Melómano al volante
La filmografía variopinta de Edgar Wright tiene puntos de conexión con la cultura popular, los videojuegos, los zombies y la acción; todo siempre glaseado con una fina capa de banda sonora. El dinamismo de su estilo pone quinta velocidad independientemente del género, por ende que su nuevo opus tenga en el centro de la escena a un wheelman -un conductor versado en el arte de manejar vehículos de escape- parece una consecuencia lógica.
Baby (Ansel Elgort) es un jovencito que bajo la tutela del inescrupuloso Doc (Kevin Spacey) es el hombre detrás del volante en cada golpe orquestado por su jefe, para quien trabaja en pos de saldar una vieja deuda y convertirse finalmente en un hombre libre. Por supuesto, al aproximarse su último trabajo -ese llamado a dejar todas las cuentas saldadas, como así lo indica tan a menudo el verosímil de este subgénero de grandes robos-, todo se altera a razón del amor inesperado de una dulce camarera que trabaja en un café y unos compañeros de equipo algo inestables que amenazan con interferir, poniéndolo todo en peligro.
El personaje de Elgort en un melómano, Wright también. La música marca el tiempo de las secuencias y el ritmo del montaje. Cada canción sirve para transmitir de forma específica una sensación, y en algunos casos dos sensaciones contradictorias al unísono, como pasa con el clásico inoxidable de Barry White en un momento que no tiene sentido spoilear más de lo debido. Es la música la que potencia esa precisión del director inglés en cada corte y la que acompaña algunos planos secuencia más que interesantes, la que le da plasticidad a cada escena porque prácticamente no hay momento en el film donde no suene alguna melodía muy bien seleccionada.
A Elgort y Spacey los acompaña un reparto de lujo que incluye a Jon Hamm, Jamie Foxx y Jon Bernthal. La trama hace rendir al máximo a sus intérpretes y cada punto de giro les otorga el momento preciso para destacarse. Los vaivenes del relato los convierte a su debido tiempo en el villano de una historia que muta constantemente. A tono con el fanatismo sobre la cultura pop de su director, la película nos regala las hermosas participaciones de Flea -bajista de los Red Hot Chili Peppers- y Paul Williams, el hombre que se volvió una figura de culto gracias a su papel en Un Fantasma del Paraíso (Phantom of the Paradise, 1974), de Brian de Palma. El cine dentro del cine es otra de las marcas del director, quien también se hace un lugarcito para referenciar algunas de sus películas previas como Muertos de Risa (Shaun of the Dead, 2004) y Arma Fatal (Hot Fuzz, 2007).
El espíritu nostálgico marca el tono del film, desde la música de glorias pasadas como The Foundations, Carla Thomas y The Commodores -entre muchos otros-, hasta el uso de cassettes de cinta, vinilos e incluso el fetiche de los iPods, dispositivo que en nuestro año 2017 ha cedido su reinado a los smartphones y las listas de música en Spotify, lo que de por sí ya lo convierte en un objeto vintage.
Con una segunda mitad que se distancia del sarcasmo y la ironía -marca registrada de Wright- para volverse mucho más sangrienta y violenta conforme nos acercamos al clímax, Baby… funciona correctamente como una heist movie -esas películas de grandes robos planificados-, pero eleva su factura y le agrega un plus gracias a un director que sabe adaptar la acción a su propio estilo sin perder frescura ni originalidad.