Azul el mar

Crítica de Mex Faliero - Funcinema

SUEÑO MAR DEL PLATA

Un matrimonio y sus cuatro hijos van en su coche por la ruta, en dirección a Mar del Plata para pasar unos días de vacaciones. Pero lejos del leitmotiv alegre con el que la ciudad ha sido identificada históricamente, un balneario para la familia tradicional argentina, la música de Azul el mar se acerca más a la atmósfera de una película de terror. En su ópera prima, la directora Sabrina Moreno reúne algunos recuerdos de su infancia para reflexionar sobre la convivencia, los roles que cumplen los hombres y las mujeres en la construcción de una familia y la angustia existencial de una mujer que encuentra en su entorno una serie de símbolos oscuros sobre su presente. De alguna manera se vincula con Sueño Florianópolis, reciente film de Ana Katz en el que las vacaciones de una familia eran el telón de fondo para el derrumbe de determinadas estructuras; y que casualmente también estaba ambientada en un pasado no tan distante. Sin embargo, mientras Katz jugaba con los códigos de la comedia costumbrista, Moreno se acerca más al drama intimista y al cine experimental a partir del uso expresivo del sonido, la música y el montaje.

La protagonista es Lola (Umbra Colombo), una profesional de la medicina que se siente un poco estancada en su vida y en su trabajo: cuando manifiesta que podría conseguir más horas, su esposo Ricardo (Beto Bernuez) se muestra bastante desinteresado en su progreso laboral. Pero esa parece ser apenas la punta del iceberg de algo que iremos descubriendo a medida que avanza Azul el mar, o que iremos intuyendo puesto que la película muestra una deliberada intención por la simbólico antes que por lo explícito. Lola, un poco confundida y azotada por una naturaleza que parece querer decirle algo, será estimulada con las olas que golpean una y mil veces contra la costa, por las nubes oscuras que prometen tormentas, por la espuma del mar a la deriva entre las rocas. O será atravesada por ralentis que la muestran perdida, con fundidos y paseos en paisajes extraños, o saltos temporales que profundizan el extrañamiento. Moreno no ahorra en recursos cinematográficos o simbólicos, y si bien se agradece su confianza en que el espectador pueda desentrañar el misterio que es su protagonista, lo cierto es que en una película de apenas 65 minutos muchas veces esos recursos aparecen repetitivos o excesivos.

En Azul el mar el viaje y las vacaciones, lejos de significar el aprovechamiento del tiempo libre y la reunificación de la familia, operan como elementos que profundizan la distancia entre Lola y Ricardo. Por momentos, Moreno acierta cuando despersonaliza a los cuatro hijos y los vuelve un concepto (la familia) que se mueve al costado de la experiencia de los dos personajes adultos. Como si de repente eso que está la vista del espectador no lo estuviera a la de los hijos, aunque a una de las chicas algunos aromas le den náuseas. Como explica Ricardo en algún momento, el mar en verdad no tiene color aunque lo veamos azul. Esas son las percepciones que Moreno pretende convertir en la caligrafía de su película, percepciones que a veces son sutiles y otras tantas una carga algo barroca de simbolismos. Desde la gravedad y la reiteración de algunos de sus recursos, Azul el mar carga tanto las tintas que, cuando todo se resuelve, termina siendo demasiado anecdótica para lo que sus ambiciones formales señalan.