Galardonada en festivales como los de Roma, Brasilia, FICUNAM y Lima Independiente, esta austera, minimalista (transcurre en buena parte dentro de una habitación) y sensible película describe las desventuras de André (André Gatti) quien, luego de separarse de su esposa, vuelve a vivir con su padre (interpretado por el mítico director Carlos Reichenbach, fallecido poco después del rodaje), que parece bastante más interesado en su perro Baleia que en ver unas viejas películas en Súper 8 que su hijo va revisando metódicamente.
Lo que en verdad aparece en esas viejas cintas es la historia de quien las filmó: el hermano mayor del protagonista, un militante desaparecido 30 años antes, en plena dictadura. Wahrmann -también incursionando en un terreno semi autobiográfico- combina con precisión el presente (a través de la distante relación padre-hijo) y el pasado, que regresa a través de esas viejas películas caseras de los años ’70. Experimentación con múltiples recursos y formatos, trabajo con no actores y una veta nostálgica y política a la vez se combinan para un muy interesante exponente del nuevo cine brasileño.