Derrotero de ascensos y caídas
Melanie Delloye, protagonista, coguionista del film, esposa del director y, además, hija de Ingrid Betancourt, se luce al encarnar a una joven colombiana que lucha por encontrar su espacio entre miles de actores y actrices de Buenos Aires.
Para muchos, Aventurera se transformó en una de las sorpresas de la cosecha del cine nacional presentado el año pasado en el Festival de Mar del Plata. A tal punto que, aterrizada casi sin antecedentes previos, la ópera prima de Leonardo D’Antoni terminaría llevándose el premio DAC al Mejor director argentino. La historia de Beatriz (Bea, para los amigos), una joven colombiana que lucha por encontrar su espacio en el frondoso bosque habitado por miles de actores y actrices de Buenos Aires, es dueña de unas cuantas virtudes. En principio, la actuación central de Melanie Delloye, quien lleva la carga de una criatura bastante más compleja de lo que podría pensarse en un primer momento. Su cuerpo y, en particular, su rostro ocupan el centro del cuadro durante una parte sustancial del metraje, logrando transmitir en todo momento las certezas, dudas, alegrías y miedos del personaje. Algo más de información: Delloye es coguionista del film y esposa del director; además –para aquellos a quienes sus facciones les resulten conocidas– la joven de treinta años es hija de Ingrid Betancourt. Si los últimos dos datos son apenas referencias biográficas de interés, el primero podría consignarse como esencial al éxito de la película, en particular su precisa descripción de ambientes y tipos, construidos ajustadamente por el reparto de actores y actrices secundarios.El de Bea es un derrotero de ascensos y caídas personales y profesionales, una carrera de obstáculos donde cada casting se transforma en una esperanzada oportunidad o una nueva frustración. Claro que la posibilidad cierta de mantener en el tiempo un pequeño bolo en una telenovela le agrega a su carrera como actriz de teatro off cierta estabilidad económica. Que ese trabajo se consiga gracias a una relación amorosa con tufillo a transacción comercial no es un dato menor de la trama. Una de las virtudes de Aventurera es lograr la empatía del espectador ante un personaje que, en otras manos y mediante otro tratamiento, podría haberse convertido en un cliché clásico, el de la trepadora sin corazón. El film sigue al personaje sin abandonarlo en casi ningún momento y, en líneas generales, adopta su punto de vista, aunque con una prudencial distancia. Es cierto que no todas las subtramas funcionan por igual. Por caso, ese joven actor con el cual comparte apenas una noche va convirtiéndose lentamente en un lastre, en particular cuando, a partir del despecho amoroso, adopta el rol de voz de la conciencia. Las escenas que detallan la relación de Bea con una anciana a la cual cuida, en cambio, están registradas con un gran oído y visión para la naturalidad y no resulta difícil encontrar allí pequeñas verdades cotidianas (la anciana, además, es un dechado de simpatía burlona).Aventurera avanza sin demoras pero tampoco prisas y encuentra en un estilo de narración directo y transparente otro de sus atractivos más evidentes. En algún momento del camino, sin embargo, la trama adquiere un tono más vehemente, menos sugerente, y llega a echar mano de algunas vueltas de timón un tanto convencionales (¿innecesarias?) como punto de partida para llegar al desenlace, en particular cuando la visita sorpresa de Bea a su antigua empleadora deviene en truco de guión para permitir la catarsis. Afortunadamente la última escena vuelve a construir cierta ambigüedad, que había quedado obturada por la crisis de la protagonista algunos minutos antes, reencontrando un tono menos moralizador y más irónico, más humano.