Tres horas y cuarenta horas al mismo tiempo
“Avengers: Endgame es una genialidad”. Fue el primer pensamiento que se me cruzó por la cabeza cuando vi la nueva película del Universo Marvel. En dicha escena dos personajes se pelean por sacrificarse. Es un momento donde el suspenso va un crescendo hasta llegar a un desenlace lacrimógeno. Aunque debo decir que fue lacrimógeno para mí, no tanto porque en el cine lloro con cualquier cosa -incluso lo he hecho con películas horribles que simplemente supieron donde golpearme- sino porque para poder llegar a esos niveles de emotividad necesité inevitablemente conocer mucho a esos personajes. Desde ya que si conozco mucho a esos personajes no es tanto por esa película en sí (no aparecen demasiado en esas tres horas), sino porque había visto a estos personajes en films previos de Marvel. De ahí que cuando salí de la sala se me ocurrió la posibilidad de imaginarme estar visionando esta película sin haber visto ninguna película anterior de la saga de superhéroes, y llegué a la conclusión (bastante obvia por cierto) que de haber ignorado cualquier film previo no habría entendido ni por cinco segundos ni una sola cosa de lo que estaba pasando en Endgame. Yo mismo, que he visto casi todos los largometrajes de Marvel, me perdí un par de referencias a otras películas anteriores porque no vi la segunda parte de Guardianes de la galaxia ni Capitana Marvel. Así es como, por ejemplo, me vi totalmente perdido cuando la película hacía una referencia a la relación que la Capitana tenía con Nick Fury. O sea, entendí esa relación de amistad pasada, pero cuando en la película vemos la imagen compungida de la capitana viendo la imagen de Fury me fue imposible conectar con esa emoción.
Da la impresión que para poder disfrutar este film plenamente no sólo hay que ver la precuela Infinity War (que claro, es inevitable a la hora de entender este film), sino también Iron Man, Guardianes de la galaxia, Thor, el díptico de Ant-Man, Avengers, Avengers: La era de ultrón y algunas más. Películas sobre las cuales Avengers: Endgame no sólo hace guiños laterales sino que construye la lógica de escenas enteras. Ver Avengers: Endgame es como ver tres horas y cuarenta horas al mismo tiempo, es una película que se construye de anteriores, como la cabeza de un monstruo del entretenimiento enorme que se dedica a mostrar acción, emoción y carisma.
Es tan efectivo el monstruo que Marvel construyó su propio espectador cinematográfico (entre los que estoy incluido, claro). Uno que se queda hasta los interminables títulos de crédito hasta poder ver unos treinta segundos de película más, uno que volvió a millones de espectadores obsesivos con los spoilers (ya ni siquiera del final, sino de prácticamente cualquier cosa que pase en la película) y uno que finalmente termina viendo su universo como si fuese una serie de televisión, donde cada película termina siendo un anticipo de un final más grande.
No lo digo esto peyorativamente, construir un monstruo así no es fácil. DC, su triste rival, quiso hacer algo parecido y le fue espantosamente mal. Y básicamente creo que es así porque fallaron ahí donde la Marvel triunfó. Marvel se construyó con actores tremendamente carismáticos y talentosos, algo en lo que DC falló parcialmente dándole el rol del legendario Hombre de Acero a un intérprete dueño del carisma de un trapo. Todos los actores que integran los Avengers en cambio tienen un carisma y un talento actoral a mi entender indiscutible. Robert Downey Jr. es de esos actores hiperexpresivos y con un costado melancólico que lo vuelve inevitablemente magnético. Es -cualquiera lo sabe- un intérprete que podría tener hoy varios Oscar de la Academia de no haberse dedicado a un cine al que la Academa le importa casi nada. Chris Evans, en tanto, es uno de esos actores de corte clásico, dueños de una sobriedad tan extraordinaria que hace imposible que uno reconozca de inmediato que es un gran actor. Lo digo muy en serio, basta con ver la evolución del actor desde la primera Capitán América hasta ahora y notar cómo va cambiando en cada película hacia una expresividad cada vez más desencantada. De hecho, en Avengers: Endgame hay una escena notable desde el punto de vista actoral en el cual Steve
Rogers intenta convencer a un conjunto de personas que luego de la desaparición de la mitad de la humanidad ahora la vida debe seguir. A Evans solo le basta bajar un poco la mirada y bajar mínimamente el tono de voz para dar cuenta de que el contenido de su discurso no tiene nada que ver con lo que está sintiendo realmente.
También Marvel se dio cuenta, a diferencia de DC, que el cine de superhéroes tiene algo de absurdo en sus propios planteos y que muchas veces el camino del humor suele ser tremendamente efectivo. Endgame lo sabe también y plantea, más de una vez, el chiste entre lo épico de un personaje y ciertos gustos a los que uno podría llamar “simples o banales”. Ahí están las referencias al amor por la cerveza de Thor (que en la pelicula tiene consecuencias insospechadas) y un chiste con selfies que de todos modos ya estaba expuesto de manera más breve en un gag extraordinario de la encantadora Thor: Ragnarok.
Y así, entre películas más o menos buenas (y un par genuinamente excelentes), más o menos personales de directores muy o algo capacitados que hicieron películas con sello propio o sin ningún tipo de sello llegamos hasta Avengers: Endgame, filmada por dos hermanos a los que el sello propio les importa nada. Y el resultado es una película de personajes -muchos- despidiendo en realidad una etapa entera de una industria que va a tener que resignificar sus películas de algún modo después de esto. Es un film, si uno lo piensa, extrañamente crepuscular, de ahí que quizás la acción tarde mucho en arrancar, que algunos superhéroes estén notablemente cambiados y con una actitud que refleja agotamiento. De hecho, es un tono crepuscular que a la película le sienta bastante bien, al punto tal que cuando en la primera hora y media del largometraje se inserta un momento de acción gratuito (una pelea de Capitán América con alguien que no conviene develar) el film pierde en su primera parte un poco de interés.
No es lo único que pierde interés en la película: Thanos, de los pocos villanos interesantes que tuvo Marvel, está acá mucho más desdibujado que antes, y aquel personaje trágico de Infinity es acá apenas un ser muy grandote y muy fuerte que como tantos otros villanos de este tipo de cine quiere destruir el mundo.
El foco acá está en los superhéroes: no en uno, no en dos, sino en una tremenda cantidad de ellos que interactúan más o menos en la pantalla, y a los que de pronto Avengers: Endgame juega a agregarles algún “feature”: ¿Qué tal si un superhéroe tiene una hija? No importa si no está mucho tiempo en pantalla con esa hija, basta con verlo con esa chica en dos o tres escenas para que el planteo sea nuevo. Hay un Thor con dos martillos, aunque no tiene demasiado sentido que tenga dos armas dentro de la lógica de la historia. Lo importante es que tenga dos martillos. Ah, y hay otro personaje que puede manejar este martillo además de Thor, no tiene en verdad mucho sentido que lo haga pero lo importante es ver a otro personaje con ese martillo.
Junto con todo esto, claro, hay superhéroes, superhéroes y superhéroes, exhibidos frente a uno como una juguetería móvil y mostrando que quizás Marvel fue la primera productora que se dio cuenta de que los superhéroes eran un género en sí mismo. Digo esto pensando en lo que señaló alguna vez Rick Altman en su excelente libro Los géneros cinematográficos. Allí Altman decía que la noción de “género puro” muchas veces era absurda, y que muchas veces los géneros no eran otra cosa que una marca visual o una figura que se repetía en distintas películas. Ahí está el western para probarlo. ¿Qué tiene que ver en verdad un melodrama como Johnny Guitar, con una comedia como Río Bravo o un drama político como Un tiro en la noche?, sencillamente la iconografía asociada al western. La Marvel advirtió que lo que convertía a los superhéroes en un género era la presencia de un superhéroe. Así que hizo comedia familiar con un superhéroe (Ant-Man), comedia absurda con un superheroe (Thor: Ragnarok); película de espionaje con un superhéroe (Capitán América y el soldado de invierno), y tragedias familiares con superhéroes (Pantera Negra).
Al final, lo importante es que haya un superhéroe como factor de venta. Y la venta les salió por ahora perfecta. Uno lo nota justamente en una escena climática y épica de la película donde vemos a casi todas las criaturas Marvel juntas, una detrás de la otra. Y el problema es que son, de nuevo, tantas, que en su mayoría se vuelven intercambiables. No es nada terrible que una película sea industrial y sería ingenuo pensar que eso sea malo, pero el problema de Avengers: Endgame es que uno no puede parar de ver a la industria y su poder todo el tiempo haciendo que buena parte de los personajes que habitan allí tengan mucha menos importancia de lo que uno cree.
Acá hay una necesidad de que esté todo, de que se muestre todo, y por supuesto de narrar todo lo que se pueda para poder concentrar todo lo que tiene que contarse en una duración de tres horas. De este modo, Tony Stark decide abandonar una vida triste pero también apacible mediante una sola charla con Pepper Potts, una sola charla que va a hacer que el personaje pueda tomar la decisión clave para que la trama avance y lleguemos lo más rápido posible a la acción.
A punto tal llega esta suerte de liviandad en términos dramáticos que pensaba, incluso saliendo del cine mientras la mencionada escena del sacrificio volvía a mi cabeza, que si en la película se hubiera sacrificado un personaje en vez de otro, no se habría alterado tanto este film.
Por eso será que el plano final es tan hermoso y es quizás el punto más alto de la película. Porque -sin adelantar demasiado- es un momento que importaba para un personaje con características particulares, y es una osadía hermosa que una película en clave gigantesca tenga hacia el final un gesto casi de felicidad minimalista, pero es una osadía licuada entre muchas otras cosas más o menos buenas, más o menos originales.
Después de Endgame terminará pasando algo con Marvel: o comenzará otra etapa igual de exitosa, o será el fin de un sistema al que llamarlo popular queda chico.
Marvel, en suma y no hace falta decirlo, ha cambiado la industria, y ha moldeado a un espectador. Avengers: Endgame es la representación perfecta de ese poder.
Lo dije al principio de este escrito y lo vuelvo a decir ahora: Avengers: Endgame es una genialidad, es la concreción de una productora que ha cambiado la forma de concebir el cine comercial; una obra maestra del marketing y el producto de consumo. Lo que no creo en todo caso es que eso la haga una buena película.