Escritas con sangre. Los tiempos actuales habrían tomado esta relación como un verdadero escándalo moral y penal. Los medios de comunicación habrían aprovechado para llenar horas de programación con testimonios, notas, datos y todo tipo de información respecto al caso. La sociedad también iría a jugar -inevitablemente, pero con gusto- su rol, escandalizándose y utilizando todos sus recursos para una crítica implacable, sin piedad. Lo cierto es que lo que nos relata Los Ojos de América, no por haber ocurrido en la primera parte del siglo fue menos problemático y polémico. Tuvo sus consecuencias. Con apenas 14 años de edad América Scarfó, una de las hijas de una familia trabajadora de Buenos Aires, conoce y se enamora de Severino Di Giovanni, hombre casado, con hijos y uno de los máximos exponentes del anarquismo en Argentina en la década del 20, en el siglo pasado. Ambos comenzarán una historia de un amor tan noble como idealista: su relación ya era anárquica. En medio de sus sentimientos estaban las prohibiciones familiares, los encuentros clandestinos, las cartas escritas con el corazón en la mano, las persecuciones y las bombas rebeldes llenas de terror, explotando y asesinando por toda la ciudad de Buenos Aires. Sin embargo nada pudo callar al amor, ni siquiera el fusilamiento de Severino, ordenado por el gobierno de Uriburu. Allí también moriría el hermano de América por los mismos motivos. Daiana Rosenfeld y Aníbal Garisto tratan de contarnos este romance cruzando la historia argentina, la biografía de ambos y el aporte intelectual de Osvaldo Bayer, biógrafo de Di Giovanni, junto con el testimonio vivo de una amiga de América, Marina Legaz Bursuk. La gran sucesión de planos cortos y detalle, acompañados por imágenes de los lugares evocados y fotografías de época, mantienen cautiva la atención del espectador. Un relato en voz en off -que representa a América- une todos los recursos narrativos que utilizan correctamente los directores en esta bella película. Por un lado se informa y educa acerca del clima político de época, pero por el otro nunca queda de lado la cuestión del amor. Este es descripto con tanta dulzura y delicadeza que hasta incluso se podría haber pecado de no profundizar en las barbaridades que ocurrían en nuestro país por aquellos años, algo que la obra no pierde de vista de ninguna manera. Lo más importante en la vida de América fue su pasión por Severino. Amor que la llevó cerca de la muerte, pero que le devolvió parte de su vida cuando muchísimos años después vuelve a recuperar las cartas escritas con sangre que su amado le enviaba en secreto y que ella se negaba a regalárselas a la sociedad como un patrimonio cultural: “son mías, quiero sentirlas en el pecho una vez antes de morir”, decía con sus ojos llenos de lágrimas, sintiendo una vez más en su mismo ser los disparos que el corazón de Severino había recibido el día de su ejecución.
La transformación del yo. Antes de preocuparse por la gran cantidad de cosas que una persona debería hacer para lograr un objetivo, es preciso tener en cuenta aquello que debería dejar de hacer, como por ejemplo simplemente ser ella misma. Aventurera nos regala la interesante historia de Bea, una joven actriz colombiana que vive en Argentina y llegó al país para formarse como persona y fundamentalmente como profesional. Todo lo que ocurre para lograrlo constituye la trama de la película. Interpretada por Mélanie Delloye, el filme nos invita con sobria belleza y absoluta solemnidad a caminar por los barrios de Buenos Aires, recorriendo junto a Bea -como sus mejores testigos- el duro camino a la ansiada fama. La forma en que se lo transita y muestra es lo que le da la riqueza al relato. “La vida es una sola.” La película, que llega con galardones a su director Leonardo D’Antoni, nos plantea esa cuestión tan antigua como el cine mismo, o más aún: ¿se debe hacer cualquier cosa para llegar