Avatar

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Lejos de la revolución

James Cameron aseguró en infinidad de testimonios que, luego del inmenso éxito de Titanic, se vio obligado a esperar más de una década para concretar Avatar -la película más cara y una de las más ambiciosas de la historia del cine- porque las herramientas tecnológicas disponibles en ese entonces no eran suficientes como para desarrollar el nuevo mundo que él imaginaba y quería plasmar en la pantalla.

La espera llegó a su fin. Avatar ya es una realidad (virtual) y, aunque el omnipotente Cameron se llene la boca hablando de película "revolucionaria", estamos ante un film con aciertos parciales y que -entre su notable acabado visual y los desniveles de su historia- resulta un producto más para admirar que para sentir.

Cameron -un director que, aclaro, me gusta- nunca ha sido un artista demasiado sutil, pero sí un potente narrador, de esos capaces de manipular (generalmente con buenas armas) al espectador y llevarlo así a los terrenos artisticos y a las dimensiones emotivas que él busca. Avatar tiene múltiples elementos que la vinculan con su obra anterior (hay conexiones visuales y dramáticas con Aliens, El abismo, Terminator y Titanic), pero carece de la enjundia, de la solidez, de la fluidez y de la potencia de la mayoría de sus trabajos previos.

Si uno se quedara en las limitaciones de su sinopsis, en sus alegorías obvias, en su espiritualismo de manual, en su corrección política (con mensaje antibélico y ecologista incluído) y en su mirada naïf con toques new-age sentiríamos que Avatar es una profunda decepción. Pero también creo -y no se trata de "salvar" a Cameron- que la película merece otras miradas y lecturas. Y allí es donde aparecen los méritos, que no sólo tienen que ver con sus proezas formales.

Leí por ahí (creo que en Slant Magazine) que Avatar es más Pocahontas (Disney) que El Nuevo Mundo (Terrence Malick) y es muy cierto, pero más allá de sus obviedades y torpezas, de su tono aleccionador para preadolescentes (y casi risible para los adultos), también se respiran en varios de sus extensos 162 minutos momentos de gran cine, en los que Cameron se permite jugar (y reinventar) los géneros.

Avatar es, por supuesto, una película de ciencia ficción, pero también un western hi-tech revisionista (con los humanos como cowboys codiciosos y los nativos del planeta Pandora como indios pletóricos de sabiduría), un film bélico a-la-Apocalipsis Now que nos remite a la Guerra de Vietnam (y a Irak), un melodrama romántico con dos protagonistas de etnias diferentes en tiempos de xenofobia, y un thriller sobre los enfrentamientos entre la corporación militar-empresarial por un lado y los cienfíticos (con los que se identifica el director) por el otro.

¿A esta altura tiene sentido que les cuente de qué va la película? Prometo no anticipar ningún secreto / misterio (igual, aclaro, no hay demasiados). Año 2154. Jake Sully (Sam Worthington) es un marine que ha quedado paraplégico, pero es enviado a Pandora en reemplazo de su hermano gemelo, asesinado, ya que así podrán aprovechar su Avatar creado con la mezcla del ADN humano y del de algún integrante de la tribu local de los Na'vi. Luego de 6 años en criogenia, Jake despierta en destino y se encuentra en medio de una disputa entre empresarios y militares mercenarios que están allí para explotar a sangre y fuego un preciado mineral y los científicos que intentan descifrar los conocimientos de esa raza que convive en armonía con la flora y la fauna de una impresionante selva tropical en la que todo es enorme y exótico: animales, plantas luminosas, árboles, cascadas y hasta montañas flotantes.

Es aquí -en la creación de esta nueva civilización- donde aflora lo mejor de Avatar. Entre el diseño de producción de Rick Carter y Robert Stromberg y los efectos visuales hipersofisticados de BETA, pero que al mismo tiempo remiten al legendario Ray Harryhausen (especialmente en la lucha entre criaturas salvajes), Cameron concibe un universo totalmente novedoso, bello y fascinante. Otro gran hallazgo del film tiene que ver con el uso inteligente y funcional de los recursos del cine 3D, que le otorgan a cada escena la profundidad de campo necesaria pero que no caen en el regodeo efectista del truco fácil.

Avatar es un maravilloso espectáculo visual y un relato lleno de cursilerías, una película donde conviven la mirada más inocentona con las búsquedas expresivas más audaces, las metáforas pedestres con el más alto vuelo estilístico. Así de contradictorio resulta este esperado y arriesgado regreso de Cameron al cine.