“Baaría es una obra maestra y quien diga lo contrario no tiene ni idea de cine”. Silvio Berlusconi
Con la cita de El Caimán bien podría evitarme escribir estas líneas, pero hagamos un esfuerzo y digamos que la última película del director de Cinema Paradiso es una superproducción que sigue la línea de los grandes frescos históricos cruzados por sagas familiares. Baaría es una suerte de epopeya autobiográfica que se concentra en el microcosmos del pueblo siciliano que le da nombre a la película. Tornatore pretende contar la gran Historia de Italia a través de una pequeña historia familiar que se extiende sobre tres generaciones, desde los años treinta a los años ochenta, y de Cicco a su hijo Peppino y a su nieto Pietro. Pero en verdad, los cincuenta años de historia italiana sirven sólo como telón de fondo consensual y bien pensante para los pequeños dramas personales. El fascismo, la guerra, el comunismo, los años de plomo, la mafia, todo pasa de manera anecdótica. Los personajes cruzan la Historia de la misma manera que atraviesan los decorados, sin tomar contacto con la realidad.
Baaría celebra una unidad nacional simplista, reduciendo sus asperezas, sus dilemas y sus luchas fratricidas a meros clichés. En el clima contestatario de fines de los años sesenta, la reivindicación de la hija de Peppino pasa por una minifalda que escandaliza a su padre. El conflicto generacional se reduce al largo de la pollera. El director prefiere afirmarse en un sentimentalismo ramplón para conquistar a los espectadores, antes que correr el riesgo de hacerlos reflexionar. El padre y la hija finalmente se ponen de acuerdo en un corte intermedio para su falda y así triunfa la política del justo centro. En su juventud, Peppino es un comunista pleno de ilusiones, apasionado y un poco loco. Tornatone nos cuenta cómo la juventud disculpa al idealista y la edad lo vuelve sabio. Es la clase de sabiduría que entusiasmó al famoso espectador que calificó la película como una obra maestra y que está resumida en una sentencia del padre, una vez superado el conflicto de la minifalda: “Cuando golpeamos la cabeza contra la pared, no se rompe la pared sino la cabeza”.
La puesta en escena se recuesta sobre una sucesión de imágenes que se conectan por rimas visuales y unifican un color general conciliador. Porque Sicilia también está reducida al chiché: grandes pastizales, pobreza noble, supersticiones, solidaridad y un dialecto pintoresco. Tornatore manipula la fibra sentimental del espectador para forzar la idea de que Baaría es una película que divierte y emociona. La tragedia sucede a la comedia, y de la violencia inútilmente voyeurista pasamos al amor más convencional. El director consigue que hasta la música de Ennio Morricone se pierda como una frutilla redundante sobre esta gran torta indigesta de dos horas y media.