Interrogantes de memoria e identidad
Un tensionante relato construido con los fragmentos de una identidad quebrada, en la inmediata Alemania de la segunda postguerra. Una mujer que regresa del mismo infierno y que pasará a ser presa de una maniobra enmascarada en su reclamo de amor.
En septiembre de 1960, en la ciudad de Hilden, tiene lugar el nacimiento de Christian Petzold. Considerado hoy el principal exponente de la nueva generación de directores alemanes por su constante interrogar al pasado de su país sobre las temáticas de la identidad y las huellas de la memoria. Su obra nos alcanza por sus cuestionamientos que trascienden su propia frontera geográfica.
Su nacimiento está datado a dos años del encuentro de realizadores en Oberhausen, ciudad en la que anualmente presentaban sus cortometrajes. Estos jóvenes exponentes de ese cine que se enfrenta a las comedias taquilleras y a la reconstrucción elemental de los hechos históricos, a los dramas sentimentales modelos "Sissí", a los paseos turísticos por zonas montañosas y lacustres, tienen como referente, en lo inmediato, a los jóvenes críticos y cineastas de la Nouvelle Vague. Entre los nombres de este fundacional momento de la historia del cine alemán, están los hoy tan reconocidos y admirados Volker Schlondorff, Wim Wenders, Werner Herzog, Rainer W. Fassbinder, Peter Fleischman y, entre otros, para algunos la figura rectora, Alexander Kluge.
Son los debates de este nuevo grupo que guarda sintonía con otros nuevos movimientos y escuelas y desde los films que se van presentando, lo que llega a motivar a Christian Petzold, quien como la mayoría de ellos, explora primero y aún hoy en el terreno del cortometraje. Su obra, tal como explícitamente lo ha manifestado, trata de indagar en los pliegues de las versiones de su nación alemana, de los comportamientos frente a una situación límite, de los conceptos de propiedad y alienación, de los que tratan de reconstruir su propia identidad, abriéndose paso entre los silenciamientos.
Merecedor del premio Fipresci en el pasado festival de San Sebastián, ignorado por el jurado oficial de este evento, Phoenix se puede pensar como esta obra en la que se cristalizan, desde la síntesis y una desplegada metáfora, numerosos aspectos que se encuentran presentes en sus films anteriores, que merecen, ciertamente, ser visitados: Wolfburg, Fantasmas, Triángulo y la que pudimos ver en sala, hace dos años, la notable Bárbara. Igualmente debemos destacar que la primera proyección en sala abierta al gran público en nuestro país de Ave Fénix tuvo lugar en la noche de apertura del Festival de Pinamar de este año.
Lejos de plantear ahora su esquema argumental, Ave Fénix, nombre que desde esta traducción nos lleva a repensar al mismo film, tras haberlo visto; se puede, estimo, recorrerlo a partir de algunos ejes. En esa Alemania de la segunda postguerra, que nos lleva a esa obra eximia del maestro Fassbinder que es El matrimonio de María Braun, estrenada en nuestro país con cortes de censura a principios de los '80, las cuestiones iniciales se dan desde el inicio en un cruce de fronteras. Línea demarcatoria que se proyecta sobre lo que se conoce y lo que aún no se ha revelado, sobre la cuestión del nombre propio, sobre lo que se busca y otros esconden, sobre el pasado de un país que se niega a ser interrogado.
Un punto de partida que se fija un trayecto inicial, una parada obligatoria en un puesto fronterizo controlado por los que hablan otro idioma; en su interior, una mujer, con el rostro vendado, junto a su amiga y acompañante quien pasará a sostener su existencia. Una mujer que sale al encuentro del hombre que amó y ella misma, desde su voz, creando puentes musicales que enlazan diferentes épocas, reconociéndose en el dolor y en lo que aún debe callar. Una tensión que logra su crescendo en un permanente claroscuro que deja entrever la silueta del doble, entrampada a partir de su reclamo de amor. Una mujer que regresa del mismo infierno y que pasará a ser presa de una maniobra enmascarada.
Desde el personaje que magistralmente compone Nina Hoss, la actriz elegida en tantos de los films de su realizador, ahora en su doble rol de Esther y Nelly Lenz, sobreviviente herida de un campo de exterminio, y desde su desfigurado rostro (que no veremos hasta su intento de reconstrucción), el film se reconoce en el espejo de los directores del llamado "Cine de la era de los clásicos", a partir de las recreaciones de momentos de obras de Fritz Lang, George Franju, George Cukor y particularmente de dos de los films más trascendentes de Alfred Hitchcock: Rebecca, de 1940, y de fines de los años 50, para muchos de nosotros su obra maestra, Vértigo.
Si hay un nombre que debemos destacar en la obra de Christian Petzold, además del de la principal actriz, Nina Hoss, es el de su habitual co guionista, Harun Farocki, realizador nacido en Checoslovaquia en 1941, quien nos ha legado más de cien films, tanto en formato documental como en sus analíticos escritos. A Farocki, quien revisita ciertos temas sociales, históricos y políticos, artísticos, desde categorías conceptuales, agradece Christian Petzold, la posibilidad de haber recibido sus instrumentos de revisión en el campo de la imagen, de "desconfiar" (como reza el título del libro de su autoría) de lo que se representa y captura desde una mirada preestablecida y canónica.
Un film también ofrece la posibilidad de repensarse no sólo desde su temática y actuaciones, desde sus tópicos; sino también de aquellos elementos que lo van organizando en tanto materiales expresivos. Y en este sentido, la canción Speak Low de KurtWeill, tan presente en Ave Fénix, canción que otorga sello de identidad a esta ex cantante, va resignificando cada uno de los momentos y nos permite recrear esa trama que desde una escritura audaz desafía lo sellado y lo pactado, lo suspende en un acto de silencio y tensión.