La transformación del yo.
Antes de preocuparse por la gran cantidad de cosas que una persona debería hacer para lograr un objetivo, es preciso tener en cuenta aquello que debería dejar de hacer, como por ejemplo simplemente ser ella misma. Aventurera nos regala la interesante historia de Bea, una joven actriz colombiana que vive en Argentina y llegó al país para formarse como persona y fundamentalmente como profesional. Todo lo que ocurre para lograrlo constituye la trama de la película. Interpretada por Mélanie Delloye, el filme nos invita con sobria belleza y absoluta solemnidad a caminar por los barrios de Buenos Aires, recorriendo junto a Bea -como sus mejores testigos- el duro camino a la ansiada fama. La forma en que se lo transita y muestra es lo que le da la riqueza al relato.
“La vida es una sola.” La película, que llega con galardones a su director Leonardo D’Antoni, nos plantea esa cuestión tan antigua como el cine mismo, o más aún: ¿se debe hacer cualquier cosa para llegar a lo que uno ansía? Los mismos protagonistas lo responden en las reuniones grupales, de las que Bea participa en los post ensayos junto a su conjunto teatral: nadie puede juzgar a otra persona. “¿Te prostituirías por 50 mil dólares?”, le preguntan a la joven actriz colombiana, pero ella queda en silencio. Eso es Aventurera, encontrarse con obstáculos y apelar muchas veces a la improvisación para superarlos.
El espectador comprenderá fácilmente todo e incluso podrá anticipar lo que va a pasar en la historia, pero esto no va en desmedro de la obra ya que aquí es donde se destaca la intervención del director. La manera en que esas escenas esperadas se desarrollan, la incomodidad que generan, la intensa carga dramática y la construcción de los personajes a través del tiempo, son aspectos que hacen a Aventurera una obra realmente atractiva.
“Sigo siendo yo.” Y así llegamos al conflicto principal que tiene que superar Bea. Más allá de su miedo a la soledad, la falta del amor de su familia, la vida al día y el déficit de oportunidades, su mayor problema es moral. “¿Quién soy?”, “¿qué quiero ser?”, “¿qué estoy dispuesta a hacer y dejar de hacer?”. Todas preguntas que pasan constantemente por su cabeza, alma y corazón, y le generan una gran angustia. “¡Sigo siendo yo!”, le grita con un rostro bañado en lágrimas de dolor y arrepentimiento a su compañera de cuarto, acostada en su colchón sin cama en la habitación de ese conventillo que odia habitar.
El espectador terminará teniendo la misma idea que una actriz curtida y amiga de Bea comparte siempre en las reuniones entre actores. No será capaz -ni querrá- levantar juicio alguno por ninguna acción. De alguna u otra forma parece inevitable que la identidad no se termine prostituyendo.