Hace diez años que el gran John Carpenter no filmaba un largometraje, y para su retorno eligió el género que lo hizo famoso entonces, el terror.
Si bien el filme cumple con las expectativas que había despertado el saber quien era su realizador, esto es, muy buen trabajo de dirección de arte, buena selección de actores, bien dirigidos, muy buena banda de sonido, impresionante creación de climas y suspenso. Pero todo pierde parte de su valor pues lo más endeble de la producción es el guión, incluyendo los diálogos y, en especial, el final que intenta explicar lo imposible de justificar, con una vuelta de tuerca que a esta altura del siglo XXI ya es un clásico cliché.
Si bien se hacen presente todas y cada una de las obsesiones del maestro del genero, esto es, espacios claustrofóbicos, sin salida, personajes tortuosos, confinados a esos espacios y a su propio ensimismamiento, a su encierro psíquico trabajado como casi una encrucijada, y a en este caso particular la gran vedette, la enfermedad.
El relato se desarrolla en un neuropsiquiátrico, al cual es llevada luego de ser perseguida, apresada y sin juicio de por medio, Kristen, una bella joven acusada de incendiar la casa familiar. Ella nada recuerda de esos hechos de que la acusan, se declara inocente y normal.
Esto es casi un axioma de las películas que se desarrollan en instituciones psiquiatritas. Si el personaje reconoce la enfermedad esta en el lugar adecuado, si clama por que es un ser normal se instala entonces que, como no existe un complot real contra él, sufre de paranoia, por lo que esta en el lugar correcto para su atención. Esto último lo encontramos muy bien ejemplificado en la gran película “El Sustituto” (2008), de Clint Eastwood, en la escena en que Angelina Jolie es llevada para ser interrogada por el medico del psiquiátrico.
Así como Christine Collins descubre lo oscuro de la trama en su contra en la realización de Clint, aquí nuestra heroína Kristen descubrirá que el método de cura más usado es el electroshock. Pero además se le revelará un secreto a voces, los pacientes, al menos de ese pabellón, no son dados de alta sino que desaparecen. Ella luchara para descubrir y reunir los elementos probatorios que demostrarían que tiene razón.
Pero se suma en su contra que los responsables de esas desapariciones no son solamente los directores, médicos y enfermeros del establecimiento, complotados contra ella, sino que hace su aparición un ser endemoniado, que durante la noche circula por los pasillos del nosocomio, no se lo ve pero se lo intuye, se lo percibe.
Debemos agradecer a Carpenter no caer en la imagen truculenta, sangrienta gratuitamente, o como se la llama habitualmente “gore”. El sentido del terror esta sustentado en la creación de climas, utilizando para ello los recursos clásicos, desde la fotografía con poca profundidad de campo, lo que determina no una visión clara sino la insinuación de los objetos, hasta la banda de sonido que, como cabe a todo buen director, no necesita del exabrupto sonoro para asustar. Trabaja muy bien el fuera de campo en conjunción directa con el arte del filme.
Pero el problema mayor es que el guión y el desarrollo de la historia se tornan previsibles y aburridos, lo que va en desmedro de todos sus otros logros.