Atraco!

Crítica de Ezequiel Boetti - Página 12

Para semejante robo, mejor poné a Francella

La futurología es una de las principales enemigas del ejercicio periodístico. Sin embargo, cuando ésta se asienta en hechos validados en un pasado reciente, la cuestión toma un color más cercano a la proyección que a la predicción infundada. Se podrá decir, entonces, que las imágenes de Guillermo Francella vestido de policía y con un arma en la mano serán un gancho comercial más que suficiente para aquellos defensores acérrimos del comediante. A ese potencial espectador valdría advertirle que ¡Atraco!, del barcelonés Eduard Cortés, de amplia experiencia en la televisión ibérica, no será su película. O sí, pero sólo en parte y no por obra y gracia de Francella, que aquí sigue en la exploración de registros iniciada en El secreto de sus ojos, en este caso poniendo una gestualidad deadpan al servicio de una historia elaborada a base de dosis mal amalgamadas de comedia histórica, buddy-movie, drama romántico y policial clásico, lo que da como resultado un todo con gusto apenas a algo.

Ese “algo” está en la primera parte, que se corta con tijera de la segunda después de la definición (o no) del robo del título. Asistente menor de Perón durante su estadía en Panamá, meses después del golpe de la Libertadora, Merello (Francella) responde directamente a Landa (buen trabajo de Daniel Fanego), encargado oficial de logística de la instalación del General en Madrid. Pero para eso falta liquidez, y qué mejor idea que empeñar las joyas de Evita hasta que los números cierren. El problema es que la esposa de Francisco Franco, nada menos, se enamoró de esos collares y pulseras. Y, claro, a la mujer del Generalísimo hay que darle lo quiere. Salvo que ocurra algo extraordinario. Un robo, por ejemplo. Y allí irán, entonces, el servicial Merello junto con Miguel (una versión apenas menos descafeinada que el habitual Nicolás Cabré marca Pol-ka), actor e hijo de una amiga de Landa, para fingir un asalto y recuperar el botín.

Hasta ese momento, la película se articula como una comedia asentada en la contraposición de la inocencia exacerbada de Pedro con la experiencia omnisciente de su involuntario compañero, todo sobrevolado por un tono zumbón y la fantasmagórica presencia de Perón, quien para los personajes parece verlo y oírlo todo. En este sentido, lo más interesante de ¡Atraco! es la configuración de esa ubicuidad. Casi como en una novela de Osvaldo Soriano, el arraigo, simbolizado en este caso en el líder recluido, es una deidad a la que se ofrece el sacrificio de lo laborioso. Y al igual que ocurría en la historia del delegado municipal de Colonia Vela de No habrá más pena ni olvido o el diplomático de A sus plantas rendido un león, aquí la política excede la catalogación ideológica para devenir en propulsora de todas las acciones cotidianas, exhibiendo a través de ellas los límites casi irracionales a los que el fanatismo puede conducir.

Lástima que después del robo aún reste más de media hora hasta los créditos finales. En ese último tramo, el eje vira hacia el seguimiento policial de la causa, relegando todo lo anterior a un segundo plano. O tercero, si se tiene en cuenta la veta romántica entre Pedro y una enfermera (la bonita Amaia Salamanca), cuya única razón es facilitar el encastre del rompecabezas argumental. Y si de encastrar se trata, mejor ni hablar de las funcionalidades de los árboles genealógicos. Para tanta casualidad mejor... Poné a Francella.