¿Valió la pena esperar trece años? La respuesta es positiva: “Avatar, El Camino del Agua” es una experiencia inmersiva y fascinante. James Cameron no se guarda ningún artilugio visual por explorar en este auténtico deleite de sentidos. Quien dedicara su entera trayectoria artística a elaborar una saga de películas hoy pertenecientes a la factoría Disney (tras su acuerdo con Fox) está de regreso, proyectando futuras secuelas que conoceremos, con intervalos de dos años, de aquí a 2028. Más de tres horas de metraje condensan la mayúscula visión cinética de un Cameron obsesionado con las profundidades marinas desde la magnífica “Abismo” (1988). Aquí, vuelve al elemento natural donde se siente más cómodo: la densidad del agua simulada es el origen de la vida para este ejercicio de cine de fantaciencia concebido mediante exorbitante presupuesto. Catorce años después del estreno de la ultra taquilla película “Avatar” -una integradora experiencia de paradigma tridimensional-, la flamante embriagadora imponencia visual duplica las expectativas puestas sobre semejante producto. Fotogramas en velocidad y sonido envolvente resultan las cartas de presentación de un film causante de tremendo hype. No era para menos, tanto es que técnicamente supera todo lo imaginable para el ojo humano. En los océanos de Pandora, el artificio audiovisual es instrumento para la creatividad y su forma de concebirlo revoluciona el sentido industrial de una propuesta del estilo. «Avatar, El Camino del Agua» moldea un sentido de profundidad narrativa encomiable, en donde el medio no conspira contra la idea. Reformulando los cánones de género y todo estereotipo habido y por haber, el gigante guionista y productor canadiense coloca la piedra fundamental de una obra a la que consagró su artesanal tecnicismo. Su vehículo tecnológico potencia el mensaje, a de manera que palpamos con extremo realismo relieves, texturas y contornos. El reto al que se enfrentaba el director era lograr, a través de un mundo digital, el perfecto equilibrio en dotar de protagonismo humano a una historia que pretendía prescindir de éste. Sin llegar a ser consumido por los efectos especiales, demostrando una gran capacidad de generar nervio y emoción, gana la pulseada y sortea su mismo gran obstáculo que década y media atrás: en tiempos de incredulidad y escepticismo, caer en la propia trampa del mediocre panorama hollywoodense. Reminiscencias de una labor estética y conceptual en la que comenzó a enfrascarse hacia fines de los años ’90, como compendio de una escritura adelantada al uso de efectos especiales que por entonces el cine disponía. Tiempo al tiempo, las herramientas adquiridas en pos del sentido de belleza perseguido por el autor han sabido conducir a buen destino aquella colosal quimera.