a lo que uno ansía? Los mismos protagonistas lo responden en las reuniones grupales, de las que Bea participa en los post ensayos junto a su conjunto teatral: nadie puede juzgar a otra persona. “¿Te prostituirías por 50 mil dólares?”, le preguntan a la joven actriz colombiana, pero ella queda en silencio. Eso es Aventurera, encontrarse con obstáculos y apelar muchas veces a la improvisación para superarlos. El espectador comprenderá fácilmente todo e incluso podrá anticipar lo que va a pasar en la historia, pero esto no va en desmedro de la obra ya que aquí es donde se destaca la intervención del director. La manera en que esas escenas esperadas se desarrollan, la incomodidad que generan, la intensa carga dramática y la construcción de los personajes a través del tiempo, son aspectos que hacen a Aventurera una obra realmente atractiva. “Sigo siendo yo.” Y así llegamos al conflicto principal que tiene que superar Bea. Más allá de su miedo a la soledad, la falta del amor de su familia, la vida al día y el déficit de oportunidades, su mayor problema es moral. “¿Quién soy?”, “¿qué quiero ser?”, “¿qué estoy dispuesta a hacer y dejar de hacer?”. Todas preguntas que pasan constantemente por su cabeza, alma y corazón, y le generan una gran angustia. “¡Sigo siendo yo!”, le grita con un rostro bañado en lágrimas de dolor y arrepentimiento a su compañera de cuarto, acostada en su colchón sin cama en la habitación de ese conventillo que odia habitar. El espectador terminará teniendo la misma idea que una actriz curtida y amiga de Bea comparte siempre en las reuniones entre actores. No será capaz -ni querrá- levantar juicio alguno por ninguna acción. De alguna u otra forma parece inevitable que la identidad no se termine prostituyendo.
La vida observada. Un recorrido original. Esta película no fue realizada simplemente para verse. Esta obra invita a ser observada con mucha atención y en esa intención se pone en juego mucho más que el sentido de la vista. El Tiempo Encontrado busca captar nuestra atención de un modo tan simple como bello. Mostrarnos la cotidianeidad, humildad y simpleza que tiene la vida más allá de todos los ornamentos que pueden hacerla más atractiva según los cánones del devenir actual. Simplemente ser. Esta tarea recae en las historias de Darío Rejas, Edwin Mamani y Berta Choque, los tres protagonistas de este documental en el cual notamos cómo se desarrolla la vida de gran parte de los 200.000 inmigrantes bolivianos que viven en Argentina. Es así que los vemos llevar adelante sus labores una y otra vez, como si el tiempo se repitiera en todo momento y no avanzara jamás. El hogar, la quintera y los ladrillos. Sin grandes diálogos ni escenas determinantes o enigmas por resolver, los relatos, que no están unidos entre sí, llevan la misma impronta. “-Igual tu labor no termina nunca, porque ahora estamos hablando y estás tejiendo, o sea, no podés, está en tu naturaleza… -Así nos enseñaron.” De parte del espectador se espera calma y paciencia para no caer en la exasperación o angustia que podrían desencadenar el “no avance” de la historia. No hay un principio, tampoco un nudo y mucho menos un final. El núcleo pasa por apreciar las imágenes, testimonios, colores y sonidos que en cada cuadro Eva Poncet y Marcelo Brud, los directores, buscaron dejar impregnados a través de cámaras fijas, sonidos ambientes y primeros planos sobre rostros que no tienen nada para decir. No se busca tampoco purgar emociones elementales como podrían ser la piedad y la misericordia. Por el contrario, uno hasta podría quedar con la sensación de querer saber todavía un poco más sobre las actividades y el progreso de cada uno de los protagonistas, aunque da la sensación que ni siquiera a ellos les interesa saberlo. Es ese tiempo encontrado, que está siempre allí, buscándolos y encontrándolos inevitablemente. Es el presente que fue pasado y que se repetirá en el futuro.
