“Ausencia de mí” (2018) es un bio-documental dirigido por Melina Terribili que narra la historia del artista Alfredo Zitarrosa (1936-1989). Con este trabajo la directora argentina le rinde tributo a una de las figuras más destacadas de la música popular uruguaya. Por Juan Páez
La cinta ofrece un interesante repertorio de temas, sin embargo, esta vez nos interesa reflexionar sobre cómo el documental, a partir de una serie de objetos personales, logra articular un viaje al pasado para reconstruir con fotografías, papeles y canciones, la vida y obra del cantautor uruguayo.
Al iniciarse la película una voz en off sostiene: “En mi país cualquiera conversa sobre el sentido de las palabras”. Con estos términos, el músico se hace presente dando lugar a una retrospectiva que ahonda en la palabra como elemento poético y de lucha. Inmediatamente, el fondo oscuro de la pantalla se ve desplazado por un paisaje de la costa con sus edificaciones, olas y gaviotas. Esta imagen, como si fuera el estribillo de una canción, se repetirá en varias ocasiones a lo largo de la biopic.
El punto de partida del trabajo de Terribili es el año 2014 en Uruguay, luego de que la familia del célebre artista le entregara al estado sus archivos personales que comprenden desde prendas de vestir hasta filmaciones caseras y entrevistas radiales. Es decir, una serie de testigos silenciosos que, 27 años después, deciden hablar para contarles a los espectadores lo vivido por Alfredo Zitarrosa durante su exilio en Argentina, España y México.
Paisajes, geografías y hogares que se diluyen en cada nueva partida, unifican la casa del exilio. Y como no podía ser de otro modo, el registro lingüístico da cuenta de ese destierro impuesto a través de las voces de los periodistas que, en cada nueva patria, entrevistaron al compositor. En esas secuencias, se lo puede escuchar hablando acerca de sus ideas políticas, la situación de su país, pero también sobre sus procesos compositivos y de su visión sobre la música en particular y el arte en general.
En este sentido, es importante resaltar que el arte constituye para el protagonista una forma de compromiso social. Esta manera de comprender todo acto creativo le otorgó una popularidad que se vio manifiesta, por ejemplo, en la masiva asistencia de admiradores al concierto que brindó, una vez finalizado su exilio, en 1984.
Respecto al tiempo, la narración se sitúa en un presente donde acontece la entrega, la clasificación y la conservación de los objetos, pero alterna con el pasado que emerge de los propios archivos. De esta manera, la temporalidad construye una memoria que es, a la vez, individual y compartida. En cuanto a los espacios, las escenas cotidianas y familiares se intercalan con otras que pertenecen a la esfera de lo público: fotografías de las fuerzas armadas, anuncios de boletines oficiales e imágenes de la represión en los tiempos dictatoriales.
En suma, el film pone en diálogo diferentes artefactos –imágenes, filmaciones, entre otros objetos– para construir una narrativa que articula compromiso social y belleza artística. Este viaje al pasado permite recorrer la vida de Alfredo Zitarrosa y redescubrir la potencia de su voz. El desplazamiento temporal diagrama un recorrido por una memoria que es individual y colectiva, poniendo en valor a una de las figuras más importante de Uruguay.