Avatar

Crítica de Marina Yuszczuk - ¡Esto es un bingo!

Crítica que no siente

Muchas de las críticas que leí sobre Avatar coinciden en un punto: los aspectos técnicos y visuales de la película son impresionantes, se trata verdaderamente de un espectáculo para la vista, pero la historia es banal y trillada, las actuaciones malas y el guión deficiente, plagado de lugares comunes. En este tipo de críticas parece existir el presupuesto de que una película puede dividirse en los distintos factores que la componen –cosa que indudablemente es cierta en el momento de escribir una crítica, pero no en el momento de la recepción. Por esa forma de descuajeringar una obra es que llamo a estos textos “la crítica de los ítems” (por acá el contenido y la historia, por allá la fotografía y el sonido, y suele no faltar una mención especial a la actuación de alguien).

Por otra parte, suele decirse que todas las historias, si se pela la cáscara que las reviste de características particulares y las sitúa en un tiempo y espacio determinados, si se saca la pulpa que pone variaciones en el contenido, se reducen a dos o tres historias antiquísimas de las que surgen todas los demás. Esto se acepta muchas veces como una verdad universal, pero jamás, jamás, sirve como punto de partida para la crítica de una película en particular. Muy por el contrario, no es ni siquiera un punto de llegada, sino más bien un callejón sin salida. “La historia es siempre la misma, se trata del choque entre dos civilizaciones, etc.”, se dice, y entonces se meten en la misma bolsa relatos de lo más disímiles, a los que no les sirve para nada estar en una bolsa.

Estoy rabiosamente en contra de esa visión por la cual las historias son siempre las mismas y sólo hay dos o tres relatos básicos que no hacen otra cosa que variar a lo largo del tiempo, como si las variaciones en la técnica no transformaran radicalmente el contenido de esos relatos y los vincularan a una época. Desde esa perspectiva, Avatar cuenta una historia bastante conocida, estamos de acuerdo. Sólo que una película no es una historia. Pienso que una película es ante todo una experiencia, tanto intelectual como sensual y física, completa, y en ese sentido, Avatar es una experiencia nueva. La historia es la de nuestra civilización humana –personalmente no acuerdo con estos términos generalizadores, que no hacen otra cosa que ocultar las diferencias al interior de esa civilización- que después de haber destruido a su madre, la tierra, se vuelca hacia otros planetas para explotar sus recursos naturales, devastación de por medio. Sí, es innegable todo lo que semejante ecologismo soslaya, pero este punto de partida le sirve a Cameron para mostrarnos otro mundo que se llama Pandora.

En Pandora –la que ofrece todos los dones, que es lo que el nombre significa- viven los Na´vis, una población que aprendió a dominar a la naturaleza pero respetándola y agradeciendo todo lo que obtienen de ella como algo que no les pertenece, que se les da en préstamo y que después tendrán que devolver. Todo esto es bastante básico, insuficiente sin lugar a dudas para cualquier cabeza más o menos intelectual que haya leído un poco de filosofía y religión. Pero Pandora se vuelve una experiencia, y hasta una experiencia de lo sagrado, por la manera en que Cameron nos hace caer las semillas blancas del árbol sagrado encima, nos hace sobrevolarla montados en los banshees y ver cómo Neytiri dobla delicadamente el capullo curvado de una flor para tomar el agua que está adentro. Cuando vemos cómo el cadáver del hermano de Jake, envuelto en una bolsa de plástico marrón, es entregado a las llamas en una caja, sin ceremonia, sin darle ninguna importancia, igual que se deshecha una bolsa de basura, y vemos mucho después el entierro de un Na´vi al que sus compañeros cubren de flores para devolver a Eywa, la tierra, no hacen falta más que esas dos imágenes para hacer una reflexión sobre la manera de procesar la muerte en nuestra cultura. ¿Qué tiene que ver “un buen guión” con todo esto?

Avatar cuenta una historia conocida pero en mi opinión lo que marca la diferencia en esta película es que nos ubica completamente del lado de los otros para vivirla. Leí críticas de la película en las que se dijo que había un uso interesante del 3D, pero nunca se dice muy bien adónde reside ese interés. En mi opinión, es muy claro que Cameron usa las tres dimensiones para situarnos en el punto de vista de los Na´vis, para ponernos del lado del otro. Para dar sólo un ejemplo: cuando empieza la guerra, el ejército norteamericano dispara sobre los Na´vis y las bombas vienen hacia nosotros, porque somos ellos. Nos sentimos atacados. De hecho en Avatar hay una frase parecida a la que destaqué en Let the right one in (Eli le decía a Oskar “Sentí lo que yo siento”). En este caso es la doctora Augustine (Sigourney Weaver) quien le dice a Jake (Sam Worthington), durante su entrenamiento en la cultura Na´vi a cargo de Neytiri, “Tenés que aprender a ver el bosque con los ojos de ella”. Tan completo es el cambio de bando de Jake que ese abrir los ojos que comentó mi compañero constituye el nacimiento del personaje a otra vida, completamente nuevo, convertido en otro, después de abandonar su cuestionable humanidad. Que el cine pueda instalar por un segundo ese deseo en nosotros, no me parece poco.

Jake puede hacer esa experiencia porque existe un adelanto técnico llamado avatar que le permite conectar su sistema nervioso con el de una criatura que se parece a él pero que tiene otro cuerpo, un cuerpo que puede recorrer Pandora, sentir la tierra (correr es lo primero que hace Jake cuando prueba su avatar, y vemos los pies hundirse en la tierra con un placer enorme), vivir lo que viven los Na´vis. Nosotros podemos hacerlo porque existe el cine, que también es avatar, y en este caso porque existe el 3D. En una de esas hay que estar un poco loco de amor por el cine y ser bastante ñoño para conmoverse con esa experiencia, pero hagan la prueba, visiten Pandora y vuelvan un poco más maravillados con todo lo que existe.