Audismo a prueba. La palabra “audismo” no figura en los diccionarios, pero eso no significa que no tenga un significado concreto. Por un lado, está asociada a la discriminación negativa y marginación que sufren las personas sordas, con todas las consecuencias sociales, físicas y psicológicas que resultan de ello. Por el otro, se califica como “audistas” a las personas que teniendo la capacidad de oír se sienten -de alguna manera- mejores y superiores a las que no pueden hacerlo. Sordo es un interesante examen artístico que sirve para determinar si nosotros, los oyentes, somos o no “audistas”. Todos creemos que no, pero tanta seguridad nos podría conducir hacia una desagradable sorpresa. Marcos Martínez, joven y experimentado director de la obra, quiere despertar de una vez todos nuestros sentidos. Nos muestra una nueva forma de comunicar las ideas y una puesta en escena que lleva al espectador a pensar, ver y comprender a los hipoacúsicos de forma diferente a lo que se ha visto hasta hoy en el cine y los medios en general. No se presenta una mirada lastimosa, misericordiosa o prejuiciosa sobre estas personas. No les es otorgado ningún mérito por el hecho de hacer arte a pesar de tener esta discapacidad auditiva, “son actores que son sordos, no sordos que son actores”, expresa Martínez. Sordo es la historia de un grupo de teatro llamado “Callejero”, compuesto por cinco jóvenes actores sordos que se proponen presentar una obra de teatro en lengua de señas para todos los públicos. En el camino se encuentran con todos los problemas que cualquier grupo de trabajo enfrenta al momento de la planificación y cumplimiento de un objetivo: enfermedades, llegadas tarde, problemas personales, etc. El desarrollo de la historia se centra fundamentalmente en la dinámica del grupo. Los vemos ensayar, intercambiar ideas, mejorar, estancarse y volver a surgir. Marcos Martínez intercala esto con breves pasajes de la vida de cada uno de los protagonistas. Se salta de la ficción al documental constantemente. La película está hecha para oyentes en el sentido de que el punto de vista narrativo está focalizado en ellos. Son los que escuchan los que parecen poner más piedras en el camino para “Callejero”. Lo que para el conjunto teatral no es obstáculo para nosotros sería una tragedia: “¡No pueden hablar!”. Pero la película borra absolutamente esta idea, no es “desgracia” ser sordo y la integración puede disfrutarse en plenitud. Esta nueva creación que surge del cine argentino nos trae una interesante idea que servirá no sólo para mantenerse expectante y cautivo durante todo el desarrollo sino también para, al finalizar, mirar hacia dentro y alrededor de cada uno y preguntarse si somos de ayuda u obstáculo para personas diferentes.
Lo primero es la familia… Una definición básica de “mito”, que nos podría dar cualquier diccionario que encontramos escondido entre otros antiguos libros de nuestro hogar, nos dirá que es la construcción de un relato maravilloso protagonizado por seres sobrenaturales y/ o extraordinarios. Si reemplazáramos la palabra “mito” para colocar en su lugar a “Los Indestructibles”, nadie podría decir que esta sentencia es falsa o errónea. En el relato mítico las situaciones que se desarrollan suelen ser extremadamente fantasiosas, exageradas, estereotipadas, sin dificultad de comprensión y fácil anticipación. Entonces no deberíamos esperar ver en esta tercera entrega de la saga una gran historia, descollantes actuaciones ni emocionantes finales inesperados. Ya todos deberían conocer hacia dónde desembocará el relato. El camino que se tomará para llegar a él es lo único que resta saber. ¿Es esto poco en el cine actual? En absoluto. El mito de Los Indestructibles aún permanece y en este capítulo de la historia Patrick Hughes, su director, lo hace “crecer” aún más. En la primera secuencia de la cinta vemos un espectacular enfrentamiento que resume el alma de la -hasta ahora- trilogía: acción, muerte, disparos y compañerismo. “Helicóptero versus Tren” nos regala grandes escenas, velocidad, adrenalina y los gags de siempre. Allí el temerario equipo, liderado por Barney (Sylvester Stallone), rescata a un enigmático y letal Wesley Snipes, para sumarlo en la lucha por atrapar al malvado Conrad Stonebanks (Mel Gibson), quien se creía muerto. En ese primer encuentro Gibson-Stallone los resultados arrojados no son los esperados. El grupo es diezmado y la muerte, paradójicamente, estuvo más cerca que nunca. Barney llega a la reflexión de que el equipo ha cumplido un ciclo por lo que decide que, por el bien de todos y para prevenir futuras pérdidas, ha llegado el momento de la separación. En una “escena de la vida conyugal”, el veterano líder reunido con sus compañeros de trabajo casi sin dolor expresa su irrevocable decisión. Statham, despechado y en desacuerdo con el “rompimiento”, le reprocha a Barney sus palabras. Pero no logra modificar nada. La separación es un doloroso hecho. Es entonces cuando comienza el reclutamiento de una nueva generación de “Indestructibles”, donde Barney además de líder, se convierte en padre. “Yo peleo junto a mi familia”, dice la femenina y sensual incorporación al conjunto (Ronda Ronsey). El equipo queda ahora conformado con ágiles mentes, caras bonitas y tecnología de punta. Pero para atrapar a Stonebanks la experiencia, tarde o temprano, será vital. Los Indestructibles 3 nos presenta dos historias. Una de acción, la búsqueda del malvado Gibson. La otra sentimental, la separación del viejo grupo y la conformación de un nuevo. Del cruce de ambas coyunturas resultará una trama rápida, sin complicaciones ni sorpresas para el espectador amante de esta “mítica” saga.
