El cantor que no se calla
Melina Terribili reconstruye la vida del músico uruguayo Alfredo Zitarrosa en un apasionante documental que, como un rompecabezas, se arma con piezas, aquellas que contenían unas cajas atesoradas por la familia y que en 2014 tomaron estado público.
Rollos de Super 8, manuscritos, libros inéditos de poemas, diarios personales, cartas, cintas con grabaciones de canciones y algunos pensamientos tan desordenados como lucidos se encontraban almacenados en diversas cajas que ante una propuesta del gobierno uruguayo la familia entregó en custodia compartida al Centro de Investigación, Documentación y Difusión de las Artes Escénicas del Teatro Solís, en Montevideo, a finales de 2014, cuando se cumplían 25 años de la desaparición física de Alfredo Zitarrosa. La directora tuvo acceso a ese material que terminó siendo la forma y el relato de Ausencia de mi (2018).
La voz de Zitarrosa es el hilo conductor de una película que hace un recorte sobre la vida del cantautor para focalizar en el exilio. Dividida en capítulos cada uno toma los diferentes exilios a los que debió enfrentarse. El primero fue en 1976 con destino a la Argentina. Ese mismo año, con la dictadura ya en el poder, se exilió a España. Más tarde fue el turno de México para finalmente en 1984 retomar a Uruguay donde fallece en 1989 con apenas 52 años. Un exilio representativo del vivieron miles de latinoamericanos. Pero Ausencia de mi también habla sobre el desexilio, el regreso tan esperado y lo que eso conlleva.
Terribili logra con Ausencia de mi una película memorable, tan política como musical. Un documental de montaje (un nuevo gran trabajo de Valeria Racioppi, montajista de El silencio es un cuerpo que cae de Agustina Comedi), que no necesita una voz off que narre los hechos, sino que lo hace a través de una serie de canciones, pensamientos e ideas que el propio Zitarrosa grabó de manera casera en los años de exilio y que terminan dándole forma a un relato que convierte lo privado en público para resguardar la memoria del olvido.