Entre las variadas coincidencias en los nombres y géneros de la semana con más estrenos en la historia de la distribución vernácula, la ciencia ficción tiene su lugar con brillantes ideas como “In-mortal” (la lucha de dos conciencias en la misma mente) y la que nos ocupa en este espacio, “Aurora”, de origen lituano, estrenada a tres años de su realización. En el primer caso se acierta con el planteo, pero falla casi todo el desarrollo, en esta oportunidad…
El experimento científico consiste en lograr conectar una mente humana en pleno ejercicio de su conciencia con la de una persona en estado de coma. Se intuye un deseo de búsqueda de cura desde bien adentro, pero claro, el viaje a la mente reviste ciertas reglas sugeridas por el comité, documentarlo todo (recordándolo), recorrer lo más posible y sobre todo, no hacer contacto alguno.
El elegido para esta tarea es Lukas (Marius Jampolskis), un joven científico con buenos conocimientos en los avances de la investigación y que se somete voluntariamente a la jornada histórica. Se rapa, se llena de conectores y transmisores de impulsos nerviosos y se sumerge en una súper cámara de agua hecha con material indefinido pero que se ve muy creíble. La instalación del verosímil funciona. La mente a visitar es la de la mujer del título Aurora (Jurga Jutaite), y obviamente hacen contacto interno. El problema es que estos encuentros se vuelven cada vez más fogosos y Lukas no está seguro de si son reales o imaginarios, pero sí está seguro de lo fenomenal que la está pasando. Como sea, el problema reside en la decisión de no contárselo a sus colegas de equipo.
El planteo de la guionista y directora Kristina Buozyte parte de su imaginario visual antes que de una cuestión filosófica razón por la cual, el concepto estético arraigado en los enigmas de la mente humana cobra mayor preponderancia en este libreto. Un verdadero acierto, porque visualmente Aurora propone un crecimiento desde lo abstracto a lo concreto.
A medida que las incursiones tienen lugar, el espectador puede dudar sobre lo que se ve en pantalla. Comienza con una constelación de neuro transmisiones, luego imágenes borrosas, luego agua, luego vida. Cualquier similitud con la teoría científica sobre el origen de la vida no es mera coincidencia. En este pasaje, la película está cercana al cine conceptual entregado por Terrence Malick en “El árbol de la vida” (2012).
Luego vienen los hechos más concretos. Del cosmos de la sinapsis pasamos a una playa paradisíaca para goce y juego de los dos. ¿Es el cerebro de Lukas el que está queriendo materializar un deseo, o la mente de Aurora la creadora de los escenarios para los encuentros?
Kristina Buozyte juega a dos puntas aquí. Por un lado, como si estuviera realizando su tesis de psicología freudiana básica a partir de lo que Lukas encuentra en la mente de Aurora, por el otro, un relato clásico con ribetes de expresionismo moderno para contar una de príncipe enamorado al rescate de su princesa, en un marco saludablemente original. El guión, sin embargo, abandona la importancia del mundo real y casi todo lo concerniente a la investigación per sé. Un punto flojo ya que los lineamientos de la ética a la cual el viajero mental se rebela tácitamente no son lo suficientemente sólidos como para encajar en los entramados de las acciones.
Se podría decir que esto último no presta tanta relevancia porque la directora toma las dos puntas antes mencionadas y con eso le alcanza para generar interés y empatía por una historia entretenida a partir de los climas inquietantes y ominosos que dominan casi todo este recorrido.