La bicicleta rebelde. Haifaa Al-Mansour, de 39 años, es una mujer nacida en Arabia Saudita que se dedica a la dirección de cine. Parecería un dato informativo más, pero no lo es. Su primer largometraje, La Bicicleta Verde (Wadjda, 2012) tiene la particularidad de ser el primer filme realizado por una directora en este país. Logro que toma total dimensión cuando se lo analiza junto a aquella cultura y además teniendo en cuenta que no hace tantos años atrás las salas de cine estaban completamente prohibidas allí. La historia que nos cuenta es pequeña, simple, fácil de entender y entretenida en ciertos aspectos. Por otro lado, la directora ofrece también una mirada crítica a la sociedad conservadora de la cual forma parte, haciendo especial acento en el rol de la mujer, tanto en su niñez como en su etapa de madurez. Esto le valió varias críticas locales muy fuertes, sin embargo el reconocimiento a nivel mundial no tardó en llegar. La Bicicleta Verde nos introduce en la vida de Wadjda (Waad Mohammed), una inteligente niña de 10 años que desea con todo fervor comprarse una bicicleta verde que ha llegado hace unos instantes a una tienda de su ciudad. El uso de este medio de transporte es monopolio del hombre y no es bien visto que una mujer lo utilice. Pero a la pequeña no le preocupa su cultura, ni tampoco acata las palabras de su madre (Reem Abdullah), quien encuentra en el deseo de su hija algo totalmente indigno, capaz de hacerle perder su buena condición de mujer e incluso su santa virginidad. Wadjda entonces comenzará su carrera por conseguir su objetivo. Para ello tratará de obtener dinero de diversas formas. Trabaja preparando pulseras que las vende a sus compañeras y realiza favores a cambio de dinero, como la entrega de cartas de amor entre adolescentes. Todo siempre al margen de las buenas costumbres y lo permitido, lo cual muchas veces la coloca en una grave situación de riesgo. La autoridad a la que más teme y respeta está representada en la imagen de la directora de su colegio, Ms. Hussa (Ahd): "la voz de una mujer es su desnudez", le dice con tono amenazante para amedrentarla. La pequeña es acompañada en su camino por su vecino Addulah (Abdullrai Iman Algohani), que en cierta forma la alienta a continuar con su difícil empresa e incluso le presta su bicicleta para que comience a aprender. Haifaa Al-Mansour no podrá evitar que se lea su filme en términos de una crítica al rol de la mujer en la sociedad. Duramente reprimida y limitada en sus actividades, el papel de la madre de Wadjda simboliza esa noción. Una mujer sin perspectivas mayores, completamente sumisa a un marido que nunca está en la casa; una madre que expresa su tristeza cuando se encierra sola en su casa para llorar. Esa angustia acumulada muchas veces se trasladará a su pequeña hija en forma de retos y prohibiciones. La Bicicleta Verde es una historia de rebeldía inocente. El amor y la valentía son valores que se expresan en esta obra. Wadjda es su exponente máximo. Sin ellos no podría ni siquiera haberse animado a tratar de conseguir sus objetivos, colocando al coraje y el esfuerzo como motor del alma y escudo que protege de lo imposible. Más allá de vestir jeans, usar zapatillas y escuchar "canciones satánicas" -tal como le dice su madre- Wadjda representa la oportunidad de, a través de pequeñas luchas, plantearse una oportunidad para pensar y reflexionar acerca del orden establecido de las cosas.
