El nuevo Clint Eastwood
Bajo el encasillamiento fácil de “película de robos”, en Atracción peligrosa (The town, 2010) palmita un implacable drama sobre la soledad, el encierro y la pertenencia, involuntaria o no, a un espacio de tiempo y espacio. Clasicista en forma y narración, el opus de Ben Affleck es, además de un film excelente, un acto de validación: el tipo es un gran, enorme director.
La ciudad del título original es Charlestown, barrio al sur de Boston donde el lumpenaje se trasmite por genes: de padres a hijos, ya no es una necesidad sino una vocación. En ese contexto vive Doug MacRay (Ben Affleck), líder de una banda especializada en el saqueo de bancos, al que el hastío empieza a carcomerme el alma. Más aún cuando un golpe falla y una testigo pone en peligro su libertad (Rebecca may) . Y allí irá él, en un acercamiento en principio por interés que rápidamente muta por amor. Ella es el empujón emocional que necesitaba. Ahora no le caben dudas. Debe dejar el robo y salir de ese templo de la perdición en el que el destino lo tiene encerrado.
Vaya uno a saber en qué momento ocurrió, qué gracia divina lo hizo posible. Porque era imposible imaginarse al galancito de Pearl Harbor (2001) filmando, porque era imposible no caer ante la tentación de trasponer sus escasas condiciones actorales al sillón de director. Pero sorprendió con Desapareció una noche (Gone baby gone, 2007), un intenso drama sobre el secuestro de una niña que no sólo no era bochornoso sino demostraba un pulso clasicista envidiable. Tres años después, el estreno de su segunda película se presumía fundamental: o aquello había sido una mera casualidad, un capricho del destino empecinado en colocarlo en un lugar no correspondido, o Affleck es efectivamente un buen director. Es lo segundo. Y por varias razones
La primera, negativa, le viene de rebote. La elección de Atracción peligrosa como traducción de The town bien merece un mea culpa de la mente poco brillante perpetradora del rebautismo. Se sabe que las nomenclaturas estadounidenses a veces resultan poco “traducibles” al español, no tanto en el sentido literal sino en la acepción hispana de los modismos locales. O que un título, al fin al cabo envase de un producto, debe tener la encomiable tarea de aprehender la atención de los ocasionales espectadores, y que cada cultura funciona como una microcosmos con reglas propias a las que éste debe adaptarse. No es éste el caso.
The Town La ciudad. Seco, tajante, sugestivo, invita a un relato centrado en ella, en sus peripecias y vicisitudes. Y justamente de eso se trata. Porque Charlestown es una ciudad-cárcel de la que no hay salida, habitada por seres inconscientes de su condición presidiaria en cuerpo y alma. Como en Gran Torino (2008), las calles son el campo de una batalla silenciosa de la muchos optan por mantenerse fuera. Si en aquella Walt Kowalski sale con los tapones de punta encarando la batalla como propia, Doug en cambio se recluye en un hipotético viaje. Y Affleck lo muestra solitario, embutido en un corsé de mediocridad y chatura, con una posición de cámara perfecta. Como los personajes, como la medianía que impera la vida en The Town, el lente observa la acción desde media altura o baja altura. De allí el clasicismo formal que atraviesa la película. Como en aquellos films blanco y negro, aquí casi hay techos, hay un cielo que se presume encapotado por la página gris que envuelve todo, vida y obra de sus pobladores.
El encuadramiento de Affleck como heredero del clasicismo remite invariablemente a Clint Eastwood. Su compañero de clase bien podría ser James Gray. Por que ambos no sólo saben cómo y dónde poner la cámara sino que demuestran una enorme sapiencia para la narración. Porque el robo del banco inicial es una trabajo de relojería impecable, porque el discurrir romántico de Los amantes (Two lovers, 2008) y The town avanza sin agilidad pero con la seguridad propia de un norte claro, con una observación silenciosa a la espera de que el proceso vincular se solidifique paro luego sí concretar el amor: Leonard besa con suavidad a Michelle, el primer beso entre Doug y Claire es más fruto del destino que acto hormonal.
The town es un film de múltiples aristas concebido con partes iguales de reflexión y entretenimiento. Con él mismo a cargo del protagónico (que por si fuera poco no lo hace mal) y como los buenos directores, Affleck construye un mundo con peso y lógica propia. La claridad en sus conceptos y la solvencia de su forma hacen de The town una película formidable.