Es, cómo no, un exceso. Todo, o casi todo. Tras Escuadrón Suicida era esperable que el único personaje que más o menos valía la pena seguir, el de Harley Quinn, tuviera su propia película en este renacimiento de DC Comics. Y con lo que nos encontramos es con una antiheroína del siglo XXI que, a diferencia de la Mujer Maravilla o Capitana Marvel, no sólo está desquiciada sino que es una irresponsable.
Mucho cambió la guionista Christina Hodson (Bumblebee, otro spin-off, pero de los insalvables Transformers, que resultó mejor que los filmes de la saga, y está escribiendo adaptaciones de The Flash y Batichica) para que Cathy Yan no haga más que ordenar hacer planos cortos, romper mucho vidrio, regar las calles con agua, poner un poco de humo, todos efectos bien cinematográficos.
El principal problema que tiene Aves de presa -que, con todo, es superior a Escuadrón Suicida-, es que lo que empieza como una actitud de rebeldía termina siendo un paso más en lo rutinario y acostumbrado.
Harley Quinn (Margot Robbie, también productora) comienza la historia ya separada del Guasón (del que compuso Jared Leto, no el de Joaquin Phoenix). Así que esta psiquiatra a la que más de uno la tenía en la mira, ahora que está soltera no la va a pasar demasiado bien: como ella lo dice, no tiene quién la proteja.
Pero se protegerá bien sola.
Aves de presa se titula así (con el agregado de y la fantabulosa emancipación de una Harley Quinn) porque se formará una banda femenina -aquí es mujeres contra varones-, conformada por una policía de origen latino, una niña ladrona de ascendencia oriental, una mujer que desea vengarse de quienes masacraron a su familia adinerada y una cantante hija de madre afroamericana.
Harley, ya vieron el poster, tiene como mascota a una hiena, que le puso Bruce por Bruce Wayne. Y el recontramalvado, porque de villana Harley pasó a ser la buena, es Roman Sionis, o Máscara negra (Ewan McGregor), que no luce porque no logra lo que los villanos tienen de atractivo: eclipsar al protagonista. Máscara negra necesita un diamante, con un código que lo hará millonario y dueño del hampa en Ciudad Gótica.
Como esta película estuvo pensada desde el vamos para adultos, es decir, con la calificación R, como Deadpool -su primo, pero del Universo Marvel-, mucho han relojeado a la saga con Ryan Reynolds. No sólo porque ambos personajes tienen algo en común, acerca de ser indomable, el lenguaje y demás, sino porque hablan a cámara, al espectador, y explican situaciones apelando al rewind, al rebobinado. ¿A quién más le han tomado el pulso? Adivinaron: a Kill Bill, más que nada al personaje de La novia, el de Uma Thurman.
Y yendo mucho más atrás, la película huele a aquellas de acción que protagonizaban en los ’80 Steven Seagal, Jean-Claude Van Damme o Chuck Norris. Esto es: pelea, salida cómica en la boca y a otra cosa, que es a esperar la próxima pelea cuerpo a cuerpo.
Hay que resaltar, por ejemplo, ya que es un filme de acción, a la persona que coreografió las peleas, porque Aves de presa funciona según el standard de ¿qué hacemos entre una pelea y otra?
Si hay o no una secuela de Aves de presa dependerá, como siempre, de cómo le vaya en la taquilla más allá de sus méritos artísticos.
Ah. Quédense cuando termina la película, porque pasa algo después de los créditos. No mucho, como en la película.