Amor de madre. En pocas cosas la humanidad completa podría estar de acuerdo como en aquella máxima que reza lo siguiente: "¡No existe amor como el de una madre!". Con todos los matices que lo pueden atravesar, como las costumbres y la condición socio-económica por ejemplo, podemos afirmar que el cariño maternal no tiene obstáculos a la hora de desplegar toda su capacidad. ¿Pero qué sucede cuando ese amor ve su límite justamente en el mismo sentimiento de otra mamá? Hablamos de un excepcional choque de fuerzas de igual magnitud. La Mirada del Hijo (Pozitia Copilului, 2013) es una película que llega desde Rumania. El realizador Calin Peter Netzer nos cuenta la historia de una madre, Cornelia Keneres (Luminita Gheorghiu), que está dispuesta a hacer todo lo posible para que Barbu (Bogdan Dumitrache), su hijo, no caiga en prisión luego de causar un trágico accidente de tránsito en el que un niño de 14 años perdió la vida. El filme intenta mostrarnos el duro e incómodo camino que debe pasar esta señora, acostumbrada al éxito profesional, las fastuosas fiestas con la alta elite rumana, la ostentación y la capacidad de conseguir todo lo que se propone. Pero lo que aparentaba ser más simple es aquello en lo que Cornelia está en dolorosa deuda: su relación de familia es pésima. El matrimonio parece sufrir una irreversible erosión luego de tantos años. Las amistades y la hipocresía van de la mano y -para colmo- hace varios años que ha perdido el amor de su hijo. Sin darle demasiado interés a la génesis de estas problemáticas, que realmente no interesan tanto al realizador, Netzer centra toda la película en el personaje de la madre, maravillosamente interpretado por Luminita Gheorghia. Su vida, objetivos y moral quedan plasmados en cada minucioso y descarado diálogo que lleva adelante como si fuera una batalla que hay que ganar. Son varios momentos pero se destacan dos en especial, uno al principio que marca su personalidad. Otro al final, que desnuda su ser por completo.
El mayor de los miedos. Si uno comienza a buscar información sobre esta obra rápidamente encontrará que la mayoría de los medios la colocan dentro del género "comedia" y esto puede ser correcto. El filme de Eugenio Derbez efectivamente tiene elementos que la configuran como tal. Nos muestra cómo Valentín (interpretado por el mismo Derbez), un mujeriego que vive de parranda, acostándose con señoritas -que conquista fácilmente con sus baratas fórmulas románticas- y preocupado sólo por pasar esos buenos ratos, de repente se ve obligado a cambiar sus "malos hábitos" ya que, a partir de la sorpresa que tocó a su puerta una mañana en la bella Acapulco, ahora deberá enfrentar sin experiencia el tan temido rol de padre y su responsabilidad, de la cual no puede escapar. Pero el drama progresivamente irá ocupando un rol cada vez más importante en la historia hasta que finalmente impone su lógica. Las lágrimas le ganan a las risas y eso podría llegar a significar demasiado para un espectador que tal vez no había colocado muchas expectativas en esta "comedia". Entonces Derbez logra su cometido sin mucho esfuerzo. Primero llama la atención de su público con escenas graciosas, personajes divertidos y un rápido desarrollo de los acontecimientos para luego mantenerlo cautivo hasta el sorpresivo final utilizando el conflicto de un padre que buscará con sus pocas pero leales armas mantener la custodia de su pequeña hija Maggie (Loreto Peralta). Instructions Not Included es el otro título que lleva la película y con el cual es promocionada en Estados Unidos. Ocurre que en No se Aceptan Devoluciones Derbez intenta ilustrar también dos culturas: la mexicana y la yankee, cada una con características bien marcadas y personajes-exponentes que llevan adelante sus ideales. Los mexicanos son vistos como "buenos salvajes", casi viviendo en un estado natural, sin preocupaciones más que las que trae el día a día, sin