Más de lo mismo
Avengers: Endgame nos duele como espectadores, como consumidores de cine popular estadounidense e incluso como consumidores de cultura pop en general. Porque este universo de Marvel no se presta ni para el juego de las referencias exceptuando las del propio universo. La nueva Avengers -como las anteriores- es un producto cerrado que se autofesteja; no importa el cómic como no importa el cine, lo que importa es haber consumido todos los audiovisuales de su universo. Marvel gestionó un serial para un fandom acrítico en el que nunca importó el desarrollo de los personajes sino la cantidad, como tampoco importó el suspense o el desarrollo de una historia, sino sólo la espectacularidad de ciertas secuencias aisladas y sin demasiada cohesión. En el caso de Endgame, escenas de acción similares en su búsqueda de épica a las batallas campales reimaginadas por Tolkien. A diferencia de Infinity War, hay un agregado de sensiblería y efectismo lacrimógeno que no es funcional a la mínima trama porque a pesar de que la película dura tres horas, no se trabaja ningún vínculo entre los personajes, generando una vez más -y como pasó en varias películas anteriores de este universo- la falta de empatía.
Endgame es una continuación directa de Infinity War, y, como aquella, se basa vagamente -entre varias fuentes comiqueriles más- en el cómic Infinity Gauntlet de Jim Starlin. Todo pasará por tratar de resolver el (medio) apocalipsis que generó Thanos, un villano que a diferencia de otros de Marvel, pero sobre todo de DC, no pareciera tener demasiadas motivaciones para la destrucción del mundo. En Avengers: Endgame se potencia aún más la visión maniquea que muchas veces tiene el universo de los cómics. A diferencia de, por ejemplo, los villanos de las Batman de Nolan, Thanos no tiene discurso. Si en The Dark Knight Rises (2012), por dar sólo un ejemplo, Nolan utilizaba -desde su óptica de derecha liberal y a través de Bane- conceptos ligados al marxismo, en esta saga de Avengers el malo no expone sus motivaciones para la búsqueda de poder (más allá de una mínima idea malthusiana); la destrucción se genera como un capricho, con un chasquido de dedos. En ese sentido, su vacío discursivo, consecuencia también de su vació argumental, es aún mejor por su sencillez para las ambiciones de Marvel (y ahora Disney) de venta total, de fuego artificial y cine inmaterial para un público que supo moldear y hacerlo sentir parte de un momento del cine mainstream norteamericano que seguramente será recordado como el más pueril.