Rudo y cursi.
La película comienza con dos citas opuestas: una destaca el orgullo de pertenecer al barrio y la otra afirma que ese lugar alberga toda clase de ladrones. El relato divide la historia en dos entidades que incitan a extender la oposición dialéctica a todos los campos de acción de la película. Desde la más clásica entre policías y ladrones, con un desplazamiento progresivo de algunos personajes de un lado de la barrera hacia el otro, hasta las más exageradas, como el marcado contraste entre el protagonista calmo y reflexivo, y su amigo bruto, impulsivo y sin escrúpulos. Con una mirada tosca, consensual y maniquea, la película muestra cómo la miseria y la ociosidad producen violencia y desigualdades. El director subraya los efectos para resaltar el dilema moral que atormenta a un hombre deseoso de extirparse del barrio y de su vida criminal sin dejar caer a sus compadres.
Un primer robo que sale mal obliga a la banda de Doug a tomar a una empleada del banco como rehén. Luego de haberla liberado sin problemas, se dan cuenta de que vive a dos pasos de su guarida. Doug se propone seguirla para averiguar si ella puede reconocerlos y finalmente cae enamorado. La película avanza al ritmo de este doble juego, con un suspenso previsible cargado de situaciones densas que frenan la evolución del relato. El primer encuentro entre los dos amantes se produce en un lavadero donde la joven va a enjuagar las manchas de sangre que permanecen sobre su blusa. Entonces el trauma del asalto vuelve a la superficie y Doug se da cuenta que un robo puede hacer mal y dejar secuelas psicológicas. Con el mismo trazo grueso se marca la diferencia entre la ex novia de nuestro héroe, una drogadicta rubia y golpeada con un nene en brazos, y la bella y cándida banquera.
El desarrollo del relato y sus múltiples personajes tienen el modelo de Fuego contra fuego, pero mientras en la película de Mann el juego del gato y el ratón tomaba la forma de una confrontación fundamental para la propia supervivencia, en la de Affleck la acción se dispersa con temas demasiado trillados como el perdón, la culpa y el determinismo social. Por otro lado, la rigidez del registro intimista inserta escenas de una cursilería incompatible con la trama y el medio que representa la película. La puesta en escena coloca el énfasis en una cámara que se desplaza en todos los sentidos con un montaje clipero, simplista e ilustrativo, salpicado con música omnipresente y sin carácter, e imágenes tan poéticas como unas nubes veloces que anuncian el paso del tiempo o la tarjeta postal que comenta el sentencioso final.
Atracción peligrosa no ofrece siquiera el módico placer de seguir la confrontación entre una banda de maleantes y los agentes del FBI, porque a los policías les falta carisma y relieve, y la descripción de los ladrones carece de profundidad. La película se queda a mitad de camino entre la fábula coral y el romance afectado. Ben Affleck pretende abarcar demasiados temas, se pierde en consideraciones generales y no consigue desplegar la intensidad dramática necesaria para transformar a sus personajes en otra cosa que simples figuras arquetípicas.