maldad y una baja estima cuando se comparan con su vecino del norte. Los Ángeles es la tierra de las estrellas, donde todos los sueños pueden realizarse, el trabajo sobra y el consumo mercantilista está presente en todas sus calles. Allí llega Valentín para buscar a la madre de Maggie, Julie (Jessica Lindsey), ahora una exitosa abogada. Atrapado rápidamente por la lógica capitalista norteamericana, decide quedarse con su hija y a partir de ese momento comienza a modificar su estilo de vida. Los Ángeles lo "reeduca" aunque él presenta algunas resistencias: no puede ni quiere aprender inglés y Maggie habla perfecto los dos idiomas. A esto se suman algunas prácticas “bárbaras” nativas que le enseña y que sólo se realizan en el ámbito privado del hogar. No se Aceptan Devoluciones presenta entonces esta seductora distinción, sus diferentes aspectos. Los dos fácilmente visibles e identificables. Se valen muchas veces de situaciones burdas, lugares comunes y estereotipos, pero funcionan correctamente. El segundo nivel apunta al lado intelectual de los espectadores. El primero -más efectivo y lacrimógeno- se dirige sin intermediario alguno a lo más profundo del corazón. Tal vez aquí pueda encontrar la mayor repercusión.
¿Matar o reír? No viene al caso determinar ahora el lugar y momento exactos donde se pronunció la muy conocida y -en mi opinión- exasperante frase "todos los caminos conducen a Roma". En particular no creo que sea así de ningún modo. En todos los contextos no funciona de igual forma. Es cierto que uno tiene la posibilidad de tomar distintos recorridos, pero la realidad es que existe uno que siempre es el mejor, el más seguro, el que parece corresponder. ¿Risa o llanto? ¿Amor o indiferencia? ¿Thriller o drama? ¿Acción o comicidad? Todas estas preguntas emergen y concurren en el mismo sitio e instante: 3 Días para Matar (3 Days to Kill, 2014). Esta llamativa y nada inocente indefinición que nos presenta el director del filme, Joseph McGinty “McG” Nichol, es a fin de cuentas lo que le otorga a la obra su especial distinción. Aquello que la configura como entretenida le otorga también cierta desprolijidad. Tiene la capacidad de convocar un gran abanico de movimientos dramáticos en la mente del espectador, y también simplemente es divertida, con escenas de “una típica familia norteamericana”. Naturalmente se observa aquí el trabajo de los guionistas Adi Hasak y Luc Besson, otro "par", siguiendo el hilo de nuestra argumentación.
Amarás al cine como a ti mismo. "¿Qué es la verdad?", expresa un desorientado Poncio Pilato al abandonar su confrontación dialéctica con Jesús y entender que a este no parecía interesarle lo que podía llegar a ocurrir con su vida, futuro poco auspicioso por cierto. ¿Qué tan difícil puede ser calificar una película que proviene de un guión escrito hace más de dos mil años? Detrás de lo sagrado, del mito y la épica que nadie pretende -al menos desde este lugar- poner bajo la lupa, hay una forma de narrar, una manera de presentar los personajes y una elección que afecta al desarrollo de una historia. ¿Será la mejor? No lo sabremos nunca. Es en este sentido entonces que tenemos que apreciar la obra de Christopher Spenser, Hijo de Dios (Son of God, 2014), adaptación cinematográfica de la miniserie La Biblia, que pudo verse hace poco tiempo por la pantalla de History Channel. Una vez más se nos presenta la vida de Jesús, haciendo especial hincapié en los acontecimientos ocurridos durante esa semana tan cara a los sentimientos cristianos. Es decir, desde el Domingo de Ramos hasta la Pascua de Resurrección. Tres categorías conceptuales nos servirán como ejes de análisis para comprender concretamente en qué aspectos Christopher Spenser pretendió diferenciarse de las obras predecesoras y cómo buscó acercarse y movilizar a un espectador que -seguramente él lo cree así- no verá con buenos ojos encontrarse con alguna extraña sorpresa.