A vender pochoclo que se acaba el mundo
Cuenta la leyenda que el público asistente a la función donde se proyectó "La Llegada del Tren a la Ciudad" de los hermanos Lumiere huyó aterrada de la sala al ver como una locomotora se les venía encima. Era 1895 y la imagen en movimiento sobre una pantalla era algo novedoso. El desafío pasó a ser, a partir de entonces, lograr algo más que una sorpresa temporal y poder contar historias más allá del efectismo.
Un siglo después se sigue en la búsqueda de la sorpresa y la innovación. James Cameron, hombre de la industria, sabe de qué se trata. Sus filmes consiguen combinar espectacularidad y contenido. Habilmente ha sabido contar historias apoyado en las herramientas que él mismo desarrolla. Hombre de la industria al fin, la dota de los elementos que puedan garantizarle más y mejores réditos al tiempo que entretiene a la audiencia.
"Avatar" no es la excepción. Cameron creó nuevas cámaras y formas de trabajo para una industria necesitada de novedades para atraer público a las salas cada vez menos concurridas. El negocio ya no cierra solamente con las proyecciones tradicionales, ahora hay que filmar en 3D y hacer metrajes de larga duración que hagan sentir al espectador promedio que el dinero invertido valió la pena.
Así es que el director de "Titanic" presenta una historia donde un grupo de mercenarios al servicio de una empresa extractora de metales se instalan en un planeta llamado Pandora. Su misión es despejar el área de extracción de los habitantes del lugar, llamados Na´vi. Para conseguirlo por vías pacíficas, un grupo de científicos crean "avatares", réplicas de los seres de Pandora que pueden ser controlados mentalmente por terrestres. Uno de ellos es el soldado Jake Sully, parapléjico y en silla de ruedas, quien al manejar su avatar redescubre la posibilidad de caminar al tiempo que se infiltra entre los Na´vi para conseguir información.
Como es de prever, la vía pacífica no funciona y los mercenarios deben hacer el trabajo sucio. Para entonces, Sully ya no estará en el bando inicial.
Los aspectos técnicos del filme son sorprendentes, en especial el sistema de captura de movimientos perfeccionado en lo facial. Si bien la película fue creada para su visión en salas 3D, la mayoría del público, por disponibilidad de salas y por cuestiones económicas, la verá en 2D y la experiencia desde lo visual es igual de interesante.
Cameron presenta un mundo parecido al nuestro en la prehistoria, sus seres son primitivos y viven en un ambiente virgen. Narra el cuentito alla Disney, con malos muy convencidos de serlo -el militar compuesto por Stephen Lang es tan básico que da risa - y otros cuya maldad es fruto de su propia ignorancia y estupidez. El contraste con los buenos es de una simpleza tan infantil que molesta, mientras los hechos son presentados con un maniqueísmo a esta altura desconcertante en el realizador que creó "Terminator".
Con un ecologismo propio de una mala publicidad de Greenpeace, Cameron hace un elogio de lo primitivo, un canto a la pacha mama trunco, ya que su épica sólo cobra sentido si un marine estadounidense consigue posicionarse como líder de una comunidad incapaz de generar sus propios héroes.
Fábula simplista que hace agua gracias al vicio constante del cine industrial yanki, el de no poder prescindir de los heroismos personalistas.