Una exhibición visual con una historieta de fondo
Desde hace mucho que escuchamos hablar de la película que revolucionaría el cine. La vuelta de James Cameron a la dirección después de muchísimos años, demasiados para un director de su envergadura. Avatar llegó a nuestro país para demostrar que, si bien probablemente no sea merecida la cantidad de premios Globo de Oro que se llevó, es un espectáculo visual soberbio. De eso no cabe ninguna duda: desde el punto de vista técnico, Avatar es impresionante, imponente e hipnótica. Y no se puede dejar de pensar de esa forma cuando uno se imagina que cada uno de los fotogramas que transcurren en Pandora están modelados por computadora.
Pero su mayor virtud es, quizás, su mayor inconveniente: promediando el metraje, el espectador empieza a sospechar de que Avatar no es más que una exhibición de la magia que su director supo lograr a través de la magnífica puesta en escena virtual. Un segmento importante de la película es dedicado a mostrarnos cómo el protagonista explora y conoce este maravilloso mundo nuevo. Y cada nueva escena es aún más espectacular que la anterior.
La historia que relata es por momentos algo compleja y por momentos demasiado pobre. Ambientada en el futuro, cuenta que los humanos han descubierto un planeta llamado Pandora, en donde existen cantidades de un precioso metal que vale millones cada kilogramo. Es imperioso conseguirlo, pero para ello hay que desplazar (o aniquilar) a los habitantes nativos (unos humanoides azules de tres metros de altura y cola de gato, llamados Na'vi). Entonces, mientras que los militares quieren utilizar la fuerza, hay científicos que prefieren buscar la manera de convencer a estas poblaciones de que se muden para que ellos puedan quitarles el mineral. Para contactarse con ellos, los humanos se "disfrazarán" de Na'vis conectándose virtualmente (casi como en Matrix...) a unos cuerpos artificiales nativos llamados avatares. Sam Wortington interpreta a un soldado que se mete en el proyecto avatar y será el encargado de conocer a los nativos un poco más. Con sólo leer esta breve sinopsis y calcular el tiempo que se toma el director para exhibirnos, pasarnos por nuestras narices, su maravilloso Pandora, se imaginarán por qué el filme dura casi tres horas.
Aun si el único problema del filme fuera esta debilidad de regodearse en sus propias ventajas, es probable que merecería ganar muchos premios Oscar, pero lamentablemente no es así. Cameron logró representar un mundo imposible, pero a la hora de contar la historia se quedó bastante corto. El guión tiene varios agujeros difíciles de entender, explica poco donde debería explicar más y, para colmo de males, es bastante predecible en su progresión narrativa y remite constantemente a una infinidad de películas (Matrix, Jurassic Park, Alien I y II...). Entre los "plot holes" podemos contar que nunca queda demasiado clara la relación entre los humanos y sus cuerpos de Na'vi, los avatares. Supuestamente, cuando los avatares duermen, los humanos se desconectan de ellos, y sus ficticios cuerpos azules quedan durmiendo en Pandora. Pero eso recién se aclara al final, cuando eso ya sucedió varias veces y nadie nos contó que pasaba con los avatares durmientes en medio de la población de Na'vis que se preguntarían si se pasaron con el Melatol o vaya uno a saber qué...
Hay quienes ven en los sosos mensajes que dispara el filme -el peligro de la avaricia humana, la barbarie de los exterminios de pueblos nativos, la sacra conexión de los Na'vi con la naturaleza y su costado espiritual- un motivo para enaltecerla. Será por esas moralejas que Avatar, por momentos, parece una película de Pixar. Ni hablar de algunos de sus personajes, como el Coronel Quaritch (Stephen Lang) o la soldado Trudy Chacon (Michelle Rodriguez): ambos son casos paradigmáticos de personajes lineales, áridos, cuadrados, lisa y llanamente espantosos y, por ende, poco creíbles. El Coronel Quaritch tiene que ser el peor villano (de una película medianamente seria) de los últimos tiempos: es indefectiblemente, insoslayablemente, 24 horas al día malísimo. Nunca deja de ser malo un rato para ser traicionero, vil, embustero, es únicamente muy malo, ridículamente malo. Y con Trudy pasa exactamente lo contrario: es tan buena que abandona al ejército en pleno bombardeo, con la frase: "Yo no me enlisté para esto". Casi tan ridículo como que el mineral se llame "unobtanium" ("inconseguibleum") y el personaje del heroe nativo (digamosló, los na'vi son como cualquier pueblo indígena pero azules y grandes) se llame Jake Sully, según los na'vi "sheiksulí", casi casi Shaka Zulu...
Algún sabio dijo que Avatar era "del director de Terminator y el guionista de Titanic". La historia de Avatar camina por la cornisa mucho más que la de Titanic por el mero hecho de que tiene que inventar cosas de un mundo que no existe y en la de Di Caprio nos contaban como dos jovenes se enamoraban en un viaje en barco. Sin embargo y pese a todo, Avatar en 3D no deja de ser una película de vista obligatoria para cualquier cinefilo y casi para cualquier mortal. No porque de mirarla surjan las ideas para la revolución o porque no verla sea tan grave, sino simplemente porque es visualmente impactante, inabarcable, inolvidable y porque es un buen entretenimiento. Si merece o no Oscares y los Golden Globes que ganó, es otro asunto.