La amenaza asimilada.
En una jugada que resulta de lo más curiosa si pensamos en el conservadurismo comercial del Hollywood de nuestros días, Avenida Cloverfield 10 (10 Cloverfield Lane, 2016) no sólo no tiene nada que ver con el film original de 2008 sino que además se asemeja a lo que podría ser una relectura del típico mecanismo narrativo de La Dimensión Desconocida (The Twilight Zone), la recordada serie creada por Rod Serling: aquí desaparecen por completo los leitmotivs del “found footage”, una colección de engranajes loables que han sido bastardeados al extremo por la industria, y hoy el desarrollo está vinculado a los relatos de encierro y claustrofobia escalonada, llegando al punto de alcanzar el mismo nivel del otro gran exponente reciente del rubro, la también poderosa Hidden (2015). La singularidad de la experiencia pasa por la actitud de “borrón y cuenta nueva” de la obra en su conjunto y por la oportunidad concedida a Dan Trachtenberg, quien entrega una notable ópera prima.
La epopeya comienza con la evasión de Michelle (Mary Elizabeth Winstead) y su tentativa en pos de abandonar su hogar con el firme propósito de finiquitar la relación con su prometido. Todo se desvirtúa con un choque automovilístico que la deja inconsciente y bajo el amparo de un tal Howard (John Goodman), un hombre enigmático que afirma haberla rescatado del accidente y que la confina a un búnker subterráneo con la excusa de que en el exterior se ha producido un ataque de naturaleza desconocida. Obligada a convivir tanto con el susodicho como con Emmett (John Gallagher Jr.), un joven que trabajó con Howard en la construcción del refugio, Michelle eventualmente intentará escapar y descubrirá de la peor manera -presenciando lo que ocurre en ese afuera para nada distante- que el irascible Howard no está tan equivocado en sus apreciaciones y en una idiosincrasia que tiende a ser muy cortante ante algunas situaciones consideradas “peligrosas”, apocalipsis de por medio.
Como toda buena historia de entorno hermético, los pilares fundamentales de la progresión dramática son el desempeño del elenco y la dinámica vincular entre los personajes, dos ítems en los que Avenida Cloverfield 10 cumple con gracia y destreza: mientras que el trío protagónico nos regala antihéroes simples pero eficaces en lo que atañe a su vigorosa lucha por sobrevivir, el guión de Josh Campbell, Matthew Stuecken y Damien Chazelle pone en perspectiva los resquemores y secretos detrás de cada recluso, logrando la proeza de apuntalar un naturalismo sincero y de pulso aletargado, que avanza con la convicción del despojo coyuntural y sin ese apuro -en piloto automático- del horror mainstream actual. Sin duda el factor más interesante de la propuesta se resume en la decisión de evitar los golpes de efecto y en el hecho de reemplazarlos por giros lógicos de la trama según el volumen de información y/ o los problemas que van encontrando los personajes durante el aislamiento.
Si bien la película no ofrece elementos verdaderamente novedosos al catálogo estándar del cine de género, llama la atención la prolijidad y el manejo de la tensión de Trachtenberg, un realizador inteligente que se luce en la secuencia del desenlace, el único instante tracción a CGI y volcado hacia una espectacularidad en sintonía con su homóloga del opus anterior. La puesta en escena austera, centrada en apenas un puñado de habitaciones, moviliza a dos de los motivos excluyentes de los cuentos morales que enarbolan a la supervivencia como la meta, nos referimos a la puja de voluntades y al umbral ético que cada una de ellas posee (el límite en el que el amor propio colisiona con el de un semejante, a quien podemos ver -o no- como un obstáculo a superar). El film hace un muy buen uso de la interrelación de los demonios internos y externos del ser humano, un popurrí de espejos en los que la amenaza puede estar asimilada al contexto cotidiano y pasar desapercibida gracias a la costumbre…