La magia de Pandora sigue intacta.
Avatar: el camino del agua es Cine en estado puro. Ese mismo que nació en diciembre de 1895, por obra y gracia de los hermanos Auguste y Louis Lumière y con la simple idea de entretener, sorprender, emocionar. Avatar: el camino del agua (secuela de la historia creada y dirigida magistralmente por el realizador James Cameron en el año 2009) también es un espectáculo audiovisual totalmente deslumbrante y magnético por dónde se lo mire. Sus 192 minutos de metraje son un viaje que nos transporta a la fantasía, los sueños, al amor por la naturaleza y el respeto a la vida. Su universo es único y su mensaje antibélico es apenas la punta del iceberg en un relato que refiere a muchos otros asuntos importantes: la colonización imperante, la importancia de seguir manteniendo los recursos naturales para futuras generaciones, el papel de la tecnología y la unión de la familia. Y todo gracias a un proyecto por el que James Cameron, director de enormes clásicos del cine de acción y ciencia ficción como Terminator (1984), Aliens: el regreso (1986) y Titanic (1997), se la jugó por el todo, casi desde el mismo momento en que la imaginó, allá por el 2000, hace ya 22 años.
La trama de esta nueva película retoma la historia de la anterior Avatar y de sus personajes centrales, Jake Sully (Sam Worthington), un terrícola que llegó, tecnología mediante, a la luna de Pandora y se enamoró allí de una Na’vi llamada Neytiri (Zoe Zaldana). Diez años han pasado desde esos acontecimientos y esta pareja se ha unido en Pandora para formar una familia y tener hijos, cuatro exactamente, una de ellas una niña adoptada. Todo es armonía y felicidad para la familia, pero lamentablemente un día llegarán al lugar los villanos de turno, un grupo de terrícolas que buscan colonizar Pandora y no en muy buenos términos. Es entonces que Jake y Neytiri se tendrán que separar por primera vez en mucho tiempo y luchar para que no le usurpen y roben lo que tanto aman. Jake se terminará refugiando en otra comunidad, la de los Metkayina, quienes viven en un hábitat diferente, el agua. Lo que Jake nunca imaginará es el gran apoyo que recibirá de esta población, distinta en escenario, pero igual de unida que los Na’vis.
James Cameron es uno de los pocos directores que aún sabe cómo filmar escenas de acción que funcionen. Todo es de acto impacto: el sonido, la animación, las batallas, la acción real. De sólo ver a Neytiri, una verdadera guerrera de piel azul, con su arco y flecha defendiendo a su tierra, ya es suficiente. Las secuencias hablan por sí solas. Los espectadores pasarán así a ser testigos de una guerra sin tregua ni respiro. Cuando el fin justifica los medios, no hay excusa posible. También James Cameron es un director muy conectado con el agua, desde su mismo debut con la cinta de Eco-terror, Piraña 2: asesinos voladores (1981), pasando por la soberbia historia de CF, El Abismo (1989) y la galardonada Titanic. Aquí le rinde homenaje con la maravillosa puesta de la comunidad acuática Metkayina, con sus océanos y hasta con un extraño animal marino, Tulkan. No olvidar que estamos hablando de un verdadero artesano del cine: su clara y precisa forma narrativa, más todos los recursos visuales que son grandiosamente utilizados en pantalla y su potente entendimiento de los géneros y sus códigos, así lo demuestran.
Avatar: el camino del agua es una experiencia muy recomendable. Sus más de tres horas de duración son de disfrute y deleite absoluto. El ritmo nunca decae y el tiempo se pasa volando, así como lo hacen los Na’vis en sus rasantes vuelos diarios. Lo único reprochable son las subtramas que se irán presentando en la historia, demasiadas para mí gusto, algunas complejas y que pueden llegar a confundir al público. Lo demás, la introducción nuevamente a un universo bellísimo, donde sus integrantes, los Na’vis y los Metkayinos, aún se respetan, cuidan y aman. Algo cada vez menos común en los terrícolas, que envidiosos buscarán colonizar este lugar aún virgen de maldad y engaños.
Avatar: el camino del agua es una película que tendría que ser vista por muchos: chicos, adultos y mayores. Su mensaje nos habla de la humanidad en todas sus variantes, sus imágenes de las emociones, y su legado nos llena de esperanza de un mundo mejor y más unido. James Cameron filma para la posteridad, para un cine que aún está vivo y afortunadamente lo seguirá estando por un tiempo más.