Esta coproducción entre Suiza y la Argentina transcurre en Buenos Aires y alrededores en 1980 y se centra en un banquero de Ginebra que viene a reemplazar a su socio y a hacer negocios con empresarios, políticos y militares locales.
Esta coproducción suizo-argentina tiene una premisa intrigante y una ejecución igualmente sugerente. Lo que cuenta es la historia de un banquero suizo que llega a la Argentina en 1980 para ocuparse de los negocios que el banco privado en el que trabaja tiene con políticos, militares, empresarios y hasta la curia local, quienes tienen sus dineros invertidos en cuentas basadas en Ginebra. Viene, también, a reemplazar al enviado anterior que, misteriosamente, desapareció sin dejar rastros. Es un viaje de presentación y también de descubrimiento. Es una elegante pesadilla que se desarrolla en salones refinados, restaurantes caros, casas de campo, salones privados y embajadas mientras afuera el país se está desangrando.
AZOR (una palabra cuyo «significado» quedará claro más adelante) deja en evidencia ese choque de entrada, ya que en su primera escena vemos a Yvan De Wiel (Fabrizio Rongione) llegando a Buenos Aires con su esposa Ines (Stéphanie Cléau) en un auto de la Embajada de Suiza y viendo cómo se está deteniendo a una persona a pocos metros. La policía frena el tráfico mientras hace su «operativo» y cuando eso termina pide documentos a los del coche. Tras mencionar palabras como «Embajada de Suiza» y «turistas», los recién llegados pasan como si nada sucediera.
Es la puerta de entrada a un mundo de lujos y negocios secretos, llamados telefónicos con cifras y reuniones privadas en salones frecuentados tanto por la oligarquía local como por los altos mandos militares. De a poco, De Wiel se va dando cuenta no solo de cierta tilinguería local respecto a Europa (todos parecen hablar francés) sino que se va enterando que su antecesor, René Keys, no solo era muy distinto a él en términos de personalidad y trato (a Yvan se lo ve tímido ante los poderosos) sino que probablemente estaba involucrado de una manera un tanto sospechosa con su clientela.
Junto con su mujer, en tanto, se van reuniendo en distintas casas de la ciudad o en importantes caserones en el campo con familias adineradas que les van contando algunos secretos e historias personales, algunas de las cuales son un tanto «complicadas». Para ambos es un viaje a un lugar decadente lleno de ricachones y herederos que viven pendientes de una Europa idealizada. Y lo que deben aprender a hacer es a manejarse entre esos tiburones que buscan hacer negocios, sí, pero también imponer cierto control, demostrar quien es el que manda.
Con elementos de «El corazón de las tinieblas«, la novela de Joseph Conrad (con Yvan como Charlie Marrow y René como el misterioso Kurtz), es claro también para Fontana que los suizos no son solo víctimas de un grupo de ambiciosos locales sino que son también parte del perverso juego económico y tan o más responsables al habilitar ese tipo de oscuras transacciones. Con un elenco de actores en su mayoría desconocidos cuya credibilidad no siempre es la mejor (se puede ver allí a Mariano Llinás, que colaboró en el guión, en un cameo, y al realizador Pablo Torre encarnando a un siniestro monseñor), AZOR logra de todos modos superar ese problema porque funciona en un universo enrarecido que lo habilita.
En ese sentido la película, cuyas peripecias acumulativas y sugerente extrañeza formal hacen recordar al cine de Hugo Santiago y descendientes, opera con una atmósfera que parece arrancada del cine de autor europeo de los años ’70. Sus climas ominosos y sutilmente perturbadores dan la sensación al espectador de estar descendiendo por los círculos del infierno inventados por algún Dante porteño. Y la película, cinematográficamente hablando, va «oscureciendo» cada vez más las desventuras de Yves, no solo por lo nocturnas que se van volviendo sus actividades sino por lo que empieza a descubrir adentro suyo.
A la vez AZOR –premiada y celebrada en varios festivales, además de figurar en varias listas internacionales como una de las mejores películas de 2021– también muestra cómo se puede contar una sociedad como la porteña (en especial la ricachona/aristocrática ya que aquí, salvo algunos militares, nadie parece haber cruzado jamás del otro lado de la avenida Rivadavia salvo para ir al campo) a partir de una mirada extranjera, una que ve cómo ciertas actividades y costumbres que asumimos como cotidianas tienen mucho de siniestro. Entre el drama y el thriller, entre el pasado y el presente, entre la experimentación formal y la tensión narrativa más clásica, la película de Fontana es una verdadera sorpresa dentro del panorama del cine hecho en la Argentina. Por un realizador extranjero, sí, pero con una innegable impronta local.