Alfredo Zitarrosa era de juntar recuerdos. Tiempo atrás, su esposa e hijas donaron casi todo al Estado uruguayo. Charlas radiofónicas, grabaciones caseras, material gráfico, papeles sueltos con pequeñas frases, guitarras, caracoles, nostalgias. Ahora gente especializada los va restaurando, con poco presupuesto y gran cariño. En tiempos difíciles, él fue el último cantautor que armó las valijas para irse. Y el primero que murió de tristeza tras la vuelta.
Buena parte de lo restaurado es lo que nos permite ahora conocer los últimos capítulos de su vida, en su propia voz. Respetuosa y atenta, la documentalista Melina Terribili hilvana la donación y las tareas de restauración con las etapas del exilio, primero en Buenos Aires, luego en Madrid y México, ese “no hallarse” en ningún lugar mientras las hijas van creciendo a su lado, ese “andar explicando” quién es uno y qué lo lleva, siempre con expresión poética y dolida, o explicar cómo nacieron sus canciones cuando hace años, desde que se fue de su tierra, no logra componer nada.
Es tocante oír de nuevo sus silbidos, su guitarra acriollando una pieza barroca que acaba de oír por radio. Y emociona ver los noticieros del regreso, con la enorme multitud de gente que fue a recibirlo y acompañarlo en el camino, y el momento en que cantó el “Adagio a mi país” en un estadio. Pero ya no era su país. La última imagen lo muestra en el cumpleaños de 15 de la hija mayor, contento y triste al mismo tiempo. Solo 20 días después murió. Tenía 52 años.