La última entrada de la taquillera serie de “Los Vengadores” es una de las más ambiciosas superproducciones de Marvel. Tal vez por eso es también una de las más flojas o, para ser sinceros, de las menos buenas de todas las películas del estudio fundado por Stan Lee. Para empezar hay un problema de base con la duración de tres horas. Por más fan que se sea de Marvel y sus superhéroes, hay que reconocer que las andanzas del Capitán América, Iron Man y Thor no es “La guerra y la paz” ni “Lawrence de Arabia”, y que plantear un relato con estos personajes como si fuera algo épico y trascendente ya es empezar con el pie izquierdo.
Luego, una película de esta duración necesita otro ritmo narrativo, y si bien durante los comienzos del prólogo los directores Anthony y John Russo parecen querer plantear un ritmo más reflexivo, promediando el film ya el espectador se sentirá metido en la vorágine del film anterior. Para colmo, la trama ahora implica un viaje en el tiempo que permitiría ganar la guerra con Thanos perdida en la película anterior, por lo que en verdad muchas secuencias son sólo variaciones de cosas ya vistas. Pocas veces una película de Marvel tuvo un banda sonora tan anodina, llena de melodías insulsas y lacrimógenas, y por sobre todo, tan poco humor. En este sentido, si bien hay algunos chistes, casi hay una hora entera de proyección en la que nadie sentirá una sola risa en toda la sala.
Es obvio que ningún fan de Marvel querrá perderse la resolución de “Avengers”. Como siempre, hay imágenes impresionantes y detalles argumentales para cada uno de los personajes de siempre, esta vez con un gracioso Thor beodo y momentos emotivos con el millonario Stark (Robert Downey Jr.) que viajando en el tiempo logra encontrarse con su propio padre en una de las buenas escenas de una película que podría haber salido mucho mejor.