Filiaciones, herencias. tatuajes
I- Hay películas que uno defiende (El silencio de los inocentes, Sexto sentido, Bajos instintos) pero que han dejado una herencia nociva, con subproductos bastante reprochables. Por otra parte, paradójicamente hay películas que a uno le han pasado por al lado, cuando no llegado al fastidio, y que sin embargo se han convertido en una referencia positiva para el cine: un ejemplo en ese sentido es Fuego contra fuego, de Michael Mann, que en sus extensas tres horas construía un relato coral de policías y ladrones bastante derivativo, pero que contenía dentro suyo un par de escenas de acción notables, fundamentalmente el robo a un banco con un tiroteo donde los balazos sonaban reales y la puesta en escena daba una idea física de ese momento. Mann, dentro de un film bastante regular -y sobrevalorado por una parte de la crítica-, construyó inconscientemente un pequeño instante que es un paradigma visual en sí mismo: los robos a bancos en el cine tienen que ser vistos hoy como en Fuego contra fuego. Si no, no son robos a bancos.
II- La mención al film de Mann no es casual: indudablemente Ben Affleck vio Fuego contra fuego y así planificó dos instantes de alta tensión en The town (el título local es indigno y estúpido), su segundo film como director y uno que confirma todo lo bueno que habíamos dicho de él luego de la intensa Desapareció una noche. La importancia de la construcción narrativa del robo al banco está dada no sólo porque ha inspirado a un tipo humilde y relajado como Affleck, sino también a un grandilocuente y pedante como Christopher Nolan, que en el arranque de El caballero de la noche -no de gusto su mejor película- jugaba también a ser Michael Mann travestido de superhéroe. Pero en Affleck, a diferencia de tipos como Nolan, las referencias cinéfilas no son una declaración, sino una definición. En Affleck, por las películas que filma y por los libros que lee (sus dos películas son adaptaciones de novelas policiales), las referencias son tatuajes, están impregnadas en su piel. Uno puede ver en The town a Clint Eastwood, a Michael Mann, a Martin Scorsese, pero no desde la copia o el guiño, sino desde el espíritu, la esencia, la filiación. Si Affleck filma así es porque su educación audiovisual está compuesta por la coherencia de los personajes de Eastwood, el romanticismo de Mann y los códigos barriales de Scorsese.
III- El tatuaje es un elemento clave también dentro The town. Durante el robo perpetrado por Doug (Affleck), James (Jeremy Renner) y el resto de la banda al banco donde Claire (Rebecca Hall) trabaja como gerente, a pesar de que los asaltantes llevan máscaras de látex (y uno recuerda también a Punto límite de Kathryn Bigelow), esta divisa en la nuca de James un tatuaje. Este elemento, que servirá para generar algo de suspenso en determinada escena, tiene una relevancia étnica: no es cualquier tatuaje, es una especie de duende irlandés, un personaje que sienta identidad en el contexto del lugar donde se desarrollan las acciones. Y el lugar es Charlestown, Boston, según la historia policial de los Estados Unidos el barrio donde más robos a camiones blindados hay dentro de todo el país. Un lugar de gente trabajadora, que también alberga a peligrosas bandas delictivas. Un submundo masculino, de testosterona torpe, donde las cosas se arreglan a las piñas o no se arreglan. Ahí, también la violencia seca y brutal de Eastwood, Mann y Scorsese, reconstruida por Affleck, no desde el homenaje sino desde la herencia. Una herencia de sangre, claro está, como los lazos que unen a los personajes de The town, ladrones o policías todos ultra profesionales, y que divisan una luz de esperanza en el fondo del túnel, con curvas de mujer.
IV- Affleck se vincula también con los citados por la forma en que le da entidad, aún en un universo musculoso y sudoroso, a los personajes femeninos. Y esto todavía cuando Scorsese parece tener con las minas un vínculo patológico; Mann se esfuerza por entender lo femenino sin demasiada fortuna, pero se esfuerza; y donde Eastwood resulta ser el único capaz de darles verdadera dimensión a las mujeres. Affleck está más unido al director de Río místico (recordar que el autor de la novela en la que se basaba era el mismo de Desapareció una noche), aún cuando la construcción de Claire es uno de los puntos más débiles de su película. Uno no entiende demasiado el sentimiento que surge de ella hacia Doug, una vez que el delincuente se topa con su víctima y comienzan una relación compleja.
IV- Uno de los problemas de The town es precisamente la historia de amor, que nunca termina ser de a dos. Y esto es así porque lo que prevalece en la película es el barrio, la pertenencia de Doug a Charlestown que ve en Claire -una chica que no pertenece a ese lugar- una forma de escape. Si hay amor en The town, es de Doug hacia el lugar, el espacio, uno que lo constituye, que lo forma y que lo lleva en su esencia como James lleva ese duende irlandés en la nuca. Es entonces The town una historia de huída, de alguien que avizora un destino trágico y que desea separarse de él. Y la única forma que encuentra Doug, apegado como está a los suyos por el delito pero también por los sentimientos encontrados, es terminar su trabajo, cerrar de alguna forma su historia con ese lugar y alejarse. Claro que no será fácil, y la película se vinculará con el drama romántico sobre los lazos que nos unen y aquello que nos ata inconscientemente.
V- Y también hay otro amor, implícito, que es el de Affleck al cine clásico. En las filiaciones de su cine mencionamos a Eastwood y a Scorsese, pero también a Mann. Son tres nombres vinculables de alguna forma con el policial clásico, pero también hay allí algo revisionista, experimental en Mann y potenciado en Scorsese. Affleck, por el contrario, se apega a las fórmulas y las herramientas clásicas, sin aportar una mirada modernizadora o cínica. No hay relectura, sino una reconstrucción formal directa. Affleck demuestra con su segundo film que posee una sensibilidad mayúscula, que sabe dónde poner la cámara (veamos las briosas secuencias de acción que construye; la excelente última media hora de The town; el plano final de Desapareció una noche) y que construye sus películas alrededor de las emociones y sensaciones de sus personajes. Affleck respeta una poética y una lógica que no traiciona la coherencia del relato. Tampoco hablamos de un formalista o de un esteticista: representa, cabalmente, lo mejor de cada uno de los nombres citados.
VI- Si The town está un escalón por debajo de Desapareció una noche -aunque a esta altura a quién le importa; son dos grandes películas- es porque en aquel film Affleck lograba atravesar los tópicos del policial y construir un cuento moral que generaba una duda en el espectador y lo movilizaba internamente. Se podría decir en contra de The town, que aquí no hace más que sumar elementos ya mil veces vistos y contarlos con solidez y elegancia y sentimiento, sí, pero no mucho más que eso. La novedad no está presente en The town. Sin embargo, el último plano del film y su última línea de diálogo, que sin adelantar demasiado dice “te veré de este o del otro lado”, instala al film en otro lado, en el del romanticismo más extremo, pero no uno que se limita exclusivamente a la historia de Doug y Claire, sino además al género y al cine clásico. Ese plano, que construye el mito, y esa línea que habla de un lado y del otro, y que es espejo de otra dicha anteriormente por otro personaje, habla de los universos que se debaten en el film, sin juicios de valor y con una nobleza que abruma: el de los ladrones y los policías; el de la ley y el de la ilegalidad; el del bien y el del mal; el de los moderados y los tensos; el de los que pertenecen al barrio y el de los que vienen de afuera; el del paraíso y el terrenal. Cielo e infierno que son uno solo y que tienen, claro que sí, el apacible aspecto de un barrio de clase media.