El regreso de un clásico.
A esta altura del partido, un realizador como John Carpenter no necesita introducción. Sus películas hablan por él. Asalto al precinto 13, Halloween, La niebla, Escape de Nueva York, La cosa y En la boca del miedo componen su filmografía más popular, y aun buena parte de su obra menos aclamada, como Diario de un hombre invisible y Los fantasmas de Marte, no tiene desperdicio. Al igual que cualquiera de sus colegas del Nuevo Hollywood de los 70 (Scorsese, De Palma, Spielberg, etc.), Carpenter hizo de su nombre una marca registrada, una garantía estilística. Atrapada es su primer largometraje en nueve años, y las expectativas generadas eran considerablemente altas.
El veterano director apela a su género predilecto con una historia de lo más convencional. Kristen (Amber Heard), una joven con amnesia, es capturada mientras incendia una casa de campo y llevada a un neuropsiquiátrico. Una vez allí conoce a sus compañeras de internación, tan atractivas como ella. Con el correr de los días descubre que el hospital está habitado por el terrorífico fantasma de una chica. Al desatarse una sangrienta serie de asesinatos Kristen intenta escapar del lugar, pero esa meta no le resultará nada fácil. Los guardias y el doctor, que saben el origen de estos macabros acontecimientos, están al tanto de todo y convirtieron el lugar en una auténtica fortaleza.
Es evidente que Carpenter resuelve todo de taquito. En cada plano, en cada movimiento de cámara, en cada manejo del tiempo y del suspenso se advierte la elegancia que caracteriza a un clasicista del mejor terror cinematográfico, un talento demasiado lejano para las aspiraciones de películas actuales como El juego del miedo y Hostel. Sólo los verdaderos maestros logran dar cátedra sobre la base de un compendio de previsibilidades como lo es, pese a todo, Atrapada, que ni siquiera sobre el final suscita la menor sorpresa en un espectador medianamente familiarizado con el género.
Puede que films como este den lugar a ese eterno debate provocado por las obras menores de grandes cineastas. Muchos las desacreditan alegando que, de no llevar una firma ilustre, pasarían inadvertidas. Ahí está para demostrarlo La isla siniestra de Scorsese, o cualquier producto de Woody Allen o de Francis Ford Coppola en los últimos años. Este tipo de valoración puede ser injusto. Atrapada no está a la altura de lo mejor de Carpenter ni mucho menos, y la decepción, como suele ocurrir en estos casos, resulta entendible. Si se la considera en forma particular, no obstante, no es el trabajo de un genio, aunque sí, cuando menos, de un gran artesano que conoce su oficio a la perfección. Tan sólo un aspecto puede reprochársele. Son los golpes sonoros torpes e innecesarios que acompañan algunas de las escenas más tensas del relato, como si con el impecable registro visual no fuera suficiente. Así, la atmósfera supernatural y claustrofóbica que por momentos hace recordar a Corredor sin retorno, aquel clásico de Samuel Fuller de 1963, pierde espesor y efectividad. Más allá de las limitaciones imaginativas ya mencionadas, es esto lo que convierte el film en un mecanismo imperfecto. De todas maneras, la propuesta en general conserva su atractivo. Un Carpenter clásico, aunque ligeramente defectuoso, la justifica.