay un parentesco entre John Wick y Atómica: en ambas -como en tantas películas de acción- el guión parece una excusa para que los protagonistas muestren su acrobático repertorio de piñas y patadas. En aquella, el danzarín letal era Keanu Reeves y en esta es Theron, que ya se había probado como heroína de acción en Aeon Flux y Mad Max.
Aquí, al estilo de Scarlett Johansson en Lucy, se trompea mano a mano con hombres. Pero, atada por una cansadora pose de femme fatale, muestra mayores habilidades pugilísticas que actorales. Hace de una agente británica de inteligencia que, con el Muro a punto de caer, es enviada a Berlín para recuperar una lista de agentes dobles que cayó en poder de los soviéticos.
Todo está narrado por ella en un interrogatorio al que la someten sus jefes una vez terminada la misión . Contada con flashbacks, la historia -basada en la novela gráfica The Coldest City, de 2012- parece deliberadamente confusa, tal vez para incrementar el suspenso o potenciar la sorpresa de los giros del final.
He aquí otro capítulo en la explotación de la nostalgia por los años '80: más allá del archivo y la reconstrucción de época, el énfasis está puesto en la música. Que es, por cierto, muy buena, pero Leitch abusa de las secuencias al ritmo de George Michael, Queen, David Bowie, Nena -y la lista sigue-, como si no hubiera encontrado otro modo de ponerle ritmo a la cuestión.
El tono oscila entre la oscuridad de los clásicos de espionaje de la Guerra Fría y el desparpajo de una de las primeras películas de Guy Ritchie. Y, quedó dicho, funciona mucho mejor en esta segunda frecuencia, como en esa pelea en la que, después de darse con cuanto objeto contundente encuentran, la agente Broughton y un malvado de la KGB parecen a punto de terminar abrazados, llorando como dos nenes que se portaron mal.