Una pantalla al mundo nuevo
James Cameron entrega un filme de ciencia ficción en 3D impactante y técnicamente revolucionario.
Cuando se pensaba que James Cameron no podía apostar a hacer algo más grande que Titanic -o que había perdido la razón en el intento-, doce años después de aquel éxito aparece Avatar, una película que deja, al menos en tamaño, a aquel clásico como un filme pequeño ... y hasta es probable que lo supere también en taquilla.
Cameron tenía todo servido para el gran fracaso: el tiempo transcurrido hacía pensar que se había enredado en una lucha tecnológica imposible y los adelantos vistos con las criaturas azules que pueblan el filme (los Na'vi, habitantes del planeta Pandora) eran risibles. Pero no hay más que calzarse los anteojos 3D, sentarse frente a la pantalla y las dudas desaparecen: Cameron está de vuelta. Y su regreso es más que bienvenido.
Avatar cuenta una historia simple y de manera bastante tradicional, al punto que definirla como "Danza con lobos en el espacio" no es tan reduccionista como suena. El filme se centra en Jake Sully, un marine lisiado (Sam Worthington) enviado a Pandora en una misión especial: reemplazar a su hermano gemelo, un científico que ha muerto, como parte de un equipo de investigación en la cultura Na'vi. La forma de hacerlo es a través de un "avatar": el hombre se coloca en una camilla, su ADN es transportado al cuerpo inerte de un nativo y así puede ingresar a la increíble "caja/mundo" de Pandora.
Pero, como Jake es marine, los militares apostados allí quieren utilizarlo para otro fin: convencer a los Na'vi de dejar su tierra ya que debajo del gigantesco árbol que les sirve de "hogar" hay una importante reserva de unobtanium, valioso material que quieren llevarse.
Tras una serie de accidentes (cuando Sully pasa a su cuerpo azul y gigante se entusiasma con la posibilidad de correr), su avatar termina con los Na'vi, entra en su asombroso mundo (una mezcla de selva amazónica con pecera psicodélica que contiene la flora y la fauna más extravagante jamás vista) y, a lo largo del filme, deberá debatirse entre cumplir su misión militar o la científica.
En el medio habrá espacio para una épica romántica (Sully se enamora de la Na'vi Neytiri), una bélica (será inevitable la batalla y la invasión militar), un recorrido geográfico-cultural (Neytiri le muestra a Sully, y a nosotros, los hábitos, costumbres y criaturas de Pandora y sus habitantes) y un combate entre varios mundos: el de la ciencia (con Sigourney Weaver a cargo del programa), el militar (con Stephen Lang como el comandante invasor, un Bush con esteroides) y el espiritual/ecológico que profesan los habitantes de Pandora, conectados a la "Madre Tierra" de una manera, digamos, inusual.
Más allá del aspecto "virtual" de Sully que lo obliga a una extraña doble vida, hay muy poco en Avatar que escape a la estructura tradicional de un western o un filme bélico. Podrían hacerse lecturas del filme como una crítica a la política invasora de los Estados Unidos (de Irak para atrás, toda comparación funciona), tanto en lo militar como en lo cultural ("¿qué podemos ofrecerle a ellos? -se pregunta Jake en su videodiario-. ¿Jeans y cerveza light?"), al punto que uno se pregunta si lo que sucede en la Tierra, paralelamente (corre el año 2154), no se parecerá al futuro visto en Terminator.
Lo que sí es diferente, revolucionario en el sentido de iniciar un cambio tecnológico clave, es su formato tridimensional y sus personajes digitales. En el primer caso, Avatar es un triunfo absoluto. Cameron ha creado un 3D inmersivo que permite al espectador ser casi otro "avatar" de todo el proceso, un participante más del asombroso universo de un filme hecho en base a incontables transferencias (psicológicas, físicas, metafóricas). Y lo hace casi sin apelar a los trucos de lanzar objetos al espectador: el 3D en Avatar engorda la pantalla, le otorga volumen, la expande. Cameron sabe que hay mucho en el cuadro para observar y tiene la discreción (o el clasicismo narrativo) de, más que tirárnoslo por la cabeza, hacernos entrar como en un encantamiento.
Donde la película no termina de "revolucionar" es en el tema de los personajes digitales. Los Na'vi son un gran paso en ese camino, pero sigue habiendo algo indescifrable en ellos y resulta complicado meterse emocionalmente en la historia de la misma manera que se lo haría con actores. Sin embargo, el poder narrativo de Cameron es tal que, al ver el filme más de una vez, uno empieza a olvidar esa extrañeza y logra compenetrarse con esas criaturas gigantes, más allá de que se los pinte con un dejo de condescendencia (o inocencia, o decisión política) y un tufillo new-age.
Avatar es un cúmulo de contradicciones. Una película ecologista y defensora de la naturaleza hecha casi toda digital, virtual. Un filme sobre el respeto a la identidad cultural de los pueblos que aterriza en los cines de todo el mundo a la manera de un ejército invasor. Una apuesta a una revolución técnica armada con una estructura narrativa propia de la literatura del siglo XIX. Una épica de motivos cristianos para una película que abraza una suerte de panteísmo científico. Y así se podría seguir al infinito.
Sin embargo, todas esas contradicciones, más que arruinar la experiencia, la expanden, enriquecen sus lecturas. Sí, es una película con momentos y escenas cursis, con otras prestadas (de King Kong, Matrix, Pocahontas, El Rey León, Tarzán... Los pitufos y se podría seguir, interminablemente) y una buena cantidad de autocitas (Terminator y Aliens en lo audiovisual; El abismo en lo filosófico). Pero su poderío visual y narrativo procesa todo ese material sin fagocitárselo, sin llevárselo por delante. Cameron cuenta, seduce, involucra e impacta. Por momentos exagera y se le va mano, es cierto, pero en tiempos de entretenimientos que se esfuman en el momento en que la pantalla se pone en negro, uno agradece y celebra